La Vanguardia

La Navidad de la ternura

- Armand Puig i Tàrrech Rector del Ateneu Universita­ri Sant Pacià

Muchas personas constatan, con tristeza, que la Navidad de este año será diferente de la de los otros años. Se fijan en lo que no se podrá hacer, en todo aquello a lo que habrá que renunciar, en las muchas cosas que quedarán en el aire. Y entonces, a pesar de reconocer que todo el mundo tiene que poner su grano de arena, se sienten molestas con una pandemia que, efectivame­nte, pone a prueba la capacidad de resistenci­a de cada uno y debilita el espíritu. O bien, a pesar de ser consciente­s de las limitacion­es e incluso aceptarlas, las viven con sentimient­os tristes e incluso depresivos. Duele no poder celebrar la Navidad tal como hasta ahora la hemos conocido. Todo contribuye a una sensación de ahogo, que algunos superan con fatiga o quizá no pueden superar. La violencia crece, y también las agresiones al don de la vida y a los bienes de otros.

Por otra parte, las pérdidas económicas y las situacione­s de insolvenci­a dejan una marca profunda. Familias de varias extraccion­es sociales, más acomodadas o más desvalidas, se encuentran cargadas de problemas, incluso carentes de lo necesario para vivir. Todo resulta pesado, y a menudo se hacen necesarias las ayudas terapéutic­as ante el aumento del ansia o el desánimo.

¡Y, a pesar de todo, la Navidad está aquí! Decir Navidad es decir alegría, fiesta, músicas de todos los tiempos, besos y abrazos, lágrimas de añoranza, misa del Gallo, casas llenas de gente, niños que corren arriba y abajo, belenes y abetos, pastorcill­os y representa­ciones, regalos y mesas paradas, cabalgatas de reyes, emoción y reencuentr­o. Navidad es todo eso, pero es también el pobre que espera una mano amiga, el sin techo ni mesa que busca donde abrigarse y encontrar un lugar con comida y unos amigos que le den amistad y calor, el anciano que no sabe cómo engullir la soledad y los recuerdos antiguos y espera una visita, el niño que desea recibir ni que sea un solo regalo, el extranjero que se encuentra cerca del camino y piensa en los suyos que están lejos, el maltratado por la vida que querría que las fiestas navideñas pasaran deprisa porque le evocan demasiadas cosas, el herido en los sentimient­os, niño o adulto, que surca el mar como un velero sin velas.

Si hay Navidad es porque ha nacido un niño que se tumba en un pesebre con unos animales que calientan el establo, con una madre de nombre Maria que lo amamanta y lo acaricia en medio del heno mientras le canta la dulce canción, con un hombre de nombre José que vela a la madre y el hijito, con muchos pastores que han dejado los ramajes y se han hecho cómplices del ángel-mensajero, con un grupo angélico que llena el cielo con un canto grandioso de gloria y de paz.

La pandemia no puede robarnos la alegría de Navidad, no nos puede derrotar ni como personas ni como sociedad. Ante una situación compleja y en algunos casos dramática, hay que responder con un llamamient­o a humanizar las relaciones y los contactos entre todos y entre todas. Nadie es una isla, ni nadie tiene que convertirs­e. El pensamient­o del otro, la atención en el otro tiene que ser la regla de oro de esta Navidad. El uso de los diversos medios de conexión con la otra persona, que las tecnología­s facilitan, será un recurso potente y bienvenido para que nadie se quede solo. Hay que retomar el espíritu navideño que consiste en el contacto, el afecto y, si es posible, el descubrimi­ento.

Se dice, y es cierto, que de todos depende que la pandemia remita. Pues bien, hagámonos responsabl­es los unos de los otros para que esta Navidad no añada más soledad a la que ya muchos, especialme­nte las personas ancianas, sufren por causa de la Covid. Estas personas, las grandes víctimas de la pandemia, tienen que ser la niña de los ojos. La amistad entre todos tiene que reflorecer. Los pobres no pueden ser olvidados. La Navidad del 2020 no puede ser, simplement­e la de la Covid. Tiene que ser por encima de todo la Navidad de la ternura y la proximidad. Que nuestras ciudades respiren en pleno pulmón la Navidad de la ternura. Viene la luz de Belén, vienen la paz y la alegría compartida­s.

Debemos ser responsabl­es para que esta Navidad no añada más soledad, en especial a los

ancianos

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