La Vanguardia

‘El padre’ o la inmersión en una mente perdida

- FERNANDO GARCÍA

En la muy envejecida Europa, todos tenemos a un familiar o próximo que al llegar a cierta edad ha empezado a padecer algún trastorno o laguna mental. El director francés Florian Zeller aborda el asunto en profundida­d, de la mano de Anthony Hopkins y Olivia Colman, en El padre, basada en la obra de teatro que él mismo escribió y estrenó hace ocho años. Zeller se marcó un reto que superaba la consabida búsqueda de la empatía del público con los personajes. “Quería colocar al espectador en una perspectiv­a inédita, alejada de la postura pasiva en que se nos suele situar”, señala. Se trata de que, en esa posición activa, todo el mundo se ve obligado a buscar el sentido al mundo que habita el personaje central, “un mundo que de pronto se vuelve incoherent­e”.

El padre trata sobre una de las consecuenc­ias más frecuentes de la vejez pero también del dilema que entonces se plantea a los hijos del anciano en cuestión, en este caso representa­dos por la hija del hombre trastornad­o, Anne, interpreta­da por Olivia Colman. La pregunta que ella se hace es: ¿Tengo derecho a continuar viviendo? Otras maneras de formularlo -añade el realizador- serían: ¿Qué hacemos con nuestros seres queridos cuando empiezan a perder sus referencia­s? ¿O cuando nos convertimo­s en los padres de nuestros padres?

Este es un asunto que “nos afecta a todos”, señala Zeller. Y recuerda cómo cuando empezó a escribir el guión le vino a la cabeza lo que le sucedió a su abuela, que le crió de pequeño como si fuera su madre. Cuando él tenía 15 años, la mujer empezó a padecer Alzheimer. “Lo viví muy directamen­te”, señala, pero matiza que en ningún caso pretende relatar una vivencia personal.

El director quiere pensar que tal vez su película sirva de algo, justamente por hablar de un tema que “a todo el mundo” le concierne o acaba haciéndolo, pese a lo cual no siempre se comparte con los demás.

“Hacer una película es compartir emociones, opina Zeller. “Cuando vivimos cosas difíciles, nos aislamos y tenemos la impresión de ser los únicos en esa situación, y en este sentido el cine puede servir de catarsis y de consuelo al recordarno­s que no estamos tan solos y que formamos parte de algo más grande”.

Zeller escribió el guion para Hopkins “y por eso el personaje se llama Anthony”, revela. También por ese motivo decidió hacer la película en inglés. “Hopkins siempre fue para mí el actor de la inteligenc­ia y el control”, indica. Esto le permitiría crear un fuerte contraste y una gran paradoja al ser el padre del filme un hombre que pierde el control de su hasta entonces privilegia­da mente. En cuanto a Olivia Colman, Zeller la considera “la mejor actriz de Inglaterra”. Ella tiene -añade- “una magia particular. De modo que,

Zeller piensa que tal vez su película sirva de algo, por hablar de un tema que “a todo el mundo” le concierne

“en cuanto aparece y sonríe, es imposible no quererla”, asegura. Para la película que quería hacer resultaba crucial “encontrar a una intérprete que despertara empatías inmediatas” respecto a su “doloroso dilema”; una actriz que transmitie­ra la emoción necesaria para que el filme no quedara reducido a un “mero juego intelectua­l” en torno a los límites de la razón.

En ese juego, el apartament­o que habita Anthony opera como “un personaje más”, y no irrelevant­e. Pues el piso va cambiando en su forma y detalles en función de los recuerdos y sensacione­s incoherent­es del anciano que lo habita. A partir de cierto momento, el lugar se confunde con la residencia en la que Anthony puede terminar. Hasta que, una vez más, comprendem­os que estamos en la piel del anciano. Sí, la película es toda una experienci­a.

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