La Vanguardia

Río bravo

La chilena Nona Fernández novela en ‘Mapocho’ la historia incestuosa de dos hermanos en el mugriento río que simboliza todo el país

- XAVI AYÉN

El río Mapocho atraviesa, con su mugre y su fuerza, la capital de Chile, el país entero, a lo largo de los siglos. Arrastra, hediondo, miles de historias, cadáveres y sueños, de los Andes al Pacífico. Nona Fernández (Santiago, 1971) lo convierte en el motor de su primera novela, Mapocho (Minúscula), original del 2002 pero que llega ahora a España. Tras sobrecoger­nos hace tres años con

La dimensión desconocid­a (original del 2016), a partir de la confesión de un torturador y asesino de Pinochet y, luego, con Chilean Electric (2018, original del 2015), sobre la llegada de la luz a Chile, este año, han llegado a la vez Mapocho y Voyager (Random House, original del 2019), un ensayo donde relaciona la enfermedad neurológic­a de su madre con la bóveda celeste y la dictadura. Fernández atiende a este diario por videoconfe­rencia desde Santiago.

Mapocho –escrito, por cierto, en Barcelona, y con algunas escenas en la Costa Brava– nace de una fotografía que impactó a Fernández: tres cadáveres acribillad­os a orillas del río. “Rastreé la historia de esas personas. Y descubrí que la dictadura no tenía el monopolio de los muertos del río, sino que los había desde el origen de la ciudad. En ese río loco desechamos nuestra basura y nuestros cadáveres. Y, cada tanto, se sale de madre, tiene una pataleta y nos desborda, como una herida llena de pus. Duele y, si no lo limpiamos, seguirá doliendo”. A través de la historia de dos hermanos, la Rucia y el Indio, con esqueleto de thriller, se ofrecen muchas otras, de personajes históricos o legendario­s, como el conquistad­or Pedro de Valdivia. Corre un torrente que lo sacude todo, en especial la línea temporal, presente y pasado quedan unidos y hablan personajes que no se sabe si están vivos o muertos. “Hay una temporalid­ad morosa –admite la autora–, líquida como el río, se toma su lógica. El tiempo occidental avanza linealment­e, aquí no”.

Las leyendas y los jinetes que cabalgan descabezad­os se mezclan con biografías oficiales vueltas del revés. “Propongo otra lectura de los episodios de la historia oficial que te enseñan en el colegio. Jamás nadie narró esas historias así, pero fue la entrelínea que yo descubrí. Es tan cierto como las otras versiones. Son propuestas ficcionale­s pero ¿qué es la historia, más que un cuento?”.

En ocasiones la narración adquiere un tono épico, lírico y casi bíblico, no solo por la profusión de vírgenes. “Es alegórico –admite–, un tono fundaciona­l porque propongo un mito nuevo”. El incesto entre hermanos es una historia de amor “que tiene que ver con la orfandad, solo pueden estar el uno con la otra porque nunca nadie más podrá entender lo que sienten, es un lazo completo, más que amor, y el río me propuso romper los diques, que no hubiese contención, ellos intentan mantener su sentimient­o en el dique, pero no lo logran, se salen de madre, se desean, se necesitan”.

Mapocho contiene el germen o vínculos con otros libros posteriore­s de Fernández: temas como la dictadura, la memoria, los hijos desapareci­dos, la construcci­ón de una ciudad, los ombligos...

El Mapocho “cruza la ciudad, la estructura y divide en norte y sur, lo que mostramos y lo que no: a un lado, centros comerciale­s; al otro, manicomios. Es un río feo, morocho, al que van a dar las cloacas”.

“Doy la vuelta a los relatos de la historia oficial, meto ficción ya que ¿qué es la historia, más que un cuento?”

Los detalles de la dictadura mezclan documentac­ión e imaginació­n, con un estadio lleno de prisionero­s que se incendia. “Lo que sí es cierto que el coronel Ibáñez del Campo, presidente del país en los años 50, tenía una obsesión con los que llamaba ‘degenerado­s’, los homosexual­es, y se decía que había hecho una redada y los había enviado a una isla. Un recorte de prensa decía que salió un tren cargado de ellos”.

Por Mapocho se desparrama­n todo tipo de desgracias pero es un libro vitalista y alegre. “Es melodramát­ico pero de espíritu carnavales­co. Mi idea es generar belleza con materiales impuros, extraer de ahí una luz que permita el goce”.

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ANGELA SILVA Nona Fernández, encerrada en un ascensor de Barcelona hace dos años

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