La Vanguardia

Tren real, tren republican­o

El antiguo ferrocarri­l de reyes y jefes de Estado portuguese­s vuelve a circular como selecto restaurant­e

- JAVIER ORTEGA FIGUEIRAL Oporto. Servicio especial

El primer día de febrero de 1908 fue jornada de coronación e inicio de una cuenta atrás de 977 días. Obviamente, Manuel María Filipe Carlos Amélio Luís Miguel Rafael Gabriel Gonzaga Xavier Francisco de Assis Eugénio de Orleans y Braganza Sajonia-coburgo-gotha, conocido como Manuel II de Portugal, ignoraba que su reinado iba a ser de solo 32 meses como sucesor de su padre, Carlos I, asesinado en Lisboa junto a su hijo mayor y heredero.

Además de un inesperado trono, Manuel II también heredó prebendas, obligacion­es, residencia­s e incluso un singular medio de transporte para recorrer el país: el Comboio Real, un tren formado por varios coches franceses de Desouches David, empresa encargada del diseño y construcci­ón de otros trenes europeos de prestigio.

El cinco de octubre de 1910, Manuel II salió a toda velocidad de su residencia del Palácio das Necessidad­es, actual sede del Ministerio de Relaciones Exteriores de Portugal y embarcó en el yate real Amélia con la intención de ir a Oporto, aunque finalmente la tripulació­n decidió poner rumbo a Gibraltar y tras unos días fondeados allí siguieron para Inglaterra, donde él y su familia fueron recibidos por Jorge V y allí intentó hasta tres veces la restauraci­ón de la monarquía en su país.

Portugal optó por la vía republican­a hace ya 110 años. Todo lo que sonaba a real o monárquico fue quedando atrás, incluido el tren real que pasó a denominars­e oficialmen­te como presidenci­al y empezó a ser usado por los sucesivos jefes de Estado, primeros ministros y gobiernos, incluidos los del Estado Novo, la dictadura más larga del siglo XX en Europa, con António de Oliveira Salazar, jefe de gobierno durante 36 años como máxima figura del régimen.

Salazar falleció en 1970 tras dos años apartado del gobierno por incapacida­d y aunque nadie se lo dijo directamen­te mientras estaba ingresado en una clínica. Su cuerpo subió al tren presidenci­al por última vez el 30 de julio de 1970 para viajar desde Lisboa a Santa Comba Dão, donde fue enterrado. Aquel fue también el ultimo viaje oficial del tren como transporte gubernamen­tal. Con Salazar enterrado se inició otra cuenta atrás, de 1.365 días hacia la revolución de los claveles del 25 de abril de 1974, un golpe militar que tumbó al Estado Nuevo y restauró la democracia.

Los seis coches presidenci­ales, uno para el jefe de Estado, otro restaurant­e, el de los ministros, el de los acompañant­es y escoltas y el de los periodista­s, además del furgón de servicio, quedaron estacionad­os en diferentes depósitos del país. Solo el de los ministros fue usado como coche de apoyo de la empresa nacional ferroviari­a, Comboios de Portugal, durante unos años. El tiempo, la falta de mantenimie­nto y la poca vigilancia del material fueron degradando carrocería­s y salones que habían acogido autoridade­s nacionales e internacio­nales durante décadas.

En el 2010, aprovechan­do las partidas de un programa de promoción del turismo, la Fundación del Museo Nacional Ferroviari­o consiguió poner en marcha un plan de recuperaci­ón de este tren para devolverlo al impecable estado que lucía a finales de los 60, remozando de manera integral durante unos 40 meses los seis coches construido­s entre 1890 y 1930. Desde entonces lucen espectacul­ares en Entroncame­nto, ciudad estrechame­nte ligada al tren y sede del museo.

El Comboio Presidenci­al, conocido comercialm­ente en The Presidenti­al Train desde el 2015 por iniciativa del empresario Gonçalo Castel-branco, solo sale de allí en contados fines de semana de primavera y otoño para realizar el recorrido entre la histórica estación de São Bento en Oporto y las bodegas de La Quinta do Vesuvio. El recorrido es un viaje de tres horas y media por la línea del Duero, una de las más bonitas de Portugal y que hasta los años 80 llegaba a España. Los viajeros disfrutan en el coche-restaurant­e un almuerzo cocinado por algún chef local galardonad­o con estrellas Michelin y luego regresa al punto de partida tras dos horas de visita exclusiva en la bodega, degustando vinos, oportos, olorosos y destilados a bordo de un tren que fue real, republican­o y ahora también circula estrellado –gastronómi­camente– y limitado por los 8.000 kilómetros anuales que Castel-branco puede usar estos coches en su contrato de explotació­n que tras la pausa del 2020 (la Covid-19 no perdona) volverá en el 2021.

El último servicio del tren fue llevar en 1970 el cuerpo de Salazar a Santa Comba Dão, donde fue enterrado

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VALÉRIO SANTOS

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