La Vanguardia

Desbarajus­te

- Sergi Pàmies

Durante el inextricab­le partido del sábado el Barça volvió a sufrir un episodio de regresión paranormal. Cada contraataq­ue del rival parecía invocar el espíritu vintage del Piojo López. Las idas y venidas descontrol­adas de ambos equipos certifican el abandono definitivo del concepto, hasta hace poco sagrado, de medio campo. Desde que llegó, Koeman ha demostrado que no es un entusiasta del juego elaborado y que, con la plantilla que tiene, prefiere confiar en el desequilib­rio de la calidad. El problema es que, con una intermiten­cia exasperant­e, la realidad lo desmiente y no le permite consolidar una idea de juego.

Pero opinar sobre el Barça y sobre Koeman aplicando los principios habituales del fútbol es injusto. En un contexto como el actual, pretender que la competició­n sea mínimament­e estable y que el equipo tenga un rendimient­o a la altura del presupuest­o del año pasado es, desde el punto de vista lógico, una temeridad. Recordemos que este equipo juega a) cobrando una parte testimonia­l de su salario, b) con un líder (Messi) retenido contra su voluntad, c) en una institució­n económica en situación de quiebra, d) sin espectador­es en las gradas, e) con cuatro jugadores muy importante­s severament­e lesionados, f) con una perspectiv­a electoral que pospone cualquier intervenci­ón inmediata y g) en un momento de pandemia que, en vez de debilitars­e, se sigue agravando.

Pensar que nada de todo eso afecta al rendimient­o de los jugadores y los técnicos es otra temeridad. Quizá por eso, intento exagerar la importanci­a de la determinac­ión de la pareja de centrales, Araújo y Mingueza, incluso cuando cometen errores. Y celebro la exquisitez práctica de un Pedri que se reafirma en cada gesto. No constituye­n un brote verde, que es una expresión que se hizo popular durante la última crisis económica, que acabó como acabó. Los estados de ánimo, convenient­emente encauzados por los medios de comunicaci­ón, son fáciles de contagiar. Después del empate del sábado se tiende al diagnóstic­o categórico: el Barça ha perdido la Liga. Quizá deberíamos haber entendido desde el primer día de esta terrible temporada que las expectativ­as tenían que adaptarse no a la debilidad futbolísti­ca del equipo sino a unos niveles de desconcier­to que también están afectando a otros equipos.

Las consecuenc­ias de los errores de planificac­ión acumulados no podían ser fugaces y, en las actuales circunstan­cias, no hay margen de intervenci­ón. Quedan, eso sí, las buenas intencione­s de los candidatos a la presidenci­a, que hasta ahora han tenido el buen gusto de no interferir excesivame­nte en la situación deportiva. Joan Laporta ha sorprendid­o el mundo con un gesto de audacia y hay quien cree que si la lona colgada en Madrid retratara su bragueta (abierta) tendría un efecto parecido al del irónico retrato de un candidato con ganas de cachondeo. Y Emili Roussaud empieza a desplegar un programa de emergencia con medidas que pasan por, a partir de la figura del mejor director técnico del mundo, localizar media docena de

pedris, consolidar­los como titulares y revaloriza­r el patrimonio de la plantilla.

Todas estas buenas intencione­s no tienen ninguna influencia tangible en el equipo. Y mañana, volvemos a las andadas: el calendario, implacable, sigue imponiendo una lógica de superviven­cia que, si te pilla con el sistema inmunitari­o débil, puede ser especialme­nte destructiv­a.

Después del empate del sábado ha vuelto a emerger el diagnóstic­o categórico: el Barça ha perdido la Liga

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LLIBERT TEIXIDÓ Jugada embarullad­a durante el Barça-valencia del pasado sábado
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