Alerta: el gordo puede caer en su trabajo
Hay aseguradoras que cubren las eventuales desbandadas y conflictos de personal en empresas agraciadas
Del embrollo del personal del PSOE de la calle Ferraz en el 2016 al de una notaría de Mataró en el 2005. Cada año, el premio gordo reparte alegrías. También disgustos. Y grandes disgustos.
“Muchas empresas se sorprenden. Pensar que puede tocar entre sus empleados les hace gracia, pero nosotros les decimos: nunca se sabe…”, señala Silvia Pérez, responsable de innovación y departamento de daños de Hiscox, una aseguradora británica fundada en 1901 y con delegación en España desde 1997.
La compañía incluye en el apartado “pérdida de beneficios” una cobertura de los posibles estragos del gordo si el número que juega la empresa es premiado (400.000 euros por décimo, 320.000 después de impuestos). “Es un guiño a nuestra casa madre. En Inglaterra hay más tradición de juego y apuestas. Cubre el riesgo de que pierdas media plantilla o sufras abandonos de empleados relevantes, cuyas vacantes son difíciles de cubrir y obligan a gastos de recambio. Es verdad que mucho te tiene que tocar hoy”, indica Silvia Pérez.
Si uno repasa noticias sobre los premiados con el gordo del siglo XXI, concluye que la tradición española crea otro tipo de perjuicios laborales: las broncas, los agravios y el mal rollo.
A priori, la fantasía erótica del trabajador es hacer un corte de mangas a la empresa (o a sus cuadros directivos). Cuatro de cada diez empleados dejarían de trabajar si les tocase la lotería, concluye una encuesta del portal Acierto.com. Después, bien por el aterrizaje en la realidad –el gordo no es el Euromillones–, bien porque esto de tener un empleo es una bendición, muchos agraciados siguen al pie del cañón.
“No se fue nadie del departamento. Todos seguimos, yo la más veterana y nadie faltó al trabajo. Llevo 43 años y me jubilo el año que viene”, señala Conchi Rodríguez, del área de Movilidad del Ayuntamiento de Málaga, en la que 37 de los 40 empleados se repartieron en 70 décimos 28 millones de euros del gordo del 2017. Hubo tres funcionarios que no quisieron jugar. “Fueron los primeros en ir a comprar el cava. Se lo tomaron muy bien. No jugaban ningún año por convicción”, recuerda la entonces concejal del área de Movilidad, Elvira Maeso. ¿Se imaginan su día a día laboral si en lugar de Movilidad hubiesen sido los encargados de la recaudación de las multas de tráfico?
La costumbre de jugar números de empresa ha tenido dos variantes. El empresario obsequia un décimo del sorteo de Navidad a los empleados o la empresa reserva un número y deja al albur de cada empleado jugar o no. Las dos fórmulas conducen al mismo lugar: el sorteo del gordo implica a todos los trabajadores. Y ninguna exime de trifulcas.
El titular desde el año 2000 de una notaría de la calle Deu de gener de Mataró mantuvo la costumbre de su predecesor de regalar un décimo a cada empleado días antes del sorteo en un sobre cerrado. El problema surgió en el año 2005: el tercer premio fue para el 07494, el obsequiado a todos los empleados. Cincuenta mil euros por décimo.
¿Todos? No. Una trabajadora, en situación de incapacidad temporal desde el 25 octubre hasta el 24 y de baja por maternidad a partir del 25 de noviembre, nunca recibió un décimo. Denunció a la notaría después de la negativa a darle su décimo o pagarle 50.000 euros. Cuatro años después –pleitos tengas y los ganes– el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya desestimó la demanda.
El asunto debió de dejar cicatrices y este diario no ha recibido respuesta a su petición para saber si la tan navideña costumbre del señor notario se había mantenido o pasó a mejor vida tras el 2005.
Tampoco en el PSOE tienen muchas ganas de comentar lo sucedido un 22 de diciembre del
“El seguro cubre el riesgo de que por un juego de azar pierdas media plantilla o empleados relevantes”
El gordo tiene un lado oscuro laboral: el mal rollo, como sucedió en la sede del PSOE o en una notaría de Mataró
2016 cuando corrió como la pólvora que la lotería de “empresa” había sido agraciada con el gordo. “Un gran final para un año difícil”, según un tuit prematuro del PSOE.
El número que jugaban todo los empleados no recibió ni la pedrea. En cambio, los cinco décimos que la administración de lotería había regalado a los que gestionaban el pedido oficial fueron premiados con el gordo.
En un año convulso laboralmente en la sede del PSOE, con ERE y despidos temporales, el asunto creo malestar. El partido se desentendió y alegó que los trabajadores agraciados lo fueron “a título personal”. Nunca trascendió el pacto que evitó acabar en los tribunales. “Ya me acuerdo. Aquello creó muy mal rollo”, señala un exdiputado.
“Cada vez hay más empresas cuyos departamentos de relaciones humanas gestionan la venta del número de forma informática o remitiendo a una administración para evitar líos. Los hay que despiertan a última hora y tratan de adquirir un décimo como sea por miedo a que les toque a los demás, señala Bosco Castillejo, de la popular empresa lotera Doña Manolita de Madrid. Ah, la lotería. Un negocio que ignora los impagados desde el día en que un precursor del marketing dijo lo de que “si no es un décimo pagado, no es premiado”.
“Cambiaría mi participación por un año sin coronavirus”, asegura Juan, uno de los agraciados por el último gordo, el que dejó 320 millones de euros en Reus. El centro aragonés El Cachirulo vendió ni más ni menos que 3.200 participaciones del número agraciado, el 26.590. La euforia inicial fue antológica. Pocas veces el premio había salido tan repartido, pero al día siguiente, la entidad despertó desbordada: gestionar el pago a tanta gente no fue fácil. Y cuando se habían liquidado las cuentas, llegó la pandemia. El Cachirulo cerró el local y mantiene suspendidas todas sus actividades sociales. Todas, salvo la lotería. Han vendido el doble de participaciones y en un tiempo récord.
El presidente de El Cachirulo e histórico líder vecinal de Reus, José Allueva, esquiva el protagonismo. Dice que no todo ha sido alegría, que también ha habido muchas decepciones. Gente que pudo haber comprado pero que no compró... La dictadura del dinero. Y encima, el coronavirus también ha tocado a esta entidad, muy familiar y con muchos socios de edad avanzada.
Salvo la celebración inicial, El Cachirulo no ha podido digerir ni saborear su lluvia de millones. Como cientos de entidades de Reus y de todas las ciudades, buscaban cada año la suerte vendiendo participaciones de la lotería de Navidad pero sobre todo, era una forporque, ma de generar unos ingresos extras. El Cachirulo nació en 1974 como punto de encuentro de aragoneses que residían en la capital del Baix Camp. Hasta que tocó el gordo contaban con unas 200 familias en su lista de socios. Cada viernes cantaban y bailaban jotas y casi cada tarde organizaban partidas, que si dominó, que si cartas... El local era un punto de encuentro, principalmente para los socios jubilados. Una entidad modesta para la que, como tantas otras, lo difícil era encontrar voluntarios para vender las participaciones. Hasta que el sorteo de Navidad lo cambió todo.
Cada año, desde 1974, la comisión de lotería compraba las participaciones en la administración número 1 de Salou, creen recordar al principio, esta administración la regentaba el pariente de algún socio. Aragonés, claro. Y cada año, algunos socios se esforzaban en vender cuanto más participaciones, mejor. También se repartían talonarios (con 25 papeletas cada uno) en los comercios de la calle Ample, donde está la sede de El Cachirulo. “Mi madre ya vendía y siempre se compraba unas cuantas participaciones”, dice Gemma, la propietaria de la bodega ubicada junto a El Cachirulo.
“Yo me quedé una –100.000 euros sin descontar los impuestos– y nos hemos cambiado de coche, poco más...”. Este año también ha tenido talonario, “y las papeletas desaparecieron, fue un visto y no visto, todo el mundo quería y muchos clientes se han quedado sin”.
El presidente de El Cachirulo explica que “este verano, cuando fuimos a buscar las participaciones, compramos un 50% más que el año pasado”. Pero no fue suficiente. “Se agotaron en unos días y decidimos quedarnos el resto del número –este año, el 80.581– y ha sido una locura, con lo que nos costaba vender todo antes...”.
Esta vez, el propietario de otro comercio vecino, que siempre echaba una mano ofreciendo participaciones entre sus empleados, ha tenido que suplicar para conseguir alguna, “y solo hemos podido comprar cuatro”, confiesa. Prefiere mantenerse en el anonimato y deja en el aire cuántas papeletas se quedó en el 2019 pero insiste en que la experiencia del gordo no ha sido tan feliz como cabría esperar: “Hubo empleados que se enfadaron porque el día que teníamos el talonario no estaban y no les ofrecí
Este año El Cachirulo ha comprado el doble de participaciones y las ha vendido en apenas unos días
comprar”, explica. Y luego la pandemia, que ha complicado y comprometido el negocio. Para evitar malentendidos, ha guardado las cuatro papeletas que ha conseguido como oro en paño en una caja fuerte “y si vuelve a tocar, repartiremos el premio entre todos”, asegura. Lección aprendida.
Otro caso es el de Manuel, un nombre ficticio para el propietario de un taller mecánico de Reus que compró 20 participaciones. “Primero se quedó cuatro para él, cuatro para su hermano y cuatro para el cuñado –relata su hijo– y cuando la mujer de El Cachirulo que cada año iba expresamente a venderle las papeletas ya se marchaba, compró cuatro más, y al ver que solo quedaban cuatro papeletas más en el talonario, también decidió quedárselas”. La mañana del sorteo, en la fiesta que se improvisó en la calle Ample, Manuel dijo que igual avanzaba su jubilación. Y eso ha tenido que hacer, pero no por la lotería, sino por un ictus que sufrió durante la primavera. “Por suerte, la lotería nos sirvió para liquidar hipotecas y ayudar a la familia y luego también para pagar toda la asistencia médica, la recuperación ha ido muy bien, sin el premio todo habría sido mucho más complicado”, reconoce.
El banco les cambió de asesor y el director de la sucursal se encargó personalmente de gestionar las cuentas de la familia. Comerciales de otras entidades contactaron con ellos para ofrecerles inversiones de todo tipo... Unas semanas después del sorteo, les entraron a robar en el taller mecánico. “Supongo que pensaban que ahí habría dinero...”, dice. “Pero desde el principio tuvimos muy claro que lo utilizaríamos para ayudar a la familia y amigos más allegados”, añade. Cerrando más hipotecas y sufragando deudas, una ayuda caída del cielo.
“Durante enero y febrero se notó cierta alegría en las tiendas, pero luego la pandemia lo ha complicado todo, lo que sí hemos notado es que la gente compra más participaciones de lotería que otros años”, dice Meritxell Barberà, presidenta de la Unió de Botiguers de Reus. Las colas delante de algunas administraciones de lotería de la ciudad lo confirman. “El efecto gordo se está notando y ha compensado con creces la bajada de ventas de décimos en bares y restaurantes”, mantiene Oscar Bausà, propietario de la administración La Pastoreta. Con él coincide Rosa Sarabia, de la administración número 1, en el Raval de Jesús, quien pese al confinamiento y la crisis reconoce que “las ventas son ligeramente mejores que el año pasado”.
El ‘efecto gordo’ se ha traducido en un incremento de ventas en las administraciones de lotería de Reus