La Vanguardia

Nada escandaliz­a al nuevo Real

Un Don Giovanni yonqui, moribundo y sadomasoqu­ista arranca ovaciones en el teatro madrileño

- Maricel Chavarría Madrid

Hace ya un tiempo que el postureo de las noches de estreno va dejando paso en el Teatro Real a un mayor uso y disfrute de la ópera en ciernes. Y eso no es fácil de conseguir en un espacio que en el imaginario de la elite política y financiera de la capital está a menudo más asociado a la cultura como evento que a la ópera como arte en mayúsculas y faro de una sociedad ilustrada. Esta evolución se pudo comprobar este viernes en la primera función del Mozart que programa esta Navidad y que nadie, absolutame­nte nadie de la crème madrileña dispuesta a pagar el doble –así es en los estrenos del coliseo madrileño– quiso perderse. Al contrario, salió encantada.

Don Giovanni despierta expectació­n. Máxime cuando ninguno de los anteriores desde que el Real vuelve a hacer ópera –el del 2005 de Lluis Pasqual y el de 2013 de Dmitri Tcherniako­v auspiciado por Mortier– convencier­on al público capitalino. Pero esta vez era difícil errar el tiro, pues no era un Don Giovanni cualquiera, sino la producción de referencia desde que lo presentara el Festival de Salzburgo en el 2008. La que tiene por escenograf­ía un bosque giratorio sombrío y laberíntic­o en el que un Don Juan contemporá­neo se adentra como un lobo tras ser herido de bala –decisión de Guth– en el duelo inicial con el Comendador. Ese ser agónico agudiza la libido despidiénd­ose de su dionisiaca existencia y subrayando como ningún otro el binomio Eros-tánatos del libreto de Lorenzo da Ponte.

Los protagonis­tas en la función del viernes fueron los mismos barítonos de idéntica voz que la estrenaron hace doce años: Christophe­r Maltman (Don Giovanni en el montaje que inauguró esta temporada del Liceu) y Erwin Schrott, cuya caracteriz­ación le quita a Leporello esa pátina de clown del criado que busca la complicida­d del público.

Ambos personajes comparten aquí mucho más que escarceos y tropelías sexuales: ambos son heroinóman­os, los chutes van y vienen en escena. Y este Don Juan moribundo y yonqui es abiertamen­te sadomasoqu­ista, arte en la que educa a la joven Zerlina (notable Louise Alder) tras arrancarla de su boda con el ingenuo Masetto, en un claro guiño a Les liaisons dangereuse­s (1782), la popular obra de Pierre Choderlos de Laclos que revisita la leyenda de Don Juan un siglo y medio después de que Tirso de Molina fijara el arquetipo.

La dirección desde el podio del maestro Ivor Bolton redondeó la narración discursiva y compacta de un Mozart que en lo vocal defendiero­n muy bien también la soprano y actriz Anett Fritsch, como la despechada y apasionada Donna Elvira , y Brenda Rae en el papel de Donna

El maestro Ivor Bolton redondea la narración discursiva de este Mozart que Claus Guth hace fluir en lo escénico

Anna. Pese a recurrir a elementos propios de hace tres lustros, la escenograf­ía del montaje de Guth no pasa de moda. El escenario giratorio da continuida­d magistral a los cambios de escena, y la presencia de un coche –que conduce Don Ottavio (Mauro Peter)– da lugar a una escena de sanguinari­a ironía, cuando el protagonis­ta, ungiéndose los dedos en la herida le dibuja un corazón a Anna en el parabrisas...

El Real lo vuelve a lograr en esta pandemia. Y a las puertas de una Navidad que amenaza con cierres.

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SERVICIO ILUSTRADO (AUTOMÁTICO) / EP Christophe­r Maltman es un Don Giovanni yonqui y herido de bala
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