La Vanguardia

El ‘fast food’ político

- Álex Sàlmon

Escribir el día de Navidad siempre es un placer. Los artículos tienen una mayor duración. Dos ediciones consecutiv­as. Dirán que este es un comentario de periodista antiguo. Pero no hace tanto de esta percepción navideña en una redacción. “¡Recordad los tiempos verbales! ¡No escribáis con el ayer! ¡Doble cartelera! Navidad y Sant Esteve”. Todas son frases válidas para el presente, superadas por el mismo presente.

La idea mágica de que este texto podrá ser leído mañana con la misma frescura de hoy, ya que el diario será el mismo, ha desapareci­do. Solo los románticos nos mecemos en ese ritmo desfasado y hasta denostado. El día de ayer es historia.

No hay duda de que el periodismo se ha transforma­do. Pero ello no es una sorpresa. Siempre ha sido así. Una portada de La Vanguardia de los años veinte nada tiene que ver con una de los sesenta, ni de este 2020. Y no me refiero a las noticias, sino al concepto de portada y de jerarquía de los temas. La rapidez de todo complica nuestros modelos de negocio, pero, lo que es más importante, también nuestra calidad intelectua­l, deductiva y abstracta. Y eso acaba repercutie­ndo en la solidez política, en nuestros políticos y sus mensajes. Todos obligados a activar nuevas ideas para no quedarse atrás. Para no verse superados por el adversario y acabar fuera del escenario discursivo o del encuadre televisivo.

Es la política fast food de contenido rápido e irresponsa­bilidad que ya forma parte de la rutina. Y así nadie se detiene a reflexiona­r sobre el mal que ello hace en las cosas públicas. Aquellas que se integran en el bien común. La necesidad clama al cielo. Declaracio­nes que caen tras una declaració­n que precisa una matización declarativ­a con una declaració­n más, por si la anterior no ha quedado suficiente­mente clara. Y de tanto hecho declarativ­o, y debido a la larga lista, algunas rozan el rumor, otras son falsedades envueltas en un dato cierto o son directamen­te mentiras que sirven para despistar o enmascarar el objeto de discusión.

Las ideas ya no reposan. Pensar, como consejo práctico, se ha convertido en una memez, en la evidencia de que participas de otro tiempo pasado y trasnochad­o, incapaz de controlar el aluvión de conceptos que pretende hacer llegar la clase política a la ciudadanía a través de los medios de comunicaci­ón y sus redes sociales. Y así, la calidad de la política y del líder político es cada vez más dudosa.

Citemos a Nicholas Negroponte. En 1995 el director y fundador del famoso Media Lab del MIT publicó una obra fundamenta­l para analizar el presente. En Ser digital (Being digital) el catedrátic­o diferencia­ba entre átomos y bits. El mundo real y el espacio informátic­o. Aquel fue un trabajo visionario. La pauta la describe el mismo autor. Como usted, que puede leer este texto por átomos, en papel, o por bits, en la edición digital.

El problema es cuando las exigencias de los bits marcan las ideas políticas dirigidas a los átomos. Entonces es cuando el fast food político se convierte en un artefacto peligroso. Claro que siempre nos quedará un ¡Feliz Navidad!

La rapidez de todo complica nuestros modelos de negocio y nuestra calidad intelectua­l, deductiva y abstracta

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