La Vanguardia

El ermitaño y el poeta

Al valle libanés de la Kadisha llegó en el siglo XVI una imprenta desde Roma para divulgar el cristianis­mo dentro del imperio otomano

- TOMÁS ALCOVERRO Beirut

Hay que hacer un esfuerzo de imaginació­n, en medio de este abrupto valle de la Kadisha, con conventos, capillas incrustada­s en sus rocosas laderas, con grutas que fueron habitadas por ermitaños, con caminos y senderos orillando el precipicio para creer que allá por el siglo XVI un obispo de nombre Sarkis el Razi transportó hasta aquí , a lomos de mulas, una imprenta adquirida en Roma, para poder imprimir libros religiosos.

Una travesía desde la gran ciudad santa de la cristianda­d hasta este rincón perdido de la montaña de Líbano no era una empresa fácil.

El valle de la Kadisha, que en la antigua lengua siriaca quiere decir santo, fue refugio de antiguos cristianos perseguido­s, víctimas de sus propias luchas intestinas, de las acometidas de los cruzados de Occidente o de los soldados enviados por el sultán otomano para someterles y aniquilarl­es.

Durante siglos fue la escondida sede de diecisiete patriarcas maronitas, esta iglesia oriental que acata al papa de Roma, de liturgia árabe pero también siriaca, corazón religioso de Líbano.

Sarkis el Razi, burlando la prohibició­n del sultán de usar imprentas para divulgar el Corán y otros libros religiosos porque considerab­a que atentaba contra su carácter sagrado, desmontó la maquina por piezas antes de transporta­rla desde Italia y consiguió pasar la vigilancia de marinos y soldados otomanos llegando al monasterio de San Antonio de Jozaya, fundado en el siglo VI de la era cristiana en una de sus arriscadas laderas.

La imprenta, la primera instalada en los pueblos del Levante, sigue expuesta en una sala del vasto monasterio. Con sus caracteres de plomo siriacos, se compuso en 1610 el Libro de los Salmos de David, gracias al tipógrafo italiano Pasqual Eli.

Aquel obispo tenía la ilusión de que con semejante maquina la Kadicha se convertirí­a en faro cultural de estos pueblos del Asia Menor. Sin embargo, su imprenta no pudo competir con los libros que importaban de Europa mercaderes de Alepo, del monte de Líbano y de Chipre.

Fue también en estos pueblos levantinos, en Beirut, El Cairo, Alejandría, Damasco, que mucho tiempo después, en el siglo XIX, floreció la Nahda o renacimien­to político y literario que vivificó su mortecina, decadente, historia.

Con Catalina Gómez Ángel y Kaveh Kazemi he vuelto a la Kadicha. Catalina, nuestra correspons­al en Teherán, deseaba ponerse en contacto desde San Antonio de Jozaya con Darío, el último ermitaño del valle, dependient­e del prior del convento.

Darío, de apellido Escobar, de Medellin, es colombiano como Catalina, y acostumbra a contestar a los números de teléfono que le hacen llegar desde la sacristía. Hace años le entrevisté.

En silencio obedece a su regla diaria de catorce horas de oración, tres de trabajo, dos para el estudio, cinco para dormir.

Celebra misas en siriaco y en español, come lo que siembra en su huerto porque la carne está prohibida por la regla. Viste hábito talar y se toca con la capucha de los monjes maronitas.

Con una piedra lisa por almohada y una tabla como lecho, con un cilicio de pelo de cabra, vive desde el año 2000 en esta ermita de Huqa.

El padre Darío cree que siempre habrá ermitaños en el mundo, pero que “sin un llamamient­o de Dios es imposible vivir esta vida”.

Paradójica­mente, en estas tierras de la Kadicha empezó una emigración de sus habitantes en el siglo XIX hacia los países latinoamer­icanos, pero también hacia EE.UU. Allí los llaman los turcos –entonces estos árabes estaban todavía sometidos al imperio otomano– y aparecen a veces en novelas como las de Gabriel García Márquez .

La familia de Gibran Jalil Gibran, el popular autor de El Profeta, escrito en inglés, emigró a EE.UU. en 1854. Está enterrado en Becharre, en un extremo del valle. Cuando su río o torrente sale de esta región de la Kadicha y penetra casi vacío y sucio de basuras en la vecina región musulmana de Tripolí, cambia bruscament­e de nombre. Allí sus habitantes lo laman Abu Ali.

Gibran dejó escrito que “vuestro Líbano es una partida de ajedrez entre un jefe religioso y un jefe militar, un país de discursos y debates. Mi Líbano es el gorjeo de mirlos, el temblar de encinas y chopos. Es el eco de flautas en grutas y cavernas”. Su tumba, ahora también cerrada por la peste coronaria, domina la Kadicha.

El colombiano Darío, último ermitaño del valle, está convencido de que tendrá un sucesor

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INSTAGRAM El monasterio de San Antonio de Jozaya, en el valle de la Kadisha, donde vive el ermitaño Darío Escobar

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