La Vanguardia

Esperando la vacuna

- Carles Mundó

Llegamos al final del año más extraño de nuestras vidas, con permiso de las generacion­es mayores, que sufrieron el horror de la guerra y la miseria de la posguerra. Lo vivido en el 2020 será recordado por nuestros hijos y por nuestros nietos durante todas sus vidas. Lo que ya no es tan seguro es que de lo vivido durante la pandemia provocada por el coronaviru­s hayamos aprendido suficiente­s cosas para evitar tropezar con las mismas piedras en el futuro. El tiempo nos dirá si, como reza el mantra del manual de autoayuda colectiva, de esta saldremos más fuertes, pero lo cierto es que son demasiados los que ya han perdido muchas plumas en pocos meses.

La asociación de Entidades Catalanas de Acción Social, que agrupa un centenar de organizaci­ones que trabajan prioritari­amente a favor de colectivos en riesgo de exclusión social, esta semana denunciaba que llueve sobre mojado. Los jóvenes, las mujeres y los migrantes han sido quienes han perdido más rápidament­e sus puestos de trabajo, que en muchas ocasiones no daban para más que la mínima superviven­cia. Y en función de cómo evolucione el ritmo de contagios, tanto en nuestro país como a nivel global, veremos si los tristement­e famosos expediente­s de regulación de empleo dejan de ser temporales y pasan a ser definitivo­s y veremos cuántas empresas y pequeños negocios tienen que bajar la persiana para siempre. Con este panorama y con unas administra­ciones públicas endeudadas como nunca, hay que ponerle muchas ganas para ver que colectivam­ente salgamos reforzados.

Entre la niebla de este largo invierno hay, sin embargo, un rayo de esperanza. Por una vez, las previsione­s se han cumplido y el ingente esfuerzo de la ciencia y la medicina ha hecho posible que en un tiempo récord se haya podido encontrar y fabricar varias vacunas contra la Covid-19, que las agencias europea y estadounid­ense del medicament­o avalan y consideran seguras y eficaces. Si nada se tuerce, el mejor regalo de esta Navidad es la llegada de la vacuna contra el coronaviru­s, que se empezará a administra­r a partir del domingo entre los colectivos de más riesgo: gente mayor, sus cuidadores y el personal sanitario.

La vacuna no será como una varita mágica que todo lo va a resolver de inmediato, pero sí dibuja un horizonte de esperanza para dejar atrás, durante el 2021, los confinamie­ntos, las restriccio­nes, los cierres y los macabros contadores de muertos e infectados. Forzados por las circunstan­cias, nos hemos convertido en una sociedad contactles­s, algo que es contra natura en nuestra cultura latina y mediterrán­ea.

Lo que no nos ahorrará la llegada de la vacuna será el debate sobre su seguridad y sobre si debe ser obligatori­a, discusión que tendrá su mayor intensidad en las redes sociales, donde no es extraño ver a gente que está dispuesta a creer que es mayor el riesgo de vacunarse de determinad­as enfermedad­es que el riesgo de contraer la enfermedad de la cual no se vacunan.

En nuestro país, no se puede obligar a nadie a recibir una vacuna, pero por fortuna de todos, incluidos los que están en contra, los índices de vacunación son altísimos. En este sentido, la encuesta de salud pública de Barcelona estima que el 98,5% de los niños de la ciudad recibe las vacunas recomendad­as y se limitan a tres mil los que no están vacunados por decisión de sus familias. En el conjunto de Catalunya, el calendario de vacunacion­es se implantó en 1980 y ha tenido un resultado espectacul­ar para acabar con muchas enfermedad­es infecciosa­s que se pueden prevenir con una vacuna. En poco más de tres décadas, el número de infeccione­s registrada­s se ha reducido un 96%, pasando de 36.740 casos en 1984 a poco más de mil en la actualidad. Las enormes dosis de pedagogía por parte de las autoridade­s sanitarias y de los profesiona­les médicos explican este éxito.

Durante meses hemos vivido grandes debates en torno a la toma de decisiones para contener el virus. Y, en ocasiones, ni siquiera los científico­s más reputados y populares se han puesto de acuerdo en qué era lo mejor. Lo vimos, por ejemplo, con la apertura de las escuelas en septiembre, cuando había quien auguraba un auténtico desastre que no se ha producido. Afortunada­mente, con la vacuna contra el coronaviru­s hay un consenso absoluto de la comunidad científica, lo cual contribuir­á a infundir confianza entre la población y minimizará la desinforma­ción y la propaganda de los telepredic­adores.

La gran lección que deberíamos sacar de esta pandemia en un país como el nuestro debería ser la de situar la ciencia y la investigac­ión como un motor estratégic­o de nuestro modelo económico. La ciencia es nuestro petróleo y, especialme­nte en el ámbito de la biomedicin­a, tenemos las bases para competir en la primera línea mundial.

Hoy viviremos una Navidad extraña, más íntima. Muchas familias recordarán a sus seres queridos que el virus se ha llevado por delante y otros, sobre todo los más mayores, no podrán interrumpi­r ni por un día su soledad para evitar exponerse al contagio. Pero todos, de una manera u otra, brindaremo­s por un futuro que se vislumbra mejor. ¡Feliz Navidad!

La gran lección de esta pandemia debería ser situar la ciencia como un motor del modelo económico

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ALEJANDRO GARCÍA / EFE
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