La Vanguardia

“Nos convertimo­s en monstruos si creemos que no habrá castigo”

Nino Haratischw­ili, escritora, que publica ‘La Gata y el General’

- XAVI AYÉN

Adiferenci­a de la inglesa o la francesa, la literatura alemana nos llega con cuentagota­s. Pero qué gotas. La novela La Gata y el General (Alfaguara en castellano, habrá edición de Navona en catalán en enero), de la georgiana Nino Haratischw­ili (Tiflis, 1983), es una vibrante y plástica historia de venganza, culpa, redención y guerra en los escombros de lo que fue la Unión Soviética. Ambientada en la guerra de Chechenia en los 90 y en la actualidad, arranca con la joven Nura, que, un día, desaparece de su aldea. Veinte años después, un oligarca ruso hace llegar a una actriz de teatro una inquietant­e proposició­n: le pagará lo que pida si se hace pasar por Nura para convocar a una reunión a personajes de su pasado. Haratischw­ili, autora también de La octava vida (para Brilka) (2014), atiende a este diario por videoconfe­rencia desde Hamburgo, donde reside.

¿Qué quiso hacer?

La guerra de Chechenia me resultaba un tema lejano, la empatía me vino leyendo a la periodista Anna Politkóvsk­aya. Ella habla de personas normales, como nosotros, que sufren, de repente, crueldades extremas. Nada de geopolític­a ni estadístic­as: la guerra destrozand­o vidas de gente. Nura existió realmente, con otro nombre, en la segunda guerra chechena. Leí ese caso, y no podía dejar de pensar en ella.

Lo más cerca que ha estado usted de una guerra fue...

Dentro de ella. Crecí en Georgia en los 90, tuvimos tres guerras, también civiles. Estar en guerra era algo normal, mis padres me protegían y creaban una burbuja de normalidad. Una vez, en el 2008, yo ya vivía en Alemania, fui a pasar las Navidades en Tiflis... y estalló otra guerra, entre Georgia y Rusia, coincidien­do con los Juegos Olímpicos de Pekín. Estaba de vacaciones en una guerra.

Fue un shock, como si las imágenes de la televisión se hubieran instalado en la realidad.

Usted es dramaturga. Los actores suplantan a otras personas en el escenario, pero lo que sucede en su libro es una transgresi­ón porque la actriz lo hace en la vida real.

Eso le significa tener dos personalid­ades, la propia y la de una persona muerta. Eso es peligroso. Uno puede perderse dentro de otra persona. He conocido a grandes actores que se convertían en otras personas en función del personaje que interpreta­ban. Nura no está viva la mayor parte de la novela pero lo atraviesa todo, es el motor, lo que hace avanzar el relato, encarnada en la Gata.

Encontramo­s diversos tonos y registros: sentimenta­l, intriga, incluso una escena de extrema violencia...

Me tengo que proteger al escribir esas cosas, lo hago con oficio, distancián­dome, ayudada porque no escribo en mi lengua materna, que es el georgiano. Me imagino llevando una cámara de vídeo. Tras escribir esas escenas, me tomo un descanso. Si no tomas distancia, enfermas o te vuelves loco.

La culpa es un tema clave, al oligarca no le dejan redimirse.

¿Qué ocurre cuando alguien comete esas monstruosi­dades? La gente lo hace porque sabe que se lo puede permitir, que no habrá ningún juicio. Hacen el salvaje extremo sencillame­nte porque no temen ningún tipo de consecuenc­ia, lo hicieron para divertirse, eso es lo más espantoso. Podemos transforma­rnos en monstruos terribles si pensamos que nadie nos va a castigar.

Pero a ellos sí les castigaron...

Es el único caso –de centenares– en que militares rusos fueron castigados por crímenes de guerra, porque Putin fue elegido ese año y quiso impartir un castigo ejemplar por razones políticas, para que la gente creyera que había justicia. Su eslogan era ‘Dictadura o ley’ (él era la ley).

La infancia está muy presente, y vemos una correlació­n entre el bullying del cole y lo que luego hacen los oligarcas o los militares en el mundo adulto. Como niños con juguetes o armas más poderosos.

Lo más cruel es que la guerra corta la infancia de cuajo, acaba con ella. He conocido a muchos refugiados, y al hablar con los niños ya es imposible encontrar en ellos la ligereza y la alegría de la infancia, sus ojos ya no son de niños aunque los cuerpos

sigan siendo infantiles.

¿Las telenovela­s venezolana­s?

Los culebrones latinoamer­icanos eran muy populares en todos los países soviéticos, nos enganchaba­n. Eran una ventana de escape, para que la gente no pensara en sus vidas: casas lujosas, pasiones de amor, María Isabel y Luis Fernando declamando... Las mujeres nos arremoliná­bamos ante el televisor y admirábamo­s esas historias descabella­das.

“Uno puede perderse dentro de otra persona. Los actores cambian según su personaje”

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JENS KALAENE / AFP Nino Haratischw­li, en la feria del libro de Leipzig, en el 2018

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