La Vanguardia

Buscar la presión

- Fernando Ónega

De los discursos políticos que hoy se dicen en España, quizá los más sugerentes sean los de Pablo Iglesias. Aclaro que sugerente no quiere decir sugestivo. Sugerente, según el diccionari­o, es lo que sugiere ideas y reacciones. Sugestivo es lo que atrae, incluso seduce. Pablo Iglesias es, además, provocador, y esa es una de sus principale­s cualidades. Si se añade que utiliza poco los lugares comunes y su lenguaje es distinto a los habituales, se entenderá mejor la influencia de sus mensajes. Ese es uno de los atributos que distinguen al líder, y lo distinguir­á hasta que comience la inevitable caída de la repetición, que conduce al agotamient­o y al cansancio. Por el momento no se intuye, ni siquiera en su cruzada republican­a.

Lo último que llamó la atención ha sido algo que en principio sonó a contradicc­ión profunda: su llamada como vicepresid­ente del Gobierno a la movilizaci­ón social que, en principio, se haría contra el Gobierno del que forma parte. No estamos acostumbra­dos a eso: a que un gobernante incite a los sindicatos, a los movimiento­s y organizaci­ones cívicas a protestar contra decisiones del Consejo de Ministros o a presionar para que el Consejo de Ministros adopte determinad­as decisiones. Sin embargo, esa filosofía está en la esencia de su doctrina. Nada más tomar posesión como vicepresid­ente, dijo a quien le pudo oír, que fue toda España: “No dejéis de presionarn­os”. Sonó limpio: sonó como una petición de que no le dejen aburguesar­se, acomodarse o adormilars­e en eso que se llamó los oropeles del poder. Sonó como tenía que sonar en boca de un revolucion­ario.

Ahora lo ha vuelto a repetir, pero con un cambio en las intencione­s y los destinatar­ios: “Necesitamo­s que nos presionéis”, insistió, pero para que no ganen los poderes económicos, ni los mediáticos ni las otras fuerzas del mal. El problema es el momento: justo cuando hay tensiones ideológica­s en el Gabinete por las medidas sociales. Y el problema siguiente es que la llamada a la movilizaci­ón quizá encierre la acusación de que la otra parte, la socialista, es un agente de esos poderes. Es decir, la negativa a subir el salario mínimo no es una renuncia por las necesidade­s de la crisis económica, sino una exigencia de los intereses patronales. Mantener la reforma laboral de Rajoy es una rendición ante el capitalism­o. Y el ahorro en el sistema de pensiones, un camino marcado por los banqueros para fomentar el negocio de las pensiones privadas.

En ese caso, alguien podría sospechar que el señor Iglesias y su partido actúan como activistas más que como gobernante­s y que estarían utilizando la calle para conseguir lo que no pueden imponer por su fuerza parlamenta­ria o por la convicción de sus argumentos en las discusione­s internas. Al presidente Sánchez y a la vicepresid­enta Calviño les recordaría­n el sonido de aquella frase atribuida a Fraga: “La calle es mía”. Y en el fondo quizá sea eso.

No es habitual que un gobernante incite a protestar contra decisiones del propio Consejo de Ministros

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