Todo un clásico
Si no fuera por las mascarillas, podría ser cualquier otro lunes previo a la fiestas navideñas en las Ramblas iluminadas. Unas fiestas anteriores al turismo de masas, eso sí, porque aunque están llenas de gente, apenas hay guiris. Giro por carrer Hospital, sin trolleys arrastrándose sobre las aceras. Entro en el Romea, gel hidroalcohólico en las manos, me siento en la última fila. Màrius Serra está a punto de presentar la versión completa en catalán actual que ha hecho de Tirant lo Blanc. Delante de mí toman asiento un chico y una chica. Se llaman Raúl Ramos y Victoria González. Son del Immaculada Concepció d’horta, estudian segundo de Bachillerato, han venido con toda la clase. El curso pasado, antes del confinamiento, leyeron Episodis amorosos. Victoria es venezolana y llegó a Barcelona hace dos años y medio por la situación política de su país, entonces no sabía ni que existía la lengua catalana. Como si la hubiera hablado toda la vida, me cuenta que el libro les encantó, les pareció una novela juvenil medievalizada. “Es un poco sexual, pero las descripciones son divertidas, no vulgares; las notas a pie de página de La Galera facilitaban la comprensión de las palabras más antiguas”, dice.
Apagamos los móviles para que no hagan interferencias con la emisión por streaming, que ahora pueden recuperar en Youtube (y comprobar la veracidad de esta crónica). Tras la bienvenida de Fèlix Riera, presidente de la Fundació Romea, y la introducción de Josep Lluch, editor de Proa, en la gran pantalla aparece una escena de la ópera Diàlegs de Tirant e Carmesina, compuesta por Joan Magrané y dirigida por Marc Rosich. Representa unas “bodas sordas”, aquellas que no hacían ruido ni eran públicas, explica luego la filóloga medievalista Antònia Carré: “Cuando no tenían el consentimiento de la familia, hacían Pascua antes de Ramos para poder casarse; claro que en este caso no son exactamente sordas, porque Tirant no entra en lo castell de forma delicada, precisamente”.
Los acompaña el también medievalista Joan Santanach. Cuenta que Joanot Martorell era un broncas, tipo Billy el Niño en el far west. Su texto, más realista que otras novelas de caballerías, está escrito por un hombre con pocos escrúpulos; su sexualidad está llena de agresividad y violencia, todo lo contrario que Curial e Güelfa (de autor o autora desconocido), que trata el erotismo de forma más sutil. Carré recuerda que la escritora Cristina de Pizán ya hablaba de violencia doméstica y sexual en el siglo XIV, y reivindicaba el no es no: no podía creer que las mujeres encontraran placer en “semejantes abominaciones”.
Ante la proyección de una pintura de Francesc Artigau (de la que un fragmento ilustra la cubierta del libro) hablan de la crudeza de las descripciones en Tirant lo Blanc (“¡ni Juego de tronos!”, ha comparado Serra). Los torneos eran la manera de darse publicidad y hacer que los ficharan, y en ellos no faltaban las doncellas que los miraban. Es decir, que Tirant sería el Messi de la época. Carré, que leyó L’arnés del cavaller de Martí de Riquer como si fuera una novela, dice que las armaduras pesaban unos treinta kilos; la lanza, unos dieciocho; la espada, dos o tres; al cinto llevaban un arma que incluía cuchillo, hacha y martillo. Los caballeros entrenaban para soportar el peso. No eran muy altos, medían metro y medio, dice Santanach. Serra comenta que se equivocó de época, pero no: algún caballero demasiado alto no cupo en la armadura, y lo mataron.
El martes, Francesc Serés cumple 48 años, y lo celebra presentando La casa de foc, con la que obtuvo el premio Proa de Novel·la. Lo hace en la librería Ona, acompañado de David Fernández, que al acabar de leer el libro (pasadas las tres de la madrugada) tuvo la impresión de que Serés había parido un clásico. Como en el título de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero... ,el protagonista llega al Sallent de Santa Pau. En pocos lugares hay tantas capas de historia, con una mitología propia, desde la época medieval hasta el pasado más cercano, en un tiempo cada vez más acelerado y un paisaje más particular que espectacular, muy despoblado y lleno de naturaleza, dice el autor.
Él quería indagar en las historias de los que no la tienen. ¿Dónde quedan? ¿Tienen derecho a tener literatura?, se pregunta, ¿no tienen derecho a tener metáfora, a tener alegoría? Su reto era hacer que esas historias fueran memorables, en el sentido de que puedan recordarse: “Quería darles forma para que aguanten en el tiempo y sean traducibles, no solo de lengua, sino de lo que yo he visto como escritor y tú verás como lector; cómo damos dignidad a unas vidas que están ahí”. El propio Serés se vio desplazado porque no podía pagarse el alquiler (en Olot los pisos no bajaban de los 800 euros en el 2006, recuerda). Y así fue forastero en un mundo completamente distinto, un universo aparte con un ecosistema propio. Porque esta es la magia, dice: a quince kilómetros, las reglas ya cambian.
La ópera ‘Diàlegs de Tirant e Carmesina’, de Joan Magrané, representa unas “bodas sordas”