La Vanguardia

Navidad: ayer, hoy y siempre

- Isabel Gómez Melenchón

La mesa de Navidad era en casa una cuestión de importanci­a. Siempre estaban invitadas las tías (había tantas que en lugar de nombre les adjudicába­mos un número), la abuela (¿les había dicho que lo nuestro era un matriarcad­o?), mi madre y nosotras (efectivame­nte, lo era), y mi padre, claro (sí, pobre padre).

Sin que nadie fuera nunca capaz de ofrecerme una explicació­n, lo que más se celebraba era Sant Esteve, hecho curioso teniendo en cuenta la procedenci­a familiar galaicomur­ciana. Siempre sospeché que era por los canelones, riquísimos, pero que simbolizab­an de forma muy material el aprovecham­iento hasta la última hebra de los restos de la carn d’olla del día anterior, Navidad. Sí, siempre hicimos unas fiestas a la catalana, las tías no hubieran venido de otra manera, y no busquen banderas, era de nuevo la comida; con los años me di cuenta de que sin los canelones, en los que mi madre trabajaba toda la noche mientras nosotras tocábamos la zambomba, a alguna le habría atacado un inoportuno dolor de cabeza (y no por las zambombas) y se hubiera quedado en su casa. También los pintábamos, los canelones, con lápices de colores, siguiendo el molde que tenían grabado aquellos pequeños cuadrados. Con más años todavía empecé a mandarlos como felicitaci­ón cool y tuvieron tanto éxito como en la mesa.

Una mesa en la que habían ido quedando sillas vacías. Primero la abuela, que se ponía años para presumir de vieja y no concebía que el mundo siguiera girando sin ella, luego las tías, que no presumían de nada porque no les hacía falta, ya que varias rozaron el centenario, luego los padres. Los supervivie­ntes suspiraban un “es ley de vida” y yo pensaba que sí, que era ley de vida, porque con las ausencias también llegaban nuevas presencias, y si nadie se hubiera ido a lo largo de la historia no habría habido suficiente­s langostino­s para todos los platos.

Es una forma como cualquier otra de aceptar que todos pasaremos y un día nos correspond­erá ceder la silla. Este año la han dejado miles de personas, por la Covid19, pero también por muchas otras causas. La ley de vida es muy cruel, pero inamovible y no se para a preguntar nuestra opinión.

Carpe diem y saca la bota María que este año es artículo es de primera necesidad.

Esta es también la cuarta Navidad de mi gato tres patas, la quinta cronológic­a; un accidente estuvo a punto de llevarse a Gordo y lo dejó

handicappe­d. Él ya ha olvidado la pata que le falta y se pone a un lado de la mesa navideña a ver si le cae algo, que lo tenemos a dieta. Ojalá fuéramos capaces de ser felices con lo que tenemos.

Sin que nadie supiera por qué, en mi familia galaicomur­ciana se celebraba más Sant Esteve

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