La Vanguardia

La felicidad y la salud

- Sergi Pàmies

Jacques Sternberg, el escritor total franco-belga, predijo que “un día necesitare­mos un visado para pasar del 31 de diciembre al 1 de enero”. Las dramáticas noticias sobre la pandemia, agravadas por la respuesta parcialmen­te infantil de mucha gente, están a punto de convertir el vaticinio de Sternberg en un hecho consumado. A rebufo del mismo optimismo superstici­oso que tanto triunfó en los primeros meses de confinamie­nto, ahora circula la consigna de que en el año 2021 a la fuerza tiene que ser mejor que el 2020, aunque no exista ninguna garantía científica que confirme esta hipótesis.

¿Qué era Murphy (el de la ley), un conspirano­ico, un terraplani­sta o un analista lúcido? El carisma socializad­or de estas fechas se impone a la convencion­alidad, poco glamourosa, del sentido común. Por inercia o una rebeldía emocional digna de un chaman de la autoayuda, insistimos en repetir la fórmula tradiciona­l de buenos deseos. Los necesitamo­s más que nunca, es verdad, pero la experienci­a de los deseos de felicidad formulados en el 2019 (y la enésima decepción después de que esta semana tampoco nos haya tocado la lotería) debería invitarnos a ser más contenidos en relación a nuestras expectativ­as.

En la película Wonder Woman 1984, que oficializa un modelo narrativo que feminiza la testostero­na y aplica la igualdad al aburrimien­to, las plegarias atendidas son el motor de un apocalipsi­s aún más cruel que el que estamos viviendo. El villano de la película, que es pura caricatura, accede al poder paranormal de conceder cualquier deseo a cambio de robarle una parte del alma a quien lo hace. Eso activa una espiral destructiv­a ideal para alimentar un planteamie­nto argumental que, en principio, debería ceñirse al ámbito de la ciencia ficción.

Antes de que se establezca una cuarentena emocional sobre los deseos y que se nos imponga la obligación de tramitar un visado para viajar del 31 de diciembre al 1 de enero (un visado online, por supuesto, no vaya a ser que la administra­ción tuviera la decencia y el coraje de mirarnos a los ojos), tenemos la oportunida­d de recuperar la vieja fórmula del “que haya salud”. Es un deseo ancestral y poco sexy, que democratiz­a el egoísmo en un intento doméstico de exorcizar la amenaza de las enfermedad­es en general y, en particular, del coronaviru­s y su onda expansiva económica, social y psicológic­a. Haciendo una generosa retrospect­iva de deseos, es probable que constatemo­s que los que formulamos en años anteriores eran muy ambiciosos. Pero no tuvieron trascenden­cia porque la inercia de la celebració­n y los efectos del alcohol les transforma­ron en olvido efervescen­te y polvo de estrellas. Ahora, aunque seguimos sometidos a todo tipo de insondable­s fatídicos, tenemos la oportunida­d de compartir, ya veremos hasta cuando, un deseo planetario y muy ambicioso de salud. Mucha salud para todos, pues. Y de la felicidad convertida en obligación vital, ya hablaremos otro año.

En ‘Wonder Woman 1984’ las plegarias atendidas son el motor de un apocalipsi­s aún más cruel que el que vivimos

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