“La amistad digital está ya al mismo nivel o más que la física”
Narciso Michavila, sociólogo, presidente de GAD3
La megacrisis del coronavirus ha acelerado cambios sociales y ha revertido otros; las generaciones por debajo de 70 años éramos las primeras que no hablábamos de ‘antes o después de la guerra’ o ‘antes o después de la pandemia’ y, de repente, todos, occidentales o no, ricos y pobres, hemos descubierto que no tenemos la supervivencia garantizada, y eso tiene un impacto en nuestra escala de valores”, afirma Narciso Michavila (Madrid, 1965) que, como sociólogo y presidente de la consultora de Investigación Social,
GAD3, ha seguido de cerca el impacto de la pandemia en la sociedad española.
Observa, dice, que la seguridad “ha recuperado preeminencia”, y eso conlleva riesgo de mayor autoritarismo e imposición de fronteras, a pesar de que en la primera ola la reacción fue de solidaridad. “Si tras la pandemia de gripe de 1918 vinieron los
felices años 20 y un repunte de nacimientos; habrá que ver cómo se evoluciona ahora”, dice.
De lo que no tiene duda Michavila es de que el avance en digitalización, el teletrabajo, la flexibilización de horarios y muchos nuevos usos digitales (como la compra online) “van a quedarse”.
Hace unos días presentaba el informe Impacto de las pantallas en la vida familiar. Los adolescentes, en el que se constata cómo todo lo digital también ha ganado peso en nuestras relaciones. ¿Qué implicaciones tiene eso?
La amistad digital está hoy ya al mismo nivel o más que la física. Ahora mismo los jóvenes (y también gente no tan joven) conocen a mucha gente digitalmente antes que físicamente. Piense en los chavales que han accedido este año a la universidad por primera vez; están conociendo a su profesor y a sus compañeros antes por pantalla que presencialmente; interactúan digitalmente pero no están pudiendo tener contacto físico entre ellos.
¿Y eso puede afectar a sus habilidades relacionales?
Uno de los temas que me preocupa bastante en el caso de las relaciones de los jóvenes es el postureo, que con la crisis de la Covid se ha acentuado. La imagen que el joven proyecta hacia afuera es absolutamente artificial, llena de filtros; lo único importante parece ser el físico, sobre todo entre adolescentes. Con la digitalización todo es pura apariencia, mientras que en el contacto presencial tu amigo lo es por muchos y variados elementos que conforman a esa persona. Y también impacta en el sexo. Reducir las relaciones al mero atractivo físico y el placer es volver a una visión muy capitalista y muy masculina del sexo.
¿Y qué se puede hacer?
La vulnerabilidad, las obsesiones y adicciones de los adolescentes han existido en todas las épocas, pero sus mayores ya habían pasado por ello y les podían ayudar. Ahora, el uso de la tecnología es nuevo para todos, y los padres intentan ayudar pero es que ellos también están inmersos en el problema, en aprender a civilizarse en el uso de las pantallas. Para mí, la auténtica brecha digital no es tener acceso o no a la tecnología, sino tener o no educación para hacer un uso controlado de ella. La brecha está entre quien es capaz de controlar las pantallas y quien termina siendo controlado por los algoritmos que hay tras ellas.
¿Cómo se alcanza ese control, esa educación digital? ¿Hemos de saber todos más de tecnología?
No. Muchos padres creen que porque su hijo sabe usar muchas redes sociales o maneja de maravilla el ordenador “controla” el mundo digital. Pero lo que ese hijo tiene son herramientas o habilidades tecnológicas, pero no más control.
Entonces, ¿cómo se logra?
Con educación clásica. No podemos caer en el error de pensar que mayor conocimiento tecnológico supone mayor desarrollo humano. Yo abogo por invertir muchísimo en tecnología pero sin perder el anclaje con lo analógico. No podemos privar a las nuevas generaciones de seguir leyendo diarios y libros en papel, de tener sobremesas largas, de salir al campo... porque eso es fundamental para el pensamiento analógico, y ese pensamiento es diferente del digital ,y muy necesario.
Habla de pensamiento analógico y digital. ¿Qué los diferencia?
El pensamiento digital es muy fragmentado; es ese que hace que vayas a coger el móvil para mirar un correo y, como ahí tienes todo, vas saltando de una cosa a otra y al final no sabes para qué cogiste el móvil. El analógico, no. Ver una película lenta o leer un libro físico, que lleva un orden secuencial, te obliga a aislarte del ruido digital y a aguantar la concentración. Por eso es importante el pensamiento analógico, porque nuestros jóvenes tienen gran habilidad para pasar de un tema a otro y para tener varios temas en la cabeza, pero tienen serios problemas de concentración.
Así que para una buena educación digital es clave tener más actividad analógica.
Yo creo que hay que manejarse en lo digital como si no existiera lo analógico y en lo analógico como si no existiera lo digital. Uno debe leer libros electrónicos y aprovechar todas las oportunidades que tiene de usar anotaciones, compartir texto, etcétera. Pero, a la par, no puede dejar de leer libros físicos, en papel, porque eso le da otras cosas, le obliga a aislarse y concentrarse.
¿Cómo convencer de todo ello a los más jóvenes?
Los padres tienen que hablar con los hijos sin dramatizar ni escandalizarse de sus adicciones y relaciones, que son las digitales, y darles herramientas para poder diferenciar a qué gente pueden seguir y a quién no, en qué paginas comprar o no, y demostrarles (con el ejemplo) que hay tiempos de conexión y de desconexión, de actividades digitales y de analógicas.
SOCIALIZACIÓN ADOLESCENTE
“Me preocupa el postureo; todo es filtro y apariencia, como si solo importara lo físico”
LA VERDADERA BRECHA DIGITAL “Está entre ser capaz de controlar las pantallas o ser controlado por los algoritmos tras ellas”