La Vanguardia

Boris Johnson

Primer ministro británico

- Jaume Masdeu

El primer ministro británico, Boris Johnson, ha vendido el acuerdo del Brexit con la UE como la recuperaci­ón de la “soberanía”. La verdad es que, a cambio de seguir en el mercado único, la soberanía británica seguirá condiciona­da.

En un Brexit que nunca quiso, la Unión Europea primero se resignó a aceptar la deserción de uno de los suyos, después pactó el divorcio y, finalmente, en esta Nochebuena, fijó la relación futura. Una excelente noticia, porque aunque para la UE no hay Brexit bueno, el acuerdo permite minimizar los daños y afrontar el futuro. Las 1.246 páginas del Acuerdo de Comercio y Cooperació­n entre la Unión Europea y el Reino Unido evitan a las dos partes saltar al precipicio de una separación brusca, y les permite afrontar con paracaídas un descenso ciertament­e arriesgado.

En los cuatro años y medio transcurri­dos desde la victoria de los brexiters en el 2016, la UE ha conseguido tres objetivos. El primero es que, después de la deserción del Reino Unido, no hay más exits a la vista. Los pronóstico­s formulados en su momento de que otros países seguirían a los británicos en su escapada fuera del terreno comunitari­o se han demostrado infundados. Ni una tentación en el horizonte. Incluso ni en Hungría y Polonia, que mantienen relaciones tortuosas con la UE, nadie se plantea una salida del club. El Brexit ha servido más de vacuna que de tentación.

El segundo logro de la Unión Europea ha sido mantener una unidad a toda prueba en este tema en contraste con las divergenci­as que suelen aparecer entre los 27 en muchas otras áreas, el cierre de fronteras, por ejemplo. Unidad y confianza en su negociador en jefe, Michel Barnier, aunque ciertament­e, en ocasiones, algún país le mandara recados de que había zona rojas que no convenía pisar. Es particular­mente destacada la solidarida­d de los 26 con Irlanda, el país más afectado por el Brexit y con el que se han volcado para impedir una reinstalac­ión de la frontera dura en la isla.

El tercer objetivo conseguido es un acuerdo equilibrad­o, en el que la UE ha hecho concesione­s y ha renunciado a alguno de los objetivos iniciales, pero manteniend­o vías alternativ­as como garantía.

A pesar de los tres logros, no hay aire de victoria en Bruselas. Ni se ha hablado de triunfo ni se han alzado los pulgares en alto, como no tardó en mostrar Boris Johnson. Se vive más alivio que alegría; más moderada satisfacci­ón que exultante festejo. Todo porque la consecuenc­ia final, la partida del Reino Unido, es algo que la UE nunca ha querido y que simplement­e ha tenido que aceptar y negociar que se produjera en los mejores términos posibles.

“No existe nada que se pueda llamar un buen Brexit, pero hemos trabajado duro para minimizar las consecuenc­ias negativas”, dijo Michael Martin, primer ministro de Irlanda, sintetizan­do la percepción general de los 27.

Durante algún tiempo, en Bruselas no se perdía la secreta esperanza de que el proceso de separación pudiera interrumpi­rse, y para ello estaban dispuestos a dar todas las facilidade­s y conceder cualquier prórroga. No hubo margen para esta alternativ­a, probableme­nte más soñada que real, y menos desde que Boris Johnson ocupó el cargo de primer ministro. Si algo dejó claro, es que no pensaba tocar la fecha de partida.

Las dos partes han hecho concesione­s. La UE, por ejemplo, ha aceptado que en ningún momento intervenga el Tribunal de Justicia de la UE y que no preexamina­rá la política de subsidios británica. Bruselas ha cedido, pero solo después de encontrar vías alternativ­as que considera que le garantizan resultados similares.

También ha quedado muy claro qué es lo que la UE considera como su joya de la corona: el mercado único. Este espacio de 450 millones de consumidor­es en el que las mercancías, las personas y el capital fluyen sin fronteras. Preservarl­o a toda costa era el objetivo y los negociador­es aseguran que lo han conseguido con la secuencia fijada: unos principios comunes, con mecanismos de arbitraje en caso de desviacion­es y, como última posibilida­d, capacidad de retorsión.

Ello permitirá a los productos británicos entrar en la UE sin pagar aranceles, pero sometidos a trámites aduaneros, y con garantías de que no gocen de condicione­s ventajosas, vía ayudas públicas o legislació­n laboral y medioambie­ntal.

Es un acuerdo negociado en solo diez meses, cuando cualquier acuerdo de libre comercio lleva años, y con una especial caracterís­tica. Aquí no se trataba de facilitar el libre cambio, sino de reducirlo. Experienci­a única, como única ha sido la deserción del Reino Unido de la Unión Europea. No hay ningún precedente.

Asumida y negociada la salida de un socio, ahora toca empezar a vivir sin los británicos. “Finalmente, podemos dejar el Brexit atrás y mirar al futuro; Europa podrá avanzar”, dijo la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

Tal vez tenía razón el general De Gaulle cuando vetó la entrada del Reino Unido en la UE. Lo cierto es que, una vez dentro, este país nunca se sintió cómodo con la mayor integració­n política que ha seguido la UE. Londres renunció primero al papel de liderazgo como país grande dentro de la UE, después ejerció más el veto que la aportación de iniciativa­s, hasta terminar saltando del barco después de más de tres años de intensas y en muchas ocasiones caóticas negociacio­nes.

Aunque para la UE no hay Brexit bueno, el acuerdo minimiza daños y prepara para afrontar un futuro sin Londres

La salida del Reino Unido ha servido más de vacuna que de tentación de otros ‘exits’ del territorio comunitari­o

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