Lo que el virus debería llevarse
Por culpa de la pandemia, millones de personas tendrán que cambiar su modo de ganarse la vida. Sería el momento de facilitar la reconversión laboral de quienes se dedican a la prostitución.
Amics de la Rambla eligió hace unos días a los ramblistas de honor de este 2020. Los galardonados –el artista Jaume Plensa, el CAP del Barri Gòtic y las payesas de la Boqueria– representan la cultura, la salud pública y el comercio, sectores en las antípodas de los referentes que durante décadas definieron la Rambla como un espacio decaído y canalla.
En su discurso, nada protocolario, el presidente de la asociación, Fermí Villar, aludió al drama que ha marcado durante décadas el pulso del paseo, sobre todo al caer la noche. Se refirió concretamente al hecho de que se siga permitiendo que en sus aceras “malvivan mujeres obligadas a prostituirse”.
Aunque es evidente que la Covid-19 ha asestado un duro golpe al negocio de la prostitución, todavía comparecen en la Rambla chicas de origen africano que son forzadas por mafiosos a alquilar su cuerpo. A ellas se refería Fermí Villar.
Sería muy ingenuo pensar que la pandemia va a acabar con la prostitución. La historia nos enseña que después de cada calamidad como esta no solo no ha disminuido el alquiler de sexo, sino que se ha disparado. Se acentúa la precariedad y el comercio sexual aparece como una alternativa económica a los empleos perdidos.
Pero nunca como antes ha sido más evidente que el negocio de la prostitución está concentrado mayoritariamente en manos de mafias organizadas. Prostitución ha habido siempre y proxenetismo también, pero es incuestionable que ahora los explotadores pueden ejercer un control más eficaz sobre sus esclavas, amenazando a sus familias en sus lugares de origen. Ya nadie niega que la prostitución por libre elección y autogestionada es muy minoritaria. La mayoría de las prostitutas están bajo el control de un red criminal.
Una estrategia para afrontar este drama es promover, precisamente, que las prostitutas puedan dotarse de esos mecanismos de autogestión que les permitan realizar esta actividad sin rendir cuentas a mafiosos. Se trata de una vía explorada en países como Alemania, y que agrada a una parte del feminismo, más mayoritaria en organizaciones como Unidas Podemos o Bcomú que en las filas socialistas, donde predomina el abolicionismo.
Pero, más allá del debate de fondo, esta opción regulacionista plantea hoy incluso más dudas que antes. ¿Qué sentido tiene invertir tiempo y dinero –ahora tan escasos– en construir un entramado legal, empresarial y asistencial para promover el regreso en la post pandemia de una actividad que se basa en el tráfico de seres humanos? Un actividad con efectos colaterales perversos, porque regularizar contribuye a blanquear a delincuentes y también a fomentar la creencia colectiva de que el cuerpo de una mujer es un género en venta, una parada más en una noche de juerga entre amigotes, una commodity al servicio de una supuesta incontinencia masculina.
¿Por qué no invertir esos recursos en planes ambiciosos de formación e inserción de las prostituidas en el mercado laboral, en paralelo al impulso de políticas abolicionistas? La pandemia aún va a durar y, con ella, la distancia social, que imposibilita el comercio sexual. Prostituir es, a corto y medio plazo, una actividad sin futuro. La triste excepción son las mujeres que incluso ahora se ven obligadas a ejercer por redes criminales que siguen operando en ciudades como Barcelona.
Millones de trabajadores y trabajadoras de todo el mundo van a tener que cambiar de oficio por culpa de la pandemia. Sea porque el precipitado proceso de digitalización ha dejado muchos empleos obsoletos, sea porque la normalidad en el sector servicios va a tardar años en recuperarse, el hecho es que muchas personas no van a poder ganarse la vida como lo hacían antes. Se verán en la obligación de adaptarse al cambio, como ha pasado siempre en la medida en que la tecnología ha ido dejando empleos en la cuneta. Las prostitutas deberían contarse entre ellas.
¿A quién interesa perpetuar esta actividad? ¿Por qué seguir remando contra la evolución de los tiempos? La prostitución debería ser considerada una práctica obsoleta. Como se decía, tras la pandemia de 1918 volvió con más fuerza, pero entonces eran minoría quienes preconizaban la igualdad entre hombres y mujeres y los traficantes no se habían globalizado para ser aún más eficaces. Además, ya que hablamos de la tecnología como motor de cambio, hace un siglo no existían las aplicaciones que tanto han facilitado las relaciones consentidas entre personas libres.