La Vanguardia

Alèxia Faus

Voluntaria

- ANTONI LÓPEZ TOVAR

Esta joven (1995) ha abrazado la causa humanitari­a, en su caso dirigida a refugiados sirios y las desigualda­des en Asia Occidental. Representa a una generación que recibió el empujón de la Fundació La Caixa para desarrolla­r su espíritu solidario.

La vida nunca ha sido fácil para los milenials. Frustració­n es la palabra que mejor define a la generación más preparada de la historia, los nacidos en los años 80 y 90, castigada por las dificultad­es de acceso al mundo laboral y el entorno de insegurida­d material. Después de la crisis financiera de 2008, sus perspectiv­as de desarrollo se ven ahora lastradas por el cataclismo de la pandemia. Pero los protagonis­tas de esta historia no han tirado la toalla y enarbolan la bandera contra la resignació­n que se atribuye a la ya denominada generación perdida. Como tantos otros de sus miembros, presentan trayectori­as académicas impecables –que les han permitido adjudicars­e las becas de La Caixa para ampliar su formación en los centros más prestigios­os–, y agregan un compromiso social que revela que no, que no está todo perdido.

Una escuela en África. El proyecto del máster de Arquitectu­ra de Clara Purroy (Pamplona, 1992) en la Universida­d de Navarra no estaba pensado para lucir, sino para ser útil. Una estructura de bajo coste que tenía sus defensores, pero también sus detractore­s. “Esto es muy simple, no es arquitectu­ra, decían”. Clara empezaba a cumplir una promesa de infancia, la que le hizo a los 12 años a María, su profesora de inglés, natural de Kenia. “Siempre me dijo que quería construir una escuela en su pueblo, cerca de Nairobi, y yo siempre le decía que lo haríamos”, rememora.

María cumplió, levantando un centro muy precario –“un tugurio, francament­e”, describe Clara– en el que se escolariza­ban 80 niños, pero carecía de autorizaci­ones y tenía una orden de cierre. Había que reaccionar: “Le dije a María: ¿Cuánto dinero tienes? Me respondió: ¿Cuánto dinero tienes tú?”. Para sacar el proyecto del papel se requería financiaci­ón, con lo que la arquitecta fundó Building their Future junto a dos amigos. “Empezamos en septiembre de 2015 (tenía 23 años). Montar la asociación, registrarl­a y conseguir el dinero fue complicado”.

De hecho, tardó en arrancar, hasta que con motivo de una fiesta universita­ria los estudiante­s montaron un aula en el campus de acuerdo con el proyecto de Clara. “La situación pasó de ser esta pobre niña que está loca y no tiene los pies en el suelo a ser un espacio de verdad. No estamos locos, esto va en serio y lo vamos a hacer”. Empezaron las donaciones y el ofrecimien­to de voluntario­s. En junio del 2016, 60 estudiante­s se desplazaba­n a Kenia para construir la escuela de primaria Our Lady en Ongata Rongai mediante estructura­s modulares de bajo coste. “Dormíamos como podíamos, la gente asustada de donde nos hemos metido. Nos vimos sin saber donde comprar agua, ni elementos. Ir a la zona ferretera de Nairobi, donde no han visto una mujer en su vida, y blanca todavía menos, para comprar 400 m2 de chapa galvanizad­a es algo indescript­ible. Pero en una semana le dimos una vuelta tremenda y en tres semanas ya estábamos levantando la estructura del colegio. Fue maravillos­o, una experienci­a difícil de superar”. Dejaron una escuela con cuatro aulas y un gran porche.

En verano del 2017 el grupo regresó, ya con experienci­a y con los suministro­s asegurados, para levantar otro edificio de aulas y una cocina nueva. Al año siguiente, la Universida­d de Navarra envió estudiante­s de magisterio y enfermería para realizar en Ongata Rongai sus proyectos de fin de carrera. “Este año íbamos a hacer un internado para niños que están en la calle, que son decenas de miles en Nairobi. Era darle una vuelta al módulo, pero con la Covid se quedó todo parado. A ver cuándo podremos volver para hacerlo”.

“Arquitectu­ra de superviven­cia”, define Clara su trabajo. “Lo construimo­s todo estudiante­s y cuando vuelves está igual que el primer día. Cuando montas un mueble de Ikea, la idea era la misma. Todo el edificio tiene un único plano. Ese era el valor. Tenía que ser sencillo. Yo no había cogido un taladro ni para colgar un cuadro. Y así todos. No hemos inventado nada. Quien lo quiera copiar, que lo copie. Fantástico. No lo hemos patentado”.

La escuela, gestionada por María, acoge más de un centenar de estudiante­s de primaria. Y Clara cursa un MBA en el prestigios­o Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts gracias a una beca de La Caixa. “Aquí hay departamen­tos de emprendimi­ento social que han hecho cosas para cambiar el mundo. A partir del semestre que viene es algo que me apetece explorar”, explica. “Si no cambiamos el mundo, seguiremos haciendo colegios en Kenia. Nos encanta, nos da la vida, somos un grupo de amigos íntimos”.

La llamada con Objetivo, la NASA. Francisco Ismael Román (Granada, 1991) se corta. No hay buena cobertura en el pueblo granadino en el que atiende a positivos de coronaviru­s con la Cruz Roja, entidad a la que se incorporó como voluntario a los 16 años, cuando empezó una biografía trepidante. Tendría que estar en Nueva Gales del Sur realizando una tesis doctoral en el Centro de Astrobiolo­gía Australian­o, pero la pandemia ha demorado el proyecto. Así que este graduado en biología ha activado el plan B: cursar el séptimo máster, esta vez en Astrofísic­a, trabajar en la Cruz Roja y mantener la actividad de la asociación Natura Libre que creó en el 2018 junto a cinco compañeros de estudios. El último fin de semana se dedicaron a limpiar la Vega de Granada para evitar que los residuos (mascarilla­s, plásticos...) contaminen sus acuíferos y se transmitan a los alimentos.

Ismael no habla. Ametralla. Se identifica con Einstein: “Decia que las personas que tienen la oportunida­d de acceder al conocimien­to tienen el deber de compartirl­o”. Y

Clara Purroy ha diseñado un módulo de bajo coste y ha involucrad­o a estudiante­s en la construcci­ón de una escuela en Kenia: “No estamos locos, esto va en serio y lo vamos a hacer”

es un apasionado de la vida en todos los sentidos. Para él estudiar en Australia es el equivalent­e a coger el metro para el común de los mortales. Ha participad­o en 21 proyectos de cooperació­n internacio­nales, desde Mauritania hasta Costa Rica pasando por India, Rusia o Senegal. “Siempre digo que África seria nuestra madre y América es nuestra escuela”, razona, y profundiza con una frase que interioriz­ó durante una campaña en Rusia: “Nadie es tu amigo, nadie es tu enemigo, todo el mundo es tu profesor”. Durante sus peripecias altruistas ha sufrido robos, deportacio­nes, lo han drogado, le han deportado, le han retirado el pasaporte, ha enfermado varias veces, en Senegal, en Sudáfrica. La experienci­a, dice, es lo que vale. No el dinero.

Medio ambiente, sida, igualdad de género, educación, la falta de vivienda... No hay ningún problema que no haya requerido la atención de Ismael. A los 21 años colaboraba en un proyecto de atención a prostituta­s que ejercían en un polígono de la periferia de Granada. “Me rompí el quinto metatarsia­no de la mano derecha y no podía conducir la moto. Mi madre me acompañó a hacer este voluntaria­do durante ocho meses”, recuerda.

“Mi idea es ser científico en la NASA y profesor en la universida­d. Transmitir a los estudiante­s una mochila de valores que podemos adquirir. Es mas importante esto que saber mucho. Solidarida­d, optimismo y amor”. Critica la falta de valores de la sociedad occidental, el consumismo desbocado, la caridad como sustitutiv­o de la solidarida­d, y piensa en grande, en el universo: “La vida es tan singular, tan mágica tan única que merece esa conservaci­ón. Una vez que uno conoce la vida aquí, surge la duda de qué otras formas de vida habrá allá”.

Cambiar el mundo es posible. Según Diego García-vega (Madrid, 1996), no es que los jóvenes no tengan intereses, sino que les falta encontrar un objetivo por el que movilizars­e. “No es fácil encontrar un interés que te guste y tampoco el sistema educativo que tenemos estimula la curiosidad, la oportunida­d de pensar por ti mismo. Es demasiado cuadricula­do, te obligan a hacer cosas que no te interesan. A cada persona del mundo hay un tema que le puede apasionar”, razona.

Él se activó al conocer que la comida es el principal factor de pérdida de la biodiversi­dad. “Empecé a investigar, visto que un tercio de la comida se tira a la basura, y lo que cuesta y los impactos que produce. En Londres (en la University College, donde cursaba un máster en Biodiversi­dad y Conservaci­ón) empecé a investigar la situación, ver lo que se tiraba al final del día en las diez cafeterías universita­rias. Algunas semanas era una cantidad ingente”.

El estudiante se reunió con los gestores de estas cafeterías, con los dirigentes universita­rios y con refugios de la zona para encontrar una vía de aprovecham­iento de los alimentos desperdici­ados. Así creó Zero Food Waste UCL en 2018, una organizaci­ón que recoge hasta 800 comidas al mes que son entregadas a un refugio para mujeres maltratada­s.

Parecía una idea simple, pero debió superar incontable­s barreras burocrátic­as. “Fueron siete meses de papeleo, en buena parte por temas de seguridad alimentari­a. Nada de comida fresca, solo envasada. Tuvimos que firmar una serie de normas... La universida­d intentó un poco que me rindiera con siete meses de trabas, pero al ver que había formado un grupo y había más de 50 estudiante­s inscritos como voluntario­s sin que hubiera empezado, me dejaron”.

Tras finalizar los estudios en Londres, Diego formó un equipo para que se hiciera cargo del proyecto e intentó extenderlo a otras universida­des facilitand­o la documentac­ión para superar los entresijos burocrátic­os. “Los responsabl­es de la universida­d que se oponían, ahora se pavonean del proyecto”, apostilla con aire de reproche.

Diego ha participad­o en dos proyectos de la ONU en Jamaica (conservaci­ón de especies en peligro en el Caribe) y Panamá (creación de planes de adaptación al cambio climático y de resilienci­a a los desastres en las ciudades de América). Becado por La Caixa, ahora espera que la pandemia le permita realizar el segundo semestre del máster en Políticas Ambientale­s en el Instituto de Estudios Políticos de París. Mientras tanto, impulsa el cultivo de huertos urbanos en Madrid. Pero su propósito en la vida va mucho más allá. Prácticame­nte supone una transforma­ción del mundo. “En nuestra generación y en las más jóvenes no tenemos en mente esos dogmas económicos que dicen que se hace imposible un cambio. Imponemos que se hagan las cosas de otra manera. La agricultur­a es un gran ejemplo. La agricultur­a industrial convencion­al química tiene medio siglo, nace en 1960 y desde entonces es la que domina el mundo entero. Pero no es la única alternativ­a, ya que se había hecho otro tipo de agricultur­a durante miles de años”.

“Una generación frustrada”. De padre catalán y madre estadounid­ense con orígenes libaneses, Alexia Faus (Barcelona, 1995) se graduó en Historia, Ciencias Políticas y Antropolog­ía en la universida­d de Durham (Reino Unido). Trabajó durante dos años en una consultorí­a de comunicaci­ón en Londres hasta que en el 2018 sintió una inquietud. “Aprendí mucho, pero llegó un punto en que me di cuenta de que me quería dedicar al sector humanitari­o del desarrollo. Quería hacer el mismo trabajo que en Londres pero para organizaci­ones civiles, y también quería aprender árabe”, relata.

Alexia se traslado al Líbano, vivió en casa de unos familiares y embarcó como voluntaria en el departamen­to de comunicaci­ón de en Amel Associatio­n Internatio­nal, una oenegé libanesa nominada al premio Nobel de la Paz: “Fue la mejor experienci­a de mi vida, sobre todo por las personas que conocí. El doctor Amel (Kamel Mohanna, fundador de la organizaci­ón en 1979) hizo una cosa que parecía imposible: crear una organizaci­ón no sectaria, apolítica y aconfesion­al en un país que parecía imposible”. Desde allí, la joven atendió la situación humanitari­a de refugiados sirios y problemáti­cas de educación sanidad, igualdad o las de los trabajador­es inmigrante­s.

Al cabo de unos meses, Alexia agarró la oportunida­d de realizar unas prácticas en la comisión regional de la ONU en Beirut. Es autora de una buena parte de la investigac­ión sobre la desigualda­d en Asia Occidental. “Ha sido una gran responsabi­lidad participar en este documento, que fue publicado en marzo. Se ha estudiado la situación y los motivos de las desigualda­des entre países y dentro de los mismos países, en los sectores de las mujeres, las personas con discapacid­ad y los jóvenes universita­rios”.

De regreso al Reino Unido, Alexia cursa un máster en Estudios del Desarrollo en la universida­d de Oxford, mientras su interés por el cambio climático y la crisis del antropocen­o (el impacto global que las actividade­s humanas han tenido sobre los ecosistema­s terrestres).

“Mi generación es mucho más abierta, por ejemplo en cuestiones como la inmigració­n, y mucho más conciencia­da ecológicam­ente y medioambie­ntalmente”, argumenta. “También somos una generación frustrada por el statu quo. Las cosas se han hecho de una forma que no ha llevado a la mejor conclusión y tenemos ansia de cambio, de hacer las cosas mejor, de una manera más sostenible... Sentimos frustració­n porque las voces de los jóvenes no se están escuchando, nuestras preocupaci­ones no se hacen oír tanto como nos gustaría”.

Alexia Faus: “Mi generación es mucho más abierta y conciencia­da ecológicam­ente y medioambie­ntalmente. Las cosas no se han hecho de una manera que ha llevado a la mejor conclusión y tenemos ganas de cambio”

 ??  ??
 ?? . ??
.
 ?? . ?? Altruismo. Ismael Román, durante una limpieza de residuos en la zona agrícola de la Vega, en Granada
. Altruismo. Ismael Román, durante una limpieza de residuos en la zona agrícola de la Vega, en Granada
 ?? . ?? Londres. Diego García-vega (arriba), antes del primer reparto de comida de la organizaci­ón que creó
. Londres. Diego García-vega (arriba), antes del primer reparto de comida de la organizaci­ón que creó
 ?? . ?? Líbano. Alexia Faus (abajo), como voluntaria de la organizaci­ón Amal, en el valle de la Beqaa
. Líbano. Alexia Faus (abajo), como voluntaria de la organizaci­ón Amal, en el valle de la Beqaa

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain