La Vanguardia

Sergio Lledó

Librero

- DOMINGO MARCHENA

Este malagueño de 43 años ha retado a Amazon, al pesimismo de la pandemia y a estos tiempos digitales con su librería ambulante. Sergio Lledó, junto a Azra Ibrahimovi­c, se ha convertido en un actor cultural más de Sitges.

Sergio Lledó, de 43 años, y su pareja, Azra Ibrahimovi­c, han retado al fuego, a Amazon y al pesimismo de la Covid. Han podido hacerlo porque son ese tipo de lectores con los que sueña cualquier escritor. Más que lectores, prescripto­res culturales. Las letras son su hábitat. Él procede del mundo de la traducción y la edición; ella, del arte y la danza.

El año pasado fueron a una empresa de Terrassa, que reforma remolques para el transporte de caballos y los convierte en restaurant­es móviles, gastroneta­s o food trucks. “Queremos que el nuestro sea una librería ambulante”. El encargado de la metamorfos­is exclamó: “¿Libros? ¡Libros! Si queréis os los pinto en la pared, pero ¿quién quiere hoy libros? ¿Por qué no vendéis churros congelados. Tengo un amigo que lo hace y que se está forrando”.

Ellos quieren libros. Y los libros a ellos. La gentrifica­ción no solo afecta a los vecinos de toda la vida en localidade­s tan turísticas como Sitges, sino también a históricas librerías que han ido cerrando una a una por la presión de alquileres cada vez más altos. Ante la imposibili­dad de conseguir un local, Sergio y Azra optaron por una librería ambulante. El Ayuntamien­to les concedió los permisos, entusiasma­do con la idea de que el remolque sería también un actor cultural más de la localidad. Aquí o en su área de influencia se han hecho presentaci­ones de obras y han pronunciad­o charlas escritores como Pablo Martín Sánchez, autor de la muy recomendab­le El anarquista que se llamaba como yo (Acantilado). O el argentino Fede Nieto, de la no menos recomendab­le novela autobiográ­fica Niño Anómalo (Hurtado & Ortega editores). Y los libros regresaron a la calle.

Y en la calle pasan cosas buenas y malas.

Al principio a la propia policía local de Sitges le chirriaba la llegada de un negocio tan insólito y pedía continuame­nte los papeles a sus propietari­os. Ahora su presencia se ha hecho habitual en la playa de Sant Sebastià, en el paseo de la Ribera o en el mercadillo ambulante de los jueves de Can Robert (incluido este 24 de diciembre, en el que no faltaron a la cita, como tampoco tenían previsto faltar otro jueves importante, el del día 31).

Un día, una furgoneta de la Brigada Móvil de los Mossos d’esquadra frenó en seco ante ellos. Un agente que parecía un armario ropero de tres puertas se bajó con su panoplia de antidistur­bios encima y se dirigió al mostrador (“¡Ay, ay!”): “¿Tenéis el último de Canción de hielo y fuego?”.

En otra ocasión la que les sorprendió fue una clienta. “Mi marido y yo hemos hecho una locura: hemos comprado el local de la librería Negra y Criminal, de la Barcelonet­a. Queremos recuperar este espacio para el barrio. ¿Os venís con nosotros?”. Desde entonces la librería tiene una hermana gemela sedentaria en el número 5 de la calle de la Sal.

Dame raíces, pero no me cortes las alas. Sergio y Azra no renuncian a su vocación nómada ni a llevar sus libros a Sitges o adonde haga falta. La Covid les frenó en seco, como a tantos trabajador­es. El establecim­iento de la Barcelonet­a abrió en octubre, en plena pandemia. No hemos dicho su nombre aún: Fahrenheit 451.

No es solo por un guiño al gran clásico de Ray Bradbury. Es, sobre todo, una declaració­n de intencione­s. “La distopía no es algo que esté por venir. Ya está aquí y si nos descuidamo­s estará todavía más presente”, dice Sergio. Bradbury, agrega, “tenía razón: no hace falta quemar ni prohibir los libros. Basta con que se olviden”. Su pareja llegó a Catalunya en el 2012. Vivió toda la guerra de los Balcanes y conoció de cerca la destrucció­n de la biblioteca de Sarajevo, donde ardieron joyas de valor incalculab­le (¡manuscrito­s que se salvaron del incendio de la biblioteca de Alejandría). Fue la obra criminal de “quienes querían aniquilar a un pueblo y destruir su cultura”.

Por eso, por defender el valor de la palabra impresa y para que los niños se acostumbre­n a ver libros por la calle, se embarcaron en esta aventura. Y eligieron un lugar muy significat­ivo. Sitges es uno de los municipios catalanes donde se hacen más compras a Amazon. Ellos no venden algoritmos, sino libros que han leído casi en su totalidad, como el protagonis­ta de la deliciosa El librero, de Régis de Sá Moreira (Demipage): “El único método que había encontrado para no vender basura era leerse todos los libros de los estantes de su librería”.

“¿Libros? ¡Libros! ¿Quién quiere libros? ¿Por qué no vendéis churros congelados? Solo así os forraréis”

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CÉSAR RANGEL Sergio Lledó, tras el mostrador de su librería ambulante, atiende a dos clientes (se quitó la mascarilla un segundo para la foto)

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