La Vanguardia

¿Dónde guardaba Franco la mano de Santa Teresa de Jesús?

- NÚRIA ESCUR

Ala santa andariega y mística se la rifaron incluso después de muerta. Tras dar lo mejor de sí, batallar y fundar dieciséis conventos en sus últimos veinte años, el cuerpo de Santa Teresa de Jesús fue paseado dentro y fuera del país, y algunos de sus miembros repartidos por el mundo.

En total, se oficiaron tres entierros. Primero, la enterraron a toda prisa (de mala manera para disgusto de las monjas) en el convento de Alba de Torres y pronto ejecutaron su primera exhumación. Tardaron cuatro días en retirar tierra y piedras. Lo encontraro­n incorrupto.

Antes de instalarla en el nuevo féretro el padre Jerónimo Gracián, su director espiritual y amigo, pidió verla y se asombró de su conservaci­ón (“los pechos, me admiré de verlos tan llenos y altos”). Luego procedió a amputarle una mano que entregó a las carmelitas, excepto un dedo meñique que se quedó .

Pasaron tres años y mandaron llevar el cuerpo a Ávila, así que volvió a ser exhumado el 25 de noviembre de 1585 y trasladado, incorrupto y sin el brazo (que se quedó en Alba de Tormes como regalo de consolació­n de su comunidad). Los Duques de Alba, enfadados, recuperaro­n otra vez el cuerpo, “tras convencer a Sixto V de que ordenara el traslado”, según relata Nieves Concostrin­a en Polvo eres.

Lo que queda del cuerpo de Santa Teresa, a quien tanto sentido común y tantas máximas debemos, se encuentra en una capilla de la Iglesia de la Anunciació­n de Nuestra Señora de Alba de Tormes. Le custodian nueve llaves. Pero el trayecto más rocamboles­co, quizás macabro, lo realizó su mano izquierda, la seccionada por Jerónimo Gracián. Tras la Guerra Civil fue a parar a Francisco Franco. Lo explicó en su día el ABC, detallando, que “había sido rescatada en Málaga por las fuerzas nacionales”. Cuentan que el Generalísi­mo la considerab­a su talismán y que en su dormitorio del Palacio del Pardo hizo construir un altarcito para venerarla.

Se nombró a un funcionari­o cuya única misión era trasladar y proteger con su vida la reliquia, que presidía todos los actos del dictador. Detalla

Miguel Ángel Ordóñez que cuando el general iba a dormir la colocaba en su mesita de noche. No se separó de ella hasta el último momento y, según allegados, fue el verdadero “sostén de su misión”.

Rezan las crónicas que el obispo accede al deseo vehemente de su excelencia de retenerla en su poder. “Es gustosísim­o de tener Su Mano al lado del Caudillo, que se ha propuesto, con la ayuda de Dios, forjar una nueva España que entronque con la Imperial del tiempo de dicha Santa”.

Al morir Franco, su viuda y su hija viajan a Toledo con la mano sin meñique de Santa Teresa para devolverla a la Iglesia. Así lo recoge la prensa: “Doña Carmen Polo entrega al primado la reliquia de Santa Teresa de la que era depositari­o el caudillo”. También les dejan una insignia de la Cruz Laureada de San Fernando que llevaba Franco cuando iba de paisano.

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