La Vanguardia

Los secretos del éxito del Poble Espanyol

El artífice de la atracción recorrió en 33 etapas unas 600 poblacione­s de las que regresó con un millar de fotografía­s e incontable­s dibujos

- LLUÍS PERMANYER

La atractiva exposición inaugurada en el Arxiu Fotogràfic de Barcelona evoca el proceso de construcci­ón del Poble Espanyol. Vale la pena comentar las claves de un éxito tan grande como inesperado.

El artífice fue Miquel Utrillo. Era un personaje algo cubista, habida cuenta de sus muchas facetas: ingeniero industrial, dibujante, pintor, crítico de arte, trece años director de la sección artística de la naciente Encicloped­ia Espasa y adornado con un gusto exquisito. Con todo, lo más relevante en este caso era su condición

El Ayuntamien­to puso a disposició­n de Utrillo un Hispano Suiza para documentar sobre el terreno los edificios

de promotor artístico, algo un tanto abstracto y difuminado.

Tenía ideas originales y sabía llevarlas al buen puerto de la realidad. Fue ya en 1924 cuando sometió a Fernando Álvarez de la Campa, alcalde de Barcelona impuesto en 1923 por el dictador Primo de Rivera, su proyecto Iberiona, esbozado con destino a la perfilada exposición de Montjuïc. No prosperó.

Años más tarde, se vislumbró la posibilida­d de llevar a cabo algo parecido. El objetivo era semejante a Iberiona pero más claro y ambicioso, el Poble Espanyol.

Fueron Joaquín Montaner y sobre todo Lluís Plandiura, altos cargos de la Exposición Internacio­nal, quienes tuvieron al atrevimien­to de aprobar su realizació­n. Y Miquel Utrillo fue nombrado responsabl­e de llevarlo a cabo. La clave de la decisión estaba en la amistad que desde hacía tiempo les unía, basada en la confianza y coincidenc­ia anudada en el terreno del arte, no en balde Plandiura era un coleccioni­sta formidable.

Sólo Utrillo podía, en tan poco tiempo, realizar una aventura de tamaña envergadur­a. Conocía la España artística como la palma de su mano. No tuvo más que trazar el itinerario que seguir. Era lo más fácil, pues luego hubo que recorrer en 33 etapas unas 600 poblacione­s donde escoger y documentar con minuciosid­ad los edificios que deseaban reproducir. Resultado, un millar de fotografía­s y el detalle de incontable­s dibujos.

El Ayuntamien­to puso a su servicio un Hispano Suiza de 34 caballos y al volante, un carretero que no un chófer. Las averías y unos caminos intransita­bles fueron lo peor.

El acierto fue la selección del equipo dirigido por Utrillo: el pintor y dibujante Xavier Nogués, pero sobre todo dos arquitecto­s, Francesc Folguera y Ramon Reventós. El resultado fue tan impecable, que la construcci­ón mejoró los edificios originales.

Fue Reventós quien defendió la exigencia de evitar poner en pie, tal como se pretendía, un decorado al modo de un estudio cinematogr­áfico. Su idea de plantar estructura­s sólidas se impuso al fin, gracias también a la elección de un constructo­r muy versado en el cemento armado.

Fueron Raventós y Folguera quienes desplegaro­n toda su profesiona­lidad para que el conjunto ofreciera al cabo de trece meses de obras la imagen de un pueblo verdadero y atractivo, que debía sorprender con buenos recorridos y rincones gratifican­tes y espacios solemnes.

El éxito fue tan popular que desaconsej­ó su prevista demolición. Y no sólo había seducido al pueblo, pues el ministro francés de Agricultur­a confesó: “Es tan admirable que me voy a Francia con el intento de hacer algo parecido en París”.

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ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA.
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PÉREZ DE ROZAS / ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA
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Poble Espanyol
Los viajeros. Francesc Folguera, Xavier Nogués, Ramon Reventós y Miquel Utrillo, en una pausa de su viaje. Debajo, las obras de construcci­ón del Poble Espanyol

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