La Vanguardia

Recuperar la ilusión

- Mónica G. Álvarez

El sorteo de la lotería de Navidad hizo que, por un momento, nos olvidásemo­s de las restriccio­nes de movilidad, de las medidas sanitarias a causa de la Covid-19 y de la imposibili­dad de reunirnos con nuestras familias durante estas fechas. Oír cantar a los niños de San Ildefonso siempre ha conseguido ponerme el vello de punta, y por supuesto, este año no he fallado a mi tradición. Aunque reconozco que fue raro poner el televisor y no escuchar los aplausos ni ver el Teatro Real de Madrid abarrotado de público disfrazado y emocionado, la ilusión me embargaba con cada minuto que pasaba, y todo gracias a la televisión: era el espíritu navideño, el mismo que, a partir del 22 de diciembre, nos hace darnos de bruces con unas fechas queridas por unos y odiadas por otros.

Ver las ciudades engalanada­s, así como nuestras propias casas, nos da ese empujón, pero ¡ay, cuando encendemos la pequeña caja tonta y comenzamos a desear que nos toque el gordo! Ahí es cuando realmente muchos nos damos cuenta de que ha llegado la Navidad. La verdad es que el gordo nunca ha tocado en mi casa, pero este evento es tan importante para nosotros, que incluso tenemos una frase para celebrar, siempre entre risas, el no haber ganado el premio: “¡Feliz día de la salud!”. Esa felicitaci­ón y esas carcajadas son, en este terrible 2020, más necesarias que nunca.

Soy realista, ha sido un año muy difícil para todos: las pantallas se convirtier­on en nuestros nuevos mejores amigos, pues suplían los abrazos no recibidos, y la televisión, una vez más, fue nuestro fiel acompañant­e. Sin embargo, las malas noticias con innumerabl­es programas, tertulias o reportajes y entrevista­s que contaban la tragedia de esta pandemia hicieron que dejase de ser la mejor compañía. De hecho, tal fue la saturación que experiment­é que un día decidí no encenderla más, salvo si no era para divertirme, entretener­me o aprender de algo que no fuese el virus. Para informarme, opté solo por leer los periódicos. La televisión debía ser solo un pasatiempo.

Y mantuve mi promesa hasta el día del sorteo de Navidad, cuando volví a hacer mi ritual de poner TVE y dejarme llevar por la magia. A partir de ahí, he agradecido los especiales que las distintas cadenas han emitido para mantenerno­s entretenid­os, para brindarnos consuelo y alegría, para mimarnos y hacernos olvidar las malas vivencias, para acompañarn­os y librarnos de la soledad. Porque la televisión ha pasado a ser “el mejor antidepres­or contra el coronaviru­s”, como lo denominó el Journal du dimanche. En definitiva, ha sido y sigue siendo nuestra mejor evasión para recuperar el ánimo.

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