Las Navidades de Juan Carlos I
Si incluso Donald Trump ha indultado a su consuegro, yo no veo por qué no puedo escribir que Juan Carlos I me sigue cayendo bien y que, si de mi dependiese, pasaría la Navidad en Medina del Campo, Calamocha o en un hotel con encanto allá por los cerros de Úbeda.
¿Qué sentimos los defensores de la monarquía constitucional a la vista del panorama? Orgullosos, lo que se dice orgullosos, no estamos con las hazañas financieras de Juan Carlos I. ¡Si se puede vivir la mar de bien con cuatro euros y la conciencia tranquila! El mal ya está hecho y si hoy fuese 7 de julio estaría en Pamplona o hablando del impecable aislamiento sanitario aplicado por Felipe VI en defensa de la institución. Todos entendemos que no hay otra...
Pero hoy no es 7 de julio, sino Navidad, fecha que predispone al sentimentalismo, la fraternidad y eso tan cristiano de la indulgencia o el perdón de los pecados (y pasarse por el forro el sexto mandamiento).
Me resulta imposible no sentir algo parecido al afecto por Juan Carlos I, acaso porque su grandeza y sus miserias son, salvando distancias, tan humanas como las mías.
¿Gratitud? Digamos que si me hago la pregunta de si este país, España, sería mejor o peor de no haber reinado, la respuesta es clarísima: el rey Juan Carlos fue decisivo para la modernización de una sociedad cuartelera, pacata y acomplejada en cuanto salía a Europa.
Ya supongo que a los jóvenes esto les sonará como a mí las guerras carlistas o el teatro de Arniches, pero no soy joven y es Navidad. Me apena esta suerte de destierro, por muy dorado que sea, por excesivo y prematuro. No se me ocurriría nunca exigir a la familia Pujol que se traslade a la Riviera Maya a tomar baños de mar o a escalar las pirámides mayas.
Vaya usted a saber cómo celebrará el rey emérito estas fiestas. A estas alturas, está claro que al hombre le han gustado mucho las mujeres y el sentido del humor. Un león anciano es anciano pero nunca se vuelve herbívoro. Nos salió un rey algo golfo y cachondo, al que muchos le seguimos profesando estima, de la misma manera que algunas mujeres prefieren un esposo tarambana a uno matemático, virtuoso y cazador de setas.
Me consuela suponer que en días y noches como estas, Juan Carlos I debe de ponerse el mundo por montera y en la hora del brindis se dirá aquello tan decimonónico de “¡que nos quiten lo bailado!”
Y lo bien reinado.
Y, sin embargo, me cuesta no sentir afecto por Juan Carlos I,
incluso por sus debilidades