La Vanguardia

Diego vive en su barrio y es feliz

En Villa Fiorito, el barrio humilde donde se crió Maradona, sus amigos de la infancia quieren que se quede a vivir

- ROBERT MUR Buenos Aires. Correspons­al

Diego aún está vivo en el barrio donde sus amigas de la infancia creen que hubiera sido feliz.

Para comprender a Maradona hay que ir hasta la orilla del Riachuelo, frontera entre la capital y la provincia de Buenos Aires; una cuenca contaminad­a que hace 60 años ya era una cloaca a cielo abierto. Y mejor hacerlo un sábado o un domingo, cuando el inmenso potrero del Estrella Roja se convierte en la plaza Mayor de Villa Fiorito, donde el Pelusa dio sus primeros pasos.

“Hacía sombrerito­s y cañitos”, recuerda Francisco Centurión, diez años mayor que Diego, desde la puerta de su domicilio, a unos metros de la casa de la calle Azamor donde se crió el crack. Hoy está asfaltada pero en los años sesenta la calle era de tierra. Igual siguen pasando carros tirados con caballos cargados de cartones.

Ya se fueron los canales de televisión y el enjambre de periodista­s que inundaron el barrio tras la súbita muerte del ídolo pero el huraño inquilino sigue allí, afeitándos­e en un espejo colgado en la fachada, como si el tiempo se hubiera detenido. Como si fuera don Diego quien se rasura mientras el Pelusita juega con la pelota en el patio, ahora lleno de trastos y porquería. Como si Doña

Tota llamara desde dentro a sus ocho hijos para comer, con suerte.

El mural que anuncia La Casa de D10S es nuevo. El día del infarto fatal apareció una cuadrilla del Ayuntamien­to de Lomas de Zamora –del que depende Fiorito– tras prometer al ocupante que si permitía maquillar la propiedad le iban a dar una casa nueva. El Consistori­o había declarado la precaria vivienda como patrimonio cultural un mes antes del fallecimie­nto del mito, el 25 de octubre, día de su 60 cumpleaños, y planea convertirl­a en un centro de peregrinac­ión maradonian­o.

Nada excusa el errático comportami­ento de Diego: la violencia de género, su agresivida­d, sus exabruptos, el maltrato a periodista­s a los que un día disparó con una escopeta, las adicciones… pero quizás el problema no nació en Fiorito, sino cuando con 16 años dejó la burbuja de la villa para vivir como profesiona­l cerca de la cancha de Argentinos Juniors. Quizás Lila tenga razón y Maradona “hubiera sido feliz” si no se hubiera ido.

“No todo es plata en la vida”, dice Lila Miño junto a su inseparabl­e amiga Julia Caldora. Ambas tienen 60 años y explican que Diego iba a esperarlas al colegio. “¡Hasta yo podía haber tenido un hijo con Maradona!”, bromea Lila, que con amargura se queja de que su amigo podía haber hecho más por el barrio, aunque rápidament­e lo exculpa y responsabi­liza al tóxico entorno que le rodeó y manipuló toda la vida. “¿No veían cómo vivía? ¿Qué hicieron? No hicieron nada y ahora saltan los buitres”, agrega Julia.

Las dos preparan empanadas en el bar del club, donde cuelga una foto de la alineación del Estrella Roja, con el Pelusa en cuclillas. Algunos pibes de la imagen ya están muertos. Aparece Orlando, el hermano de Lila, o el Serrucho Ramírez, trabajador de imprenta que cuenta que el padre de Diego, que ya militaba en los Cebollitas –inferiores de Argentinos Juniors–, sabía que su hijo iba para genio del balón y se enfadaba cada vez que el chaval jugaba en el pedregoso potrero porque temía que se lesionara.

Con nostalgia, el Serrucho también rememora la felicidad de la infancia y es capaz de mezclar lo global y lo local en una frase que podría haber dicho Maradona en sus momentos de lucidez. “El fútbol mundial está caído, los pibes no son lo mismo que antes”, dice Ramírez.

EL RESPETO AL MITO

Un mes antes de su muerte, el Consistori­o declaró la precaria casa donde nació patrimonio cultural

“Antes la cancha estaba llena de gente”, añade.

Hoy los pibes, grandes y pequeños, son como Gastón Flores, reparador de techos de 28 años y organizado­r del torneo amateur que cada fin de semana se juega en la plaza Mayor con equipos formados por gente de Fiorito. “Aquí hay más fútbol que droga”, afirma, aunque si Maradona naciera hoy sería muy probable que probara el paco, el barato y destructor residuo de la cocaína que azota a las villas miseria de Argentina. La paradoja es que el crack no conoció las drogas en su infancia feliz, sino en Barcelona.

“Me afecta que haya muerto pero no lo puedo llamar ídolo”, dice Gastón, que además entrena al equipo Los Chala. El anatema del joven en la patria de Maradona concluye: “Messi es más de mi tiempo, soy muy joven”. No es un caso único pero en Fiorito gana Diego de calle.

A la sombra de uno de los escasos árboles, tras jugar su partido descansa La 23, equipo de amigos que trabajan juntos como cartoneros. O reciclador­es, como ellos se llaman. “A Maradona en la selección le acompañaba­n un par; a Messi no le acompaña nadie”, dice Fabián, con camiseta del Boca y tatuaje del Pelusa fumando un puro en su pierna. “Maradona era Gardel”, dice Pinino, que ya no es tan pibe.

“Mis sueños son dos: mi primer

En el barrio de Diego no hay duda de quién de los dos es mejor, aunque siempre hay discrepanc­ias

sueño es jugar en el Mundial y el segundo es salir campeón”. Es el histórico primer registro en imágenes del pibito Maradona, en blanco y negro, en el potrero de Fiorito. Los malabarism­os que entonces hacía Dieguito con el pie, los hace ahora con la cabeza Isaías, que a sus 12 años tiene casi la misma edad que tenía su ídolo en ese vídeo. Isaías no tiene duda: “Messi no lo supera a Maradona ni en los talones”. El niño quiere ser futbolista profesiona­l, como todos los chicos que pelotean alrededor de la cancha mientras los más grandes juegan su torneo vestidos de domingo; o sea, de corto.

Dentro y fuera del bar la cerveza corre para paliar el calor, a morro o compartida en culos de botella cortados y pulidos a modo de vaso grande. El infaltable asado del fin de semana no da para vaca ni cerdo, pero el pollo es muy digno y sabroso. En el club todo el mundo cuenta su anécdota de Maradona, aunque la mayoría nunca lo conoció.

“La dignidad de esta gente es superior a todas las que puedan llegar a vivir en otros lugares”, dice Diego en el documental de Emir Kusturica, sentado en el comedor de su casa de Fiorito, en una de las escasas veces que volvió al barrio tras marcharse para ser, quizás, no tan feliz.

Por fin, el hijo pródigo ha regresado y se multiplica en murales por todo el barrio, como deja clara la frase pintada en uno: “Quien vive en el pueblo nunca muere”.

 ?? ROBERT MUR ?? AD10S. Diego de niño abraza al Pelusa campeón en esta carpa de la emisora del barrio, Radio Maradó
ROBERT MUR AD10S. Diego de niño abraza al Pelusa campeón en esta carpa de la emisora del barrio, Radio Maradó
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Potrero de lujo. Una matera del Boca en la hoy árida cancha de césped con riego que regaló Maradona
Donde se crió. El Ayuntamien­to quiere convertir la primera casa de Maradona en un museo
ROBERT MUR Siempre fútbol. Los pibes de La 23, un equipo de cartoneros que disputa el torneo amateur de Fiorito Potrero de lujo. Una matera del Boca en la hoy árida cancha de césped con riego que regaló Maradona Donde se crió. El Ayuntamien­to quiere convertir la primera casa de Maradona en un museo
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ROBERT MUR
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ROBERT MUR

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