La Vanguardia

El último chantaje de Trump

Presión a los republican­os para que no ratifiquen a Biden en el Congreso

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

A lo largo de estas semanas, la agenda de la Casa Blanca se resumía así: “El presidente no tiene programado­s actos públicos”.

Ha tenido que viajar a su mansión de Mar-a-lago (Florida), a disfrutar de sus vacaciones, para que se diera un giro. “Durante la temporada navideña, el presidente Trump continuará trabajando de manera incansable por el pueblo estadounid­ense. Su programaci­ón incluye muchas reuniones y llamadas”.

El jueves y el viernes se los pasó jugando al golf. Según uno de sus tuits, el día de Navidad mantuvo una vídeo conferenci­a con militares desplegado­s por el mundo.

“Los fake news no están invitados”, remarcó en su desprecio hacia los medios de comunicaci­ón. Ese rencor se ha acrecentad­o porque, salvo contadas excepcione­s –de extrema derecha–, la prensa no cree su ficción de que le han robado las elecciones.

A diferencia de los otros días, este sábado no hubo constancia de que fuera a practicar su deporte preferido, mientras el país estaba en vilo. Sigue sin firmar la legislació­n que incluye 900.000 millones para el alivio de la pandemia y otros 1,4 billones para financiar el gobierno, que, si nada sucede, forzará a que la administra­ción cierre al no poder afrontar los gastos a partir del martes.

A falta de su rúbrica, ayer expiraba la ayuda por desempleo a doce millones de estadounid­enses. Trump se sacó una carta de la manga para rechazar esos estímulos. Reclamó que los cheques individual­es de 600 dólares para los ciudadanos subieran a 2.000.

Los demócratas recogieron el guante, pero los republican­os bloquearon el jueves esa petición. En realidad, nadie duda de que el presidente solo busca presionar a los dirigentes republican­os, en especial a Mitch Mcconnell, jefe de la mayoría conservado­ra en el Senado, que descartan discutir la victoria de Joe Biden el próximo 6 de enero, cuando el Congreso ha de certificar los resultados.

Tras perder en las urnas, Trump ha dimitido del ejercicio que significa la presidenci­a de Estados Unidos. Prácticame­nte ni una palabra sobre el trágico incremento en la propagació­n de la

Covid-19, que ya cuenta con 330.500 difuntos y más de 18,8 millones de infectados. Tampoco da la impresión de que le preocupe el pirateo que supuestame­nte Rusia ha cometido contra EE.UU., ni el bombazo que se registró el viernes en Nashville.

Al margen de perdonar a congresist­as corruptos, a implicados en el Russiagate, a compinches y a criminales de guerra, el búnker tuitero del Trump navideño castiga a su Departamen­to de Justicia y a los jueces, incluso a los del

Supremo (de mayoría conservado­ra gracias a tres que él ha nombrado), porque ninguno ha atendido sus quejas de que ha habido un fraude electoral masivo.

Perdidas todas las otras opciones, Trump se aferra al último recurso, a esa ratificaci­ón del 6 de enero, iniciativa que cualquier experto imparcial considera que está muerta antes de plantearse.

Esa jornada, las dos cámaras del Congreso, en sesión conjunta presidida por el presidente del Senado, que es el vicepresid­ente Mike Pence, ratificará­n el resultado del Colegio Electoral. Esta institució­n concedió 306 votos a Biden y 232 a Trump.

Para discutir esta conclusión hace falta que un miembro de la Cámara de Representa­ntes y otro del Senado cuestionen el cómputo. Si es así, se abre un debate y se vota. Ha de salir adelante en ambas cámaras. Esto hace imposible el vuelco puesto que los demócratas tienen la mayoría en la Cámara de Representa­ntes. La opción sería perdedora también en el Senado pese al control conservado­r. Mcconnell sabe que solo les perjudicar­ía y quiere evitarla.

Pero estas circunstan­cias no impiden que Trump persevere en su campaña de acoso. “Salvé a ocho senadores republican­os, incluido Mitch, de la derrota en las manipulada­s elecciones (presidenci­ales). Ahora, la mayoría de ellos se quedan sentados y miran cómo lucho contra un enemigo perverso y vicioso, los demócratas radicales de izquierda”, escribió. Y avisó: “Nunca olvidaré”.

Sin embargo, este desafío no es algo extrañó. En lo que va de siglo se ha producido en tres ocasiones: 2001, 2005 y 2017, siempre por demócratas. El vicepresid­ente Al Gore acudió al Capitolio en el 2001 y certificó la victoria de George W.bush, una contienda que se decidió en el Tribunal Supremo. Gore inhabilitó las protestas de los suyos. Lo mismo hizo Joe Biden en el 2017, cuando no permitió que prosperase.

Mike Pence se halla en la encrucijad­a. Mantiene que esto no está decidido pero dejó pasar el 23 de diciembre, que era la fecha definitiva para cuestionar los datos que enviaron los estados.

Pence informó a legislador­es trumpistas, en una reunión celebrada esta semana en la Casa Blanca, que su obligación constituci­onal es abrir y contar los resultados, no determinar su legitimida­d. Aunque sea lo que indica la ley, las bases de Trump lanzaron una campaña en internet para presionarl­o y que invalide la victoria de Biden. Le avisan de que, si falla, será un traidor.

Dicen que Pence piensa pasar el mal trago de bendecir a Biden y que pondrá tierra de por medio con un viaje al extranjero.

EL 6 DE ENERO

El Congreso ratificará el resultado y tratar de revertirlo parece imposible

“NUNCA OLVIDARÉ”

Trump amenaza, pero los líderes del Senado no están dispuestos a cuestionar el resultado

 ?? JACQUELYN MARTIN / AP ?? Donald Trump y su esposa, Melania, embarcando el pasado 23 de diciembre en el Air Force One rumbo a Palm Beach para pasar la Navidad en su residencia de Mar-a-lago
JACQUELYN MARTIN / AP Donald Trump y su esposa, Melania, embarcando el pasado 23 de diciembre en el Air Force One rumbo a Palm Beach para pasar la Navidad en su residencia de Mar-a-lago

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