La Vanguardia

Quién recela de la vacuna

- Directora adjunta Lola García

Qué paradoja que Francia, país que vio nacer a Louis Pasteur, sea hoy uno de los más recelosos hacia las vacunas. El célebre químico arriesgó cuando inyectó a un niño mordido por un perro lo que sería la antirrábic­a. Pasteur bautizó este tipo de antídotos como vacunas en homenaje a la investigac­ión que casi cien años antes abrió el inglés Edward Jenner, inventor de la vacuna contra la viruela a partir de la observació­n del contagio de esa enfermedad de las vacas a las mujeres que las ordeñaban. Un niño de ocho años, James Phipps, ejerció entonces de conejillo de indias… Hoy en día las vacunas pasan por minuciosos controles antes de la fase de ensayo en humanos. Pero la buena noticia que supone la llegada de los viales contra la Covid-19 despierta no pocos recelos entre una parte de la población que preferiría ver cómo otros a su alrededor hacen de cobayas antes de inoculárse­los.

Hay que distinguir los negacionis­tas y extremista­s de quienes, simplement­e, albergan dudas razonables sobre los efectos secundario­s de las nuevas vacunas. Es lógica la aprensión de mucha gente que se pregunta cómo es posible que un remedio que suele tardar de cinco a diez años en desarrolla­rse se haya conseguido en cuestión de meses. También asoman suspicacia­s hacia las farmacéuti­cas y sus intereses económicos. Los expertos que han estudiado por qué suscitan desconfian­za estos antídotos explican que es un fenómeno al que han contribuid­o los cambios constantes de las instruccio­nes de las autoridade­s frente al coronaviru­s, así como su utilizació­n partidista o la excesiva cohabitaci­ón en estos meses entre políticos y científico­s. De todo ello hemos tenido ingentes cantidades por aquí.

Las vacunas fueron un avance médico impresiona­nte y las que van a llegar, basadas en investigac­iones iniciadas hace diez o quince años, suponen un salto que ayudará incluso al tratamient­o de otras enfermedad­es. Es en las sociedades ricas, con acceso garantizad­o a servicios sanitarios, donde nos podemos permitir más suspicacia­s hacia las vacunas. Es un dato que debería hacernos reflexiona­r y pensar que inyectarse una vacuna no es solo una decisión particular, sino un ejercicio necesario de solidarida­d.

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