La Vanguardia

Ni tan bueno ni tan listo

- Sergio Heredia

Esto del periodismo deportivo lo llevo regular: en realidad, me hubiera gustado estar del otro lado del espectro. De crío, cuando competía, me imaginaba arrollando a mis rivales en una última recta majestuosa, bajo un estadio olímpico con las gradas a reventar, para luego atender a los periodista­s en una sala de prensa atestada y pasar un buen rato vacilándol­es.

¡Ay, si hubiera podido! Pensaba ser original, tan gracioso, como Stacey King. King había sido pívot en Chicago Bulls, y un día dijo:

–Nunca olvidaré aquel partido en el que Michael Jordan y yo nos conjuntamo­s para conseguir 70 puntos. Él hizo 69, y yo, uno.

De haber tenido la oportunida­d, me hubiera esforzado por ser como Stacey King.

De hecho –no voy a mentirle al lector–, a mis cincuenta años todavía sueño con eso, con ser como Stacey King para subirme a mi pedestal y vacilarle al mundo.

(...)

A lo largo de mi carrera como atleta, muy pocos periodista­s se interesaro­n por mí.

Por algo sería.

En ocho años como semiprofes­ional (me entrenaba como un profesiona­l, cobraba como un amateur), apenas me pedirían tres o cuatro entrevista­s. Una de ellas la guardo como oro en paño: me la había hecho el gran José Luis López para Atletismo Español, revista hoy desapareci­da en papel aunque viva en digital (cuando coincido con José Luis, todavía se lo recuerdo).

Tres o cuatro entrevista­s daría. No valía para más.

Ni era tan bueno como Jordan ni

Dijo Stacey King: “No olvidaré el partido en el que Jordan y yo sumamos 70 puntos: él hizo 69 y yo, uno”

era tan listo como Stacey King.

Así que, luego, me costó entrar en el mundo del periodismo deportivo. Me costó porque sentía envidia. Envidiaba al deportista talentoso, aquel que nunca fui y nunca sería.

(...)

Hace un par de semanas, me vi exponiéndo­le mis cuitas a Inma Puig. Es una psicóloga deportiva de leyenda. Había ido a entrevista­rla, aunque sería ella, explorador­a de la mente, quien acabaría lanzando preguntas.

Yo le contestaba encantado: ¡sentí que me estaban entrevista­ndo!

Cuando le hablé de la envidia que me provocaban los astros del deporte, esos tipos cuyas hazañas debo contar para cobrar a fin de mes, Inma Puig me clavó la mirada y apenas añadió una palabra.

Tan solo esbozó una sonrisa.

Y al salir de su despacho, pedaleando aturdido mientras pensaba en la fragilidad de la mente humana, acabé patinando sobre el pavimento para darme un tortazo.

Aún me duelen las magulladur­as.

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