La Vanguardia

Gol 643 de Messi, año cero del Barça

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El último partido del año en el Camp Nou se jugó sin público, se cerró con un empate y registró un gol de Messi a la altura de los tiempos que corren: de cabeza, sin brillo, después de fallar un penalti. No era un gol cualquiera. Igualaba a Pelé en la categoría de máximos anotadores con la misma casaca. En otros días, la hinchada le hubiera aclamado, rendida al ídolo, pero los aficionado­s vieron el remate en sus casas, con la misma resignació­n que se apreció en el gesto de Messi.

Quizá se reprochó el lanzamient­o, rechazado por el portero. Quizá le pareció que al gol le había faltado belleza, un remate ordinario para el jugador de los goles extraordin­arios. Quizá no evitó el recuerdo de sus grandes días y los del gran Barça, tan venido a menos que se le descuenta para el título y no garantiza el puesto en la próxima Copa de Europa. Ese gol fue el retrato del Barça actual: esforzado, pero tristón.

A Messi le cuesta encontrar el gol y el Barça sufre para encontrar el juego, el orden y los futbolista­s necesarios para revertir su situación. Cualquiera que sea el análisis de los problemas que aquejan al equipo, nada cambiará hasta el final de la temporada, ni tan siquiera las elecciones. Este es el equipo y estos son los jugadores que remarán en unas condicione­s tormentosa­s.

En dos semanas se cumplirá un año del despido de Valverde. El Barça, ganador de la Liga en las dos temporadas anteriores, encabezaba el campeonato, pero las expectativ­as eran tan altas como en los últimos 10 años, aunque había razones para la sospecha. El equipo había envejecido y se estrellaba en Europa. Los fichajes resultaban tan caros como decepciona­ntes. Lejos de acompañar a Messi en sus últimos años, cuando más lo necesitaba, los nuevos le dejaban cada vez más expuesto, más pendiente de sus genialidad­es. Aunque se adivinaban los problemas, pesaba más el orgullo y los recuerdos de los años dorados.

Un año después, el Barca no figura entre los cuatro primeros de la Liga y la resignació­n es absoluta. Los recuerdos empiezan a quedar lejos. No agitan, solo son carne de nostalgia. Año cero para tantas cosas, también lo ha sido para el Barça. En el mejor de los casos, los aficionado­s lo asumen como un tiempo de cambio, la transición hacia un nuevo periodo, lleno de incertidum­bres.

Messi es una de ellas. Nadie sabe cuál será su destino al final de su contrato y qué decisión tomará el nuevo presidente. Por primera vez se discuten en el barcelonis­mo los diferentes grados de valor –futbolísti­co, simbólico y económico– que Messi representa para el club. ¿Con o sin Messi?, es la pregunta del millón en el barcelonis­mo. Se hace en voz baja, con respeto, pero se hace.

La hinchada no se pregunta por el equipo. Tampoco por el entrenador. Koeman se enfrenta a un trabajo titánico y no encuentra la tecla. Cada vez más, transmite la impresión de técnico de interregno, dedicado a la difícil tarea de aclarar el panorama a su sucesor, sea quien sea. Dicen que es el entrenador apropiado para las épocas de mudanza. Se lo pide el cuerpo. Si es así, le esperan meses agitados.

Este Barça no funciona y difícilmen­te funcionará. Le ayudará la recuperaci­ón de Ansu Fati y el regreso de Piqué añadirá algo más de prestancia a la defensa.

Se pretenderá ver brotes verdes donde se observan los defectos de siempre –frente a la Real Sociedad, por ejemplo– y serán elogiados los destellos de jugadores que suelen invitar al desánimo –Coutinho, Griezmann, Braithwait­e, De Jong–, hasta que la realidad se imponga. Una realidad terca: la del mediocre partido contra el Valencia.

A Messi le cuesta encontrar el gol y el Barça sufre para encontrar el juego

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LLIBERT TEIXIDÓ Messi se dispone a sacar de centro después del segundo gol del Valencia
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