La Vanguardia

“Mi madre vio algo”

“Yo pensaba que el atletismo era correr y sufrir; eso no me gustaba”, dice María Vicente

- Pregúntale a cualquier atleta: sentimos dolor todo el tiempo Jackier Joyner-kersee Sergio Heredia

Ana Jiménez le lanza una idea a María Vicente (19).

Le pregunta:

–¿Puede saltar para que le haga la foto? Y yo levanto el dedo.

Me cuelo en la conversaci­ón:

–No deberíamos pedirle eso. Un atleta no puede saltar así como así, en frío, en cualquier lugar. Un atleta es como el cristal. Se puede romper.

María Vicente me sugiere que guarde silencio. Enarca una ceja y zanja el dilema: –Venga, saltemos.

Y ahí tenemos la imagen, tomada este miércoles en el RCTB: María Vicente acepta la propuesta de Ana Jiménez. Vuela.

(...)

Hay cuatro gatos en el RCTB. Está cerrada la cafetería. Tenistas amateurs apenas ocupan un par de pistas. Les observo durante un rato. Siempre encuentro placer en el acto de contemplar a dos tenistas en pleno ensayo. O a un nadador. O a un atleta. O a un baloncesti­sta.

Nos hemos citado aquí porque las alternativ­as son escasas. No podemos ir al CAR de Sant Cugat. Está emburbujad­o. Para acceder, hacen falta permisos y PCR.

En estos días de descanso, María Vicente se entrena en el CAR. Pasa allí mañanas y tardes, y de noche se encierra en su casa en Barcelona, junto a su madre Mariajo y Anna, su hermana pequeña (María Vicente aprovechar­á algunos días para promociona­r la acción navideña de Nike, una propuesta que nos invita a salir a correr por nuestras calles: deporte-salud).

Cuando pasen las fiestas, María Vicente volverá a San Sebastián, su hogar desde marzo. Allí la entrena Ramón Cid.

–Su madre, ¿qué tal lleva sus ausencias? –Bueno, ella me metió en esto.

Cierto: si María Vicente, la mejor deportista 10 que ha dado nuestro deporte, es atleta, pregúntenl­e a su madre.

Su trabajo le había costado.

A la niña le gustaba el ballet. ¿Correr? Vamos, hombre.

–Yo pensaba que el atletismo era correr hasta cansarse.

–¿Y...?

–Aquel día me engañaron. Yo tenía once años. Se suponía que nos íbamos al cine con mi madre, mi tía y mi primo Albert.

–¿Se acuerda de la película?

–¿...?

–Vale, siga...

–El caso es que aparecimos en las pistas de atletismo de l’hospitalet. Y yo, enfurruñad­a, me senté en la grada y me puse a mirar lo que hacían allí abajo. ¡Anda! No solo corrían. También lanzaban y saltaban y pasaban vallas. Así que me animé.

–¿Y...?

–Tres o cuatro meses más tarde ya empezaba a entrenarme. –Pero, ¿qué le veía su madre?

–Yo era una niña muy movida. No me gustaba correr, pero ganaba las carreras del colegio, y las del pueblo, en Huélamo (Cuenca). Mi madre veía algo.

La madre entendía de la materia.

De cría, Mariajo Vicente había sido jugadora de balonmano.

Aunque le atraía el atletismo. Tanto que, con el tiempo, acabaría licenciánd­ose como entrenador­a nacional.

–¿Y usted se imaginaba que llegaría a ser la atleta en la que se está convirtien­do?

–¡Ni mucho menos! Pero iba ganando cosas. Al principio, Campeonato­s de Catalunya. Luego, los de España. No me di cuenta de mis posibilida­des hasta el 2018, cuando gané el Mundial sub 18 en Nairobi.

Aquel momento marcaría un hito en su carrera: batió el récord del mundo sub 18. Era mejor que Jackie Joyner-kersee, Heike Dreschler o Carolina Klüft a esas edades. Eso es algo muy serio. –¿Qué vino luego?

–Si entrenándo­me en l’hospitalet, con Álvaro Fernández de Ávila, había ganado un Mundial... ¡podía ir más allá! Decidí intentarlo. Me fui al CAR. –Ya, como una profesiona­l... –Crecí más, claro. Ahora tenía una beca, un grupo amplio, una residencia y un colegio, con horarios adaptados a los entrenamie­ntos. Médicos, fisios, una pista entera para nosotros. Otra pista cubierta, un gimnasio...

De la mano de Fernando Martínez, ganó el Europeo sub 18 y el sub 20. En el 2019 vino el récord de España absoluto. Este país nunca había tenido una atleta 10 de semejantes dimensione­s.

Como una catarata de sucesos, se multiplica­ron las ayudas y los patrocinio­s. Nike ha apostado definitiva­mente por ella. Haber dejado el ballet, o a los amigos de la adolescenc­ia que se iban de cañas al salir del colegio... aquello eran minucias.

–Si alguna vez salía con los amigos, me pedía una Coca-cola Zero. Me daba igual, yo solo pensaba en entrenarme. María Vicente siguió proyectánd­ose. –¿Y su marcha a San Sebastián? –Necesitaba otro cambio, otra forma de ver las cosas. Hablé con Ramón Cid. Había sido director técnico de la Española, y triplista, y tenía saltadores y vallistas. Se me ofreció como opción y me fui.

–Usted asumió riesgos: ahora, su manutenció­n corre de su cuenta...

–Cierto, tengo que pagarme la residencia. Es un dinero importante. Lo que pasa es que ya tengo muy claro lo que quiero...

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ANA JIMÉNEZ María Vicente vuela para La Vanguardia en el RCTB, este miércoles
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