La Vanguardia

2021: los días que vendrán

- Susana Quadrado

Alo largo de todo este año, subiese o bajase la curva, el único futuro que imaginábam­os era más negro que el presente. Si aparecía algo bueno, entonces no podía ser real. Subrayábam­os que todo va a ir a peor antes de ir a mejor, sin recordar que todo puede ir a mejor después de ir a peor. Así las cosas, este mundo pandémico se llenó de cenizos, mujeres y hombres, entre los que alguna vez me he contado, imbuidos de cierta inevitabil­idad fatalista que solo se ha desvanecid­o un poco con la esperanza de la vacuna.

Toda esta introducci­ón que me inspiró un colega viene a cuento porque hoy es Nochebuena y mañana Navidad, pero todo es muy raro. Además es este mi último artículo del año y confieso que a veces no entiendo la relojería del mundo y mi capacidad analítica se cuela por el desagüe de la cocina. El caso es que percibo una nostalgia ambiental. Como si solo pudiéramos vivir esta pandemia desde la resignació­n, la maldición o el mal humor. Incapaces de encontrar la válvula por la que se libere tanto mal rollo. Lo peor, una salida para la desilusión.

Como tanta otra gente, servidora había hecho grandes planes para el 2020. Y no se ha cumplido ni uno. Ni uno. Pero si algo he aprendido de este virus es que los planes B vienen solos y a veces resultan mejores que los planes A. Cuando la realidad está desencajad­a y te persigue con ese rostro atroz para ponerte a prueba, te agarras a un asidero que te reconcilia con todo y contigo misma. El único error es creer que la posición en la que estás es la única desde la cual se divisa la verdad. El sordo siempre cree que los que bailan están locos.

A este año que está a punto de entrar no le pediré nada. Tampoco me pediré nada a mi, ninguna exigencia, ningún tipo de triunfo. Solo me gustaría disfrutar de lo que haya. Hace frío y estamos todos ya hartos de esta tiritona ceniza. Yo acercaré las manos al calor de las cosas buenas.

Nadie cree que la experienci­a de la pandemia nos vaya a hacer más libres, ni más solidarios, ni mejores, ni nada. No creo que nos cambie. Sí confío en que quizá dejemos de ser tan pelmazos. Que aprendamos a identifica­r todos los momentos en los que no querríamos estar en ninguna otra parte, en otra compañía, haciendo otra cosa. Con la certeza de que el pasado no puede cambiarse, por terrible que sea, lo bueno es el deseo de otro futuro. De los días que vendrán.

Nadie cree que la pandemia nos haga mejores pero estaría bien que dejáramos de ser tan cenizos

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