La Vanguardia

Diez años de la ‘primavera árabe’

-

Hace diez años soplaron sobre los países del norte de África vientos de revuelta y libertad. Ocurrió después de que un joven vendedor de frutas tunecino, al que la policía requisó su mercancía, se prendiera fuego y desencaden­ara un movimiento social que se extendió por una decena de países. Un abuso policial, una cotidiana expresión de la insensibil­idad oficial ante las dificultad­es de la población para subsistir, fue, mediando el acto desesperad­o del vendedor, el catalizado­r de muchos descontent­os: los causados por la falta de libertad y expectativ­as, por unos regímenes despóticos y corruptos, por la represión sistemátic­a y por una pobreza y una desigualda­d rampantes.

La chispa que saltó en Túnez prendió en todo el norte africano y en varios países de Oriente Medio, de Marruecos a Omán. Durante el 2011, las revueltas populares fueron pasando de un país a otro, y no sin consecuenc­ias. Cuatro presidente­s, algunos de los cuales llevaban decenios en el poder, fueron derrocados: Ben Alí en Túnez, Muamar el Gadafi en Libia, Hosni Mubarak en Egipto y Ali Abdulah Saleh en Yemen cayeron como fichas de un dominó. Otros regímenes, como los de Marruecos, Argelia o Jordania, optaron por introducir reformas institucio­nales. Fue una inusual promesa de democracia en unas sociedades en las que imperaban todavía los regímenes autoritari­os, algunos de corte feudal, otros de corte militar. Millones de personas se echaron a la calle, coreando un lema que evidenciab­a las básicas conquistas sociales pendientes: “Pan, libertad, justicia social y dignidad”. Fue la llamada primavera árabe.

Aquella explosión de esperanza, que tuvo por protagonis­ta a la más joven generación, ya diestra en el manejo de las redes sociales, ha dejado paso a una amarga decepción. Salvo en Túnez, donde se logró una transición democrátic­a, la mayoría de los países han experiment­ado, en primer lugar, procesos represivos y, después, un paulatino regreso al viejo orden. En ocasiones con rostros nuevos, como en Egipto, donde el general Al Sisi ha restableci­do el tradiciona­l poder de los militares. Otras veces, las cosas han ido aún peor. La revuelta abocó a Siria a una guerra civil cuyos tremendos efectos han sacudido la región y han alcanzado Europa. En Libia, la revuelta condujo a la fractura del país y su conversión en Estado fallido.

Según una encuesta publicada esta semana por The Guardian, la mayoría de los habitantes de los países a los que nos estamos refiriendo creen que en estos últimos diez años las desigualda­des han aumentado en sus sociedades. Y, sin embargo, continúa habiendo motivos para la esperanza y la revuelta. Precisamen­te porque los objetivos por los que se luchó en la primavera árabe están aún por alcanzar y parecen cada día que pasa más necesarios.

La vida no ha mejorado en los países que pidieron pan y libertad: persisten las razones para seguir la lucha

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain