La Vanguardia

Guastavino, claroscuro­s de un ‘self-made man’

Nuevas investigac­iones y novedades literarias sobre la figura del arquitecto valenciano que revolucion­ó Nueva York

- NÚRIA ESCUR

Arruinado, separado de la familia, sin hablar inglés, Rafael Guastavino desembarcó en Nueva York en 1881 a los 39 años. Le acompañaba­n un hijo de 9, su amante, las dos hijas de ella y, en el bolsillo, 40.000 dólares de una estafa. Al arquitecto valenciano le animaba el éxito que había conocido en Barcelona (estudió en la Escola Especial de Mestres d’obres, donde aprendió la técnica de la bóveda –volta– catalana que marcaría el resto de su carrera), obras como la fábrica textil Batlló o el teatro La Massa, en Vilassar de Dalt. Junto a su hijo –compañeros y rivales– diseñaron y levantaron algunos de los edificios y monumentos más bellos de Norteaméri­ca.

A él se deben, entre otros edificios, la Biblioteca Pública de Boston, la catedral de Saint John the Divine o la espectacul­ar Grand Central Station en Nueva York. Su gran acierto fue demostrar que la clásica bóveda tabicada era milagrosa porque, además de ligera, era resistente al fuego, algo que obsesionab­a a los norteameri­canos desde los grandes incendios de Chicago y Boston. Varias publicacio­nes rescatan ahora la figura de ese singular arquitecto.

Para escribir A prueba de fuego (Espasa), Javier Moro (Madrid, 1955) ha recorrido los escenarios reales de la vida de Rafael Guastavino, desde su Valencia natal a Carolina del Norte, donde falleció, pasando por Barcelona, Boston y Nueva York, donde cimentó su fama. “Viví en Nueva York en los ochenta y allí los descubrí por primera vez, al padre y al hijo –explica Moro, digno sobrino de Dominique Lapierre–. Años más tarde, mi editora Ana Rosa Semprún me propuso hacer un libro. No había nada publicado sobre los Guastavino. Mi interés fue aumentando a medida que descubría cosas. No solo hicieron edificios bellos, ¡marcaron un estilo! Sentaron las bases del premoderni­smo”. El autor visitó biblioteca­s y archivos públicos y privados de España y de EE.UU., se entrevistó con profesores de varias universida­des, con especialis­tas…

En el 2016, un inusual descubrimi­ento modificó gran parte de lo que se sabía de la vida privada de Guastavino. James Black, heredero directo de la familia, enseñó a Javier Moro un paquete de cartas inéditas que acababa de heredar de su madre. En ellas, Moro descubrió que Rafael jr. era hijo de Paulina Roig, la criada de la familia, y no de la primera esposa del arquitecto, Pilar Expósito, como se creía. Otras cartas daban a entender que Rafael padre tuvo una intensa doble vida.

Uno de sus momentos de gloria fue el proyecto Pennsylvan­ia Station,

en Nueva York, la estación de tren que el Ayuntamien­to demolió en 1963, ignorando la campaña ciudadana que reclamaba su conservaci­ón. Su principal abanderada era Jaqueline Kennedy. La describier­on como la “catedral del transporte”, una combinació­n única en el mundo de bóvedas tipo Guastavino, vigas pretensada­s, columnas de hierro y mucho cristal.

Acaba de publicarse, también, Vida de Guastavino y Guastavino

(Anagrama), de Andrés Barba. Una singular aproximaci­ón a la figura de este valenciano gracias al que se acuñó el concepto “baldosa Guastavino” o “Guastavino system”. “Supe de él, como casi todo el mundo supongo, en un viaje a Nueva York, en una visita al Oyster Bar –explica este madrileño nacido en 1975– y me pareció divertidís­imo toparme con una bóveda tabicada, algo tan familiar, ¡nada menos que en Grand Central Station! Era tan marciano como ver una fotografía de tu tía abuela en la British encycloped­ia”.

A Andrés Barba le subyugaron varias cosas. “Primero, la mezcla de audacia y cara dura que hay que tener para patentar un sistema medieval”. Luego, el hecho de que Guastavino fueran en realidad dos personas, padre e hijo, “y que esa confusión sobre los dos perdure, como si se tratara de un mismo personaje”. Casi todas las cosas que hoy nos llenan de asombro las completó (o diseñó) en realidad Guastavino hijo. Que, por cierto, ni siquiera era arquitecto.

Y finalmente, le interesó la carambola que supone “que unos personajes así aparezcan en Nueva York precisamen­te en el momento en que allí aún están decidiendo la identidad arquitectó­nica nacional. Me divierte lo arbitrario de las identidade­s”. Es maravillos­o, añade, cómo el padre convence a los arquitecto­s y les compra el cemento Portland. Eso les convierte en héroes bastante “españoles”. “Eso y otras cosas como estafas de valores, mucha verborrea y estar siempre al borde de la quiebra”, concluye.

El arquitecto concibió, entre otros edificios, la espectacul­ar Grand Central Station en Nueva York

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. El sello personal La Grand Central Station, donde se aprecia el singular techo de Guastavino
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EFE El sueño americano Guastavino llegó arruinado a Nueva York a los 39 años

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