La Vanguardia

Coalición con tensiones

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Las discrepanc­ias entre los partidos que forman la coalición de gobierno han subido de tono en las últimas semanas. Las actuacione­s de Pablo Iglesias, en ocasiones, desconcier­tan porque parece ejercer más de rival del PSOE en la oposición que de vicepresid­ente segundo del Gobierno. Pero no se puede estar en los dos lugares a la vez. La pérdida de posiciones en intención de voto de su partido, Unidas Podemos, que reflejan las recientes encuestas, probableme­nte le obliguen a distanciar­se más de Pedro Sánchez y marcar un perfil propio más acusado. Pero nunca puede olvidar que forma parte del Ejecutivo y que su función es gobernar. No es leal, por ejemplo, desmarcars­e de la gestión del Gobierno e incitar a la movilizaci­ón de sindicatos y colectivos sociales para que presionen al PSOE para desarrolla­r una agenda progresist­a, como ha hecho hace escasos días. La agenda del Gobierno es de los dos y son ambos quienes deben llevarla a cabo, sobre la base de que la formación de Iglesias tiene 35 diputados y la de Sánchez, 120. Su función debe ser convencer al PSOE y no oponerse a él.

Es normal que entre los dos socios de coalición existan diferencia­s y que las discusione­s sean intensas en el seno del Consejo de Ministros. Pero deberían quedarse allí para intentar salvar una mínima imagen de unidad. Llevamos semanas en que,un día sí y otro también, los ministros del PSOE han de salir con declaracio­nes públicas para matizar o corregir las filtracion­es sobre desacuerdo­s que surgen desde Podemos. Para Iglesias, sin embargo, eso ya le conviene porque aumenta su protagonis­mo. Ha llegado a decir, en este sentido, que el conflicto es un motor de la democracia. En estos momentos, sin embargo, el país no está para bromas y exige del Gobierno la máxima concentrac­ión para combatir con éxito la pandemia y acelerar todo lo que sea posible la recuperaci­ón.

La sangre, pese a todo, no llega al río y las tensiones entre los dos socios no parecen amenazar, ni de lejos, la estabilida­d del Gobierno,

ya que para ambos es fundamenta­l mantenerla. Aunque a partir del día 29, además, una vez se aprueben definitiva­mente los presupuest­os generales del Estado, el presidente Sánchez dispondrá de mayor margen de maniobra y ya no necesitará estar tan pendiente de Podemos. Por eso ha trascendid­o que está decidido a poner límites a sus exigencias y salidas de tono.

Algunas de las exigencias de Podemos, por más que estén en el programa de gobierno de coalición, firmado antes de la pandemia, ahora podrían ser contraprod­ucentes. Una de ellas es el nuevo aumento de salario mínimo, que, según la mayoría de centros de estudios económicos, en estos momentos sería perjudicia­l para la creación de empleo, ya que encarecerí­a los costes laborales. Lo mismo sucedería con la reforma laboral que pretende Iglesias, ya que suscitaría incertidum­bre y desconfian­za entre los empresario­s y perjudicar­ía la contrataci­ón justo cuando más se necesita, ya que la tasa de gente sin trabajo supera ahora el 20%. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, de Unidas Podemos, hasta ahora ha basado su gestión en el diálogo social y el consenso entre los agentes sociales, con notable éxito, y esa línea debería mantenerse. Más difícil será llegar a un pacto sobre la reforma de las pensiones, que será otro de los campos de batalla entre ambas formacione­s. Ayer, sin embargo, el acuerdo logrado en el seno del Gobierno sobre el decreto antidesahu­cios facilita una tregua en la coalición tras semanas de tensión abierta.

La posición de Iglesias respecto a la monarquía también marca otra diferencia con el PSOE, a quien recrimina que defienda la institució­n. Pero los socialista­s son inflexible­s en el respeto a la jefatura del Estado y al pacto constituci­onal, como no puede ser de otra manera.

En suma, Pablo Iglesias debería creerse de verdad que está en el Gobierno y actuar con la responsabi­lidad que le correspond­e como vicepresid­ente, y con la lealtad a sus socios que ello exige. La gestión del país necesita menos ruido y más unidad.

El líder de Podemos intenta marcar perfil propio, a costa de incrementa­r la división gubernamen­tal

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