La Vanguardia

El fantasma helado de la URSS

Una antigua ciudad minera soviética sobrevive en el archipiéla­go Svalbard, en el Ártico noruego

- RAFAEL RAMOS

En el verano ártico, con “calor” (un promedio de siete grados en julio y agosto) y 24 horas de luz, todo es mucho más fácil, incluso el viaje de Longyarbar­en, la capital de Svalbard, a Pyramiden, un enclave ruso que en su día fue una ciudad-modelo soviética y un espejo para que el mundo occidental mirase a la URSS, y que hoy es un poblado fantasma. En invierno, con las aguas heladas, no se puede viajar en barco y la única manera de llegar a la comunidad minera abandonada es recorriend­o en motonieve los 150 kilómetros de distancia, a través de glaciares, barrancos, fiordos y el último tramo en mar abierto.

Pero cuando por fin se vislumbra Pyramiden (la montaña de donde se extraía el carbón recordó a alguien la pirámide de Giza, en Egipto), después de un viaje no exento de desafíos, no es como ver aparecer Las Vegas en medio del desierto americano. La oscuridad es casi total y solo se distingue, en medio de la noche eterna, la luz tenue de una bombilla que sale de la cantina del hotel, ocupado por las tres o cuatro personas que se encargan del mantenimie­nto de la central eléctrica que sigue funcionand­o y del cuidado básico de los edificios. Pero su presencia cumple sobre todo una función esencial: que Rusia pueda decir que está habitada y no pierda los derechos que ello implica.

El archipiéla­go de Svalbard, a solo mil kilómetros del polo Norte, en el paralelo 79, solo había sido visitado por los vikingos hasta que en el siglo XVII lo utilizaron balleneros, cazadores de pieles y de morsas escandinav­os, británicos, holandeses y daneses como centro de operacione­s. Ningún país se planteó reclamar su soberanía hasta el hallazgo de carbón antes de la I Guerra Mundial. Un tratado de 1925 otorgó la soberanía a Noruega, pero con dos condicione­s: que cualquier ciudadano del mundo podría establecer­se si encontraba trabajo y se pagaba una vivienda, sin necesidad de visado, y que cualquier Estado podría explotar los recursos naturales.

Las principale­s potencias firmaron inicialmen­te el acuerdo, pero no así la URSS, a quien las negociacio­nes pillaron distraída con su incipiente revolución. Pero cuando lo hizo, más adelante (hoy los signatario­s se elevan a 46), vio una oportunida­d única de poner un pie en Occidente, mostrar la cara más guapa de la utopía soviética en la riviera del Ártico y contar con una base desde la que explotar no solo el carbón sino también los recursos naturales que apareciera­n. Además de controlar, en caso de conflicto, una ruta vital de comunicaci­ones y permitir el acceso a los submarinos nucleares basados en la península de Kola. También se especula con que era un centro de entrenamie­nto de espías y se hacían pruebas secretas de armas no convencion­ales.

Moscú compró Pyramiden a Suecia en 1927 y creó una comunidad de unos mil habitantes, procedente­s sobre todo de las regiones mineras del este de Ucrania y el sudoeste de Siberia, que estaban mucho mejor pagados que en la Unión Soviética como compensaci­ón por las duras condicione­s. El traslado a Svalbard, con contratos de dos años, era considerad­o un premio. Había –y aún se conservan, con el consiguien­te despliegue de hoces y martillos– un edificio administra­tivo (que las teorías de la conspiraci­ón dicen que albergaba también el cuartel general del KGB), escuela, gasolinera, jardín de infancia, centro cultural, cine, hospital, piscina cubierta, hotel, cantina, biblioteca, canchas de baloncesto y hockey sobre hielo, gimnasio, oficina de correos y un busto de Lenin. Todas estas instalacio­nes son las más septentrio­nales del planeta. Al norte, solo hay hielo, icebergs y el Polo.

El boom se produjo en los años cuarenta, pero en 1998, tras la caída de la URSS y con Boris Yeltsin como líder, los rusos decidieron abandonar Pyramiden y quedarse solo con su otro enclave minero en Svalbard, la localidad de Barentsbur­g, a 60 kilómetros de distancia, que sigue activo. La explicació­n oficial –no creída por todo el mundo– es que el carbón estaba cada vez más dentro de la montaña, y para que su explotació­n fuera rentable se requería una inversión masiva. Un factor determinan­te fue que en 1996 se estrelló al aterrizar un avión lleno de trabajador­es y sus familias. Murieron los 141 pasajeros, un golpe muy duro a la moral colectiva.

La despoblaci­ón de Pyramiden se produjo en un visto y no visto. En junio todavía vivían varios centenares de personas, y en octubre solo quedaban los encargados del hotel (donde duermen los turistas que hacen la excursión en invierno en motonieve) y las demás instalacio­nes. Los edificios, en el típico estilo arquitectó­nico soviético, se mantienen igual que estaban entonces, incluidos los murales de mosaicos que rememoran la Gran Guerra Patriótica, un venerable piano apodado Red Oktober y los invernader­os

Solo queda un puñado de habitantes, que permiten a Rusia afirmar su presencia con fines estratégic­os

donde se cultivaban tomates, lechugas y pepinos. El bloque de apartament­os (sin cocina, todo el mundo comía en la cantina) para los hombre solteros, o con la familia en Rusia, era conocido como Londres; el que albergaba a las mujeres, París (con un túnel subterráne­o que los comunicaba para posibles aventuras nocturnas); y el de las familias, “la casa de los locos”, por el ruido que hacían los niños corriendo y gritando. La avenida principal se llamaba los Campos Elíseos, otro guiño a Occidente, y Lenin todavía mira melancólic­o desde lo alto de su pedestal al glaciar de Nordenskjö­ld. A sus pies pastan los renos en una pradera de hierba natural creada con toneladas de tierra traída expresamen­te desde Ucrania para alegrar el lugar, y que sobrevive. Los columpios infantiles siguen balanceánd­ose cuando sopla el viento.

En el frío nada perece, y los arqueólogo­s anticipan que Pyramiden seguirá igual dentro de quinientos años. La URSS murió hace tiempo, pero su fantasma sobrevive en un rincón del Ártico que además es Occidente.

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FÚLVIA NICOLÁS
 ?? FÚLVIA NICOLÁS ?? La forma de la montaña recuerda a la
pirámide de Giza, de ahí el nombre del lugar
FÚLVIA NICOLÁS La forma de la montaña recuerda a la pirámide de Giza, de ahí el nombre del lugar

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