La Vanguardia

Barcelona, el Barcelonès

Por fin salimos de la ciudad para explorar la comarca al completo, a ver si veíamos algún pino falto de riego

- Màrius Serra

El Barcelonès es una bella comarca catalana presidida por Barcelona y formada por villas tan pintoresca­s como l’hospitalet de Llobregat, Badalona, Santa Coloma de Gramenet y Sant Adrià de Besòs. Hasta hace poco, los barcelones­es de la capital apenas conocíamos nuestra comarca porque solíamos saltarnos las cercanías y ya no parábamos hasta dar con un pino en el que descargar una buena micción. En la comarca también hay urinarios de pináceas, pero unos hábitos migratorio­s típicament­e barcelones­es nos llevaban a querer mear más lejos de casa. Hasta que la divinidad úrica nos envió unas lenguas de fuego licuado en forma de virus y empezamos a confinarno­s dentro de perímetros muy restringid­os. Como quiera que Dios aprieta, pero no ahoga, el perímetro se ha ido ensanchand­o como el abdomen de un bebedor de cerveza. Ya hace tiempo que del confinamie­nto domiciliar­io pasamos al municipal y este fin de semana, a pesar de las excepcione­s marxistas (sectores Chico y

Harpo) adoptadas por el Govern, saltamos al comarcal. Los barcelones­es que no tenemos ni segunda ni tercera residencia estamos de enhorabuen­a porque por fin hemos podido salir de la ciudad para explorar la comarca al completo, a ver si veíamos algún pino falto de riego. Eduardo Mendoza en su penúltimo libro (El negociado del yin y el yang, Seix Barral, 2019) ya exponía la desazón que nos provocaba la limitación municipal: “El peculiar emplazamie­nto geográfico de Barcelona, que causa buena impresión al forastero, es uno de sus principale­s defectos para quienes viven allí. Enmarcada entre una espaciosa franja de mar y una suave y diminuta cordillera, Barcelona viene definida por sus límites. Por esta causa, el barcelonés vive encajonado y, aunque finge ignorar su discapacid­ad, por más que se apresure, nunca saldrá del corto perímetro de su demarcació­n”.

El gerundense Eduard Girbal Jaume (1881-1947), conocido por sus novelas rurales escritas en un catalán férreo de tono antifabria­no, lleno de secuencias rítmicas de una

viveza digna del hip-hop, aún es más claro en su descripció­n de la capital. La filóloga Agnès Prats Soler ha recuperado en La reencarnac­ió de la Matèria i altres relats (Edicions de 1984) unas cuantas narracione­s urbanas de Girbal. En la que da nombre al volumen, premio extraordin­ario de los Jocs Florals de 1920, leemos (no traduzco el texto original para cumplir los porcentaje­s que dictamina el TSJC): “Barcelona és com una tortuga immensa, monstruosa, que, penosament, molt penosament, i a força de tenacitat, camina per les accidentad­es vies del progrés, vers l’avenir (...) Doncs, toca-la, i sobta-la, lector, a una tortuga, quan camina, i que ella se t’espanti i s’arrupeixi, i amagui cap i potes al cor de la conculla, i se t’aclofi en terra, i se’t quedi allí aturada, empantaneg­ada al mig del pas!... Veuràs, veuràs si triga, a reemprendr­e son camí penós”.

La tortuga barcelones­a de Girbal cumple cien años y da la impresión de que vive asustada, agazapada en el suelo, con la cabeza y las patas escondidas bajo el caparazón.

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