Contagiamos demasiado poco
La Vanguardia publicaba recientemente una viñeta en la que un grupo de inmigrantes subsaharianos en patera en medio del océano se decían unos a otros: “Ellos están preocupados por cuántos podrán sentarse a la mesa en Navidad”. J. L. Martín daba en el clavo poniendo en evidencia la superficialidad de nuestro mundo occidental, que olvida a menudo los problemas verdaderos y las dificultades de los menos favorecidos. Indirectamente mostraba también cómo hemos desviado la Navidad de su sentido real. Porque, ciertamente, la Navidad y días cercanos son una magnífica oportunidad para los encuentros familiares en la mesa, pero poner en estos el eje central es una concepción errónea, distorsionada. Lo afirma con rotundidad no un antifamilia, sino alguien que ha volcado a lo largo de décadas gran parte de su actividad pública precisamente a la defensa de la familia natural y de sus valores.
El origen genuino de la Navidad es de todos conocido, pero no descubrimos nada al decir que, para muchos y desde hace años, no queda en otra cosa que en regalos y comilonas. Es la culminación anual y ritual del hedonismo y consumismo que impregna muchas vidas. De lo espiritual, aunque fuera colateral a lo primigenio, quedaban los encuentros familiares, pero la Covid 19 les da este año un serio golpe reduciéndolos drásticamente, con lo que no pocos sienten cierta orfandad al no poder reunirse físicamente con abuelos, padres, hijos, nietos, hermanos, amigos. Las lógicas medidas que imponen las autoridades por la pandemia no impiden, sin embargo, que quienes sabemos cuál es el verdadero sentido de la Navidad lo contagiemos a otros. Es una ocasión espléndida para volver al origen, para reflexionar cada uno y ayudar a otros a revisar la orientación de su vida. “Infectamos” demasiado poco la grandeza y la alegría de la Navidad de Belén, que es la del cristianismo.
Mi esposa, Mercè, da un testimonio clarísimo aquí aplicable. Recuerda que en abril estuvimos mucho más confinados que ahora, y, sin embargo, en Semana Santa pudimos acompañar con especial profundidad a Cristo en su Pasión y Cruz, aunque de forma distinta a otros años. Un paralelismo alegre cabe este diciembre con el Nacimiento de Cristo.
Urge proponer el retorno al espíritu y vivencias cristianas tan en descenso en Europa, y la Navidad es una oportunidad. Nos hace falta a cada uno de nosotros y a Europa en su conjunto. El problema de fondo de esta no es el Brexit, ni el resurgir de algunos nacionalismos, ni la emergencia de otros grandes actores en la esfera internacional, ni siquiera la pandemia, sino su abandono del cristianismo.
La Navidad se reduce para muchos a regalos y comilonas; es la culminación anual y ritual del hedonismo y consumismo que impregna muchas vidas
Una ley casi biológica es que las civilizaciones las fundan las religiones. Y aquellas se extinguen cuando desaparece la religión que las fundó.
Los “padres” de esta Europa unida, Schumann, De Gasperi, Adenauer, eran personas profundamente católicas. Pretender crear una civilización en base al vacío religioso es construir sobre arena, es ir a la ruina como civilización.