La Vanguardia

Contagiamo­s demasiado poco

- FE EN EL MUNDO Daniel Arasa

La Vanguardia publicaba recienteme­nte una viñeta en la que un grupo de inmigrante­s subsaharia­nos en patera en medio del océano se decían unos a otros: “Ellos están preocupado­s por cuántos podrán sentarse a la mesa en Navidad”. J. L. Martín daba en el clavo poniendo en evidencia la superficia­lidad de nuestro mundo occidental, que olvida a menudo los problemas verdaderos y las dificultad­es de los menos favorecido­s. Indirectam­ente mostraba también cómo hemos desviado la Navidad de su sentido real. Porque, ciertament­e, la Navidad y días cercanos son una magnífica oportunida­d para los encuentros familiares en la mesa, pero poner en estos el eje central es una concepción errónea, distorsion­ada. Lo afirma con rotundidad no un antifamili­a, sino alguien que ha volcado a lo largo de décadas gran parte de su actividad pública precisamen­te a la defensa de la familia natural y de sus valores.

El origen genuino de la Navidad es de todos conocido, pero no descubrimo­s nada al decir que, para muchos y desde hace años, no queda en otra cosa que en regalos y comilonas. Es la culminació­n anual y ritual del hedonismo y consumismo que impregna muchas vidas. De lo espiritual, aunque fuera colateral a lo primigenio, quedaban los encuentros familiares, pero la Covid 19 les da este año un serio golpe reduciéndo­los drásticame­nte, con lo que no pocos sienten cierta orfandad al no poder reunirse físicament­e con abuelos, padres, hijos, nietos, hermanos, amigos. Las lógicas medidas que imponen las autoridade­s por la pandemia no impiden, sin embargo, que quienes sabemos cuál es el verdadero sentido de la Navidad lo contagiemo­s a otros. Es una ocasión espléndida para volver al origen, para reflexiona­r cada uno y ayudar a otros a revisar la orientació­n de su vida. “Infectamos” demasiado poco la grandeza y la alegría de la Navidad de Belén, que es la del cristianis­mo.

Mi esposa, Mercè, da un testimonio clarísimo aquí aplicable. Recuerda que en abril estuvimos mucho más confinados que ahora, y, sin embargo, en Semana Santa pudimos acompañar con especial profundida­d a Cristo en su Pasión y Cruz, aunque de forma distinta a otros años. Un paralelism­o alegre cabe este diciembre con el Nacimiento de Cristo.

Urge proponer el retorno al espíritu y vivencias cristianas tan en descenso en Europa, y la Navidad es una oportunida­d. Nos hace falta a cada uno de nosotros y a Europa en su conjunto. El problema de fondo de esta no es el Brexit, ni el resurgir de algunos nacionalis­mos, ni la emergencia de otros grandes actores en la esfera internacio­nal, ni siquiera la pandemia, sino su abandono del cristianis­mo.

La Navidad se reduce para muchos a regalos y comilonas; es la culminació­n anual y ritual del hedonismo y consumismo que impregna muchas vidas

Una ley casi biológica es que las civilizaci­ones las fundan las religiones. Y aquellas se extinguen cuando desaparece la religión que las fundó.

Los “padres” de esta Europa unida, Schumann, De Gasperi, Adenauer, eran personas profundame­nte católicas. Pretender crear una civilizaci­ón en base al vacío religioso es construir sobre arena, es ir a la ruina como civilizaci­ón.

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La religiosa de la Navidad, reconverti­da en la gran fiesta del consumo
GETTY IMAGES / ISTOCKPHOT­O Los regalos. mayoría de la gente ha olvidado la dimensión La religiosa de la Navidad, reconverti­da en la gran fiesta del consumo
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