Preparémonos para el desbordamiento
Encaramos las elecciones catalanas. Puigdemont se presenta como gestor de la ambición y relega a ERC la gestión de la renuncia. En el bloque constitucional preocupan la abstención y los efectos en la política española.
Hace un par de años ERC no se habría atrevido a dar un portazo al llamado Consell per la República que preside Carles Puigdemont desde Bélgica. Hacerlo ahora, justo antes de las elecciones, refleja cómo se ha agrandado la brecha estratégica sobre el futuro del movimiento independentista. Desde fuera de Catalunya se suelen interpretar esas diferencias de forma errónea como un descenso del sentimiento favorable a la secesión, pero la sociedad catalana parece instalada en los dos bloques perfilados en la última década. Lo que se va a dirimir en las próximas elecciones es más bien si se ha producido algún cambio en las prioridades de los votantes.
“¿Bastará con superar el umbral del 50% de los votos? No, de ninguna manera”. Así de claro se pronunciaba Oriol
Junqueras en su último libro, concebido como “una guía hacia la independencia”. Solo con “una mayoría inapelable”, conseguida “de manera sostenida, repetidamente”, será factible conseguir la meta. Es una enmienda a la totalidad de la estrategia de la que él mismo participó en octubre del 2017. Con esa tarjeta de presentación se presenta ERC a estas elecciones y con un acuerdo presupuestario en tiempos de pandemia que da estabilidad a un gobierno de coalición de izquierdas en España.
Frente a ese planteamiento, Puigdemont propuso ayer un regreso al pasado, a octubre del 2017, cuando declaró la independencia unilateral después de muchos titubeos. Con más del 50% de los votos y, de nuevo una movilización en las calles, augura un “desbordamiento” del Estado. El plan, titulado “preparémonos”, tomado al pie de la letra implicaría la promesa de la independencia en unos meses. Puigdemont llama a desbordar el embalse, Junqueras a encauzar la inundación...
Resulta difícil compaginar una movilización como la que propone el expresident con la devastación anímica y económica de la pandemia. Incluso con el estado de las relaciones entre los partidos independentistas. La imagen desangelada del hemiciclo del Parlament durante la votación de una ley de amnistía sin viabilidad denota el cansancio ante gestos más simbólicos que reales. Los indultos se perfilan como la única vía factible para lograr una pronta libertad de los condenados y no llegarán antes del 14-F.
Pero Puigdemont lanza un mensaje que dispara en la línea de flotación emocional del votante independentista: él se presentará a las elecciones para “gestionar la ambición”, mientras que ERC solo ofrece la “gestión de la renuncia”. Ante un votante desanimado, ya no puede insuflar la ilusión del 2017 pero sí orgullo, resistencia, rebeldía, al tiempo que identifica la actitud de los republicanos con la sumisión, el acatamiento, la resignación. No es difícil hallar similitudes con la campaña que Joan Laporta despliega para presidir el Barça, con una gran lona cerca del Bernabéu con el lema “Ganas de volver a veros”.
Al mismo tiempo, Puigdemont presiona a ERC para reeditar un Govern de coalición, sobre todo si el independentismo supera el 50% de los votos. Si la distancia entre los dos partidos es escasa, a los republicanos les será difícil evitar ese embate. Aunque ERC ganara, un buen resultado de Junts supondría que Puigdemont y la CUP pondrían un alto precio al nuevo gobierno independentista. En ello trabaja el expresident, que hizo llegar a David Fernández su apuesta por que liderara la lista de la CUP, lo que habría fortalecido las posiciones maximalistas frente a Esquerra.
Un Govern independentista con fuerte presencia de Junts dificultaría la relación de ERC con el Gobierno de Pedro Sánchez. Durante la campaña veremos un enfrentamiento contundente entre socialistas y Esquerra que conviene a ambos porque el PSC también espera recuperar la preeminencia en el bloque constitucional. Estas elecciones catalanas tendrán eco en la política española. Tras los descalabros sufridos en Galicia y el País Vasco, Pablo
Iglesias necesita que los comunes hagan un buen papel.
La pugna de la derecha no es menor. En Ciudadanos cunde la preocupación por la abstención, que es justo lo que puede proporcionar más del 50% de apoyos al independentismo. Tampoco Pablo Casado lo tiene fácil y sus constantes visitas a Catalunya dan idea del golpe que sería para él quedar por debajo de Vox, cuya irrupción en el Parlament será uno de los acontecimientos más relevantes. Hasta Isabel
Díaz Ayuso frecuenta Catalunya, no tanto para ayudar al PP catalán, sino para reforzar su imagen en Madrid plantando cara al independentismo.
Preparémonos, sí. Aunque entre unas cosas y otras la sociedad catalana no ha dejado vivir desbordada en los últimos años.