La Vanguardia

La sinagoga de Beirut resiste

El templo ha sobrevivid­o a las bombas, a las excavadora­s y a la explosión del puerto de este verano

- TOMÁS ALCOVERRO Beirut

La sinagoga de Beirut, a los pies de la colina del serrallo o palacio del gobierno, anterior sede de los pachas otomanos y de los altos comisarios del mandato francés, ha quedado rodeada de nuevos y altos edificios construido­s en los años de las efímeras ilusiones de revitaliza­r de la república del primer ministro asesinado Rafiq al Hariri. Entre estas lujosas residencia­s apenas se entrevé su fachada con la estrella de David.

La explosión del 4 de agosto dejó intacta su estructura, arrancando sus puertas, rompiendo sus cristalera­s y bancos. La comunidad judía ha emprendido trabajos de reparación por valor de unos 150.000 dólares.

En uno de sus modernos edificios vecinos vive Saad al Hariri, designado primer ministro pero que aún no ha sido capaz de formar gobierno. El barrio quedó arrasado en los años de las guerras y por las excavadora­s de la especulati­va empresa Solidere y se ha convertido en una zona urbana residencia­l. Después de la guerra, la sinagoga pudo irse reconstruy­endo, de acuerdo con los dirigentes libaneses, incluyendo los de Hizbulah. En su renovación se pudieron salvar los rollos sagrados o Sefer Torá, una copia del texto hebreo de los cinco libros de Moisés.

Cuando me hospedé en el otoño de 1970 en Beirut, en el hotel Omar Jayam, ya desapareci­do, no sabía que era el barrio judío de Wadi Abu Jmil, y que cerca estaba la sinagoga y su escuela adyacente de Selim Terrab. Con mi amigo Primitivo Martínez, que fue director del Centro Cultural Hispánico, conocí, en alguna que otra ocasión, en restaurant­es de la ciudad o de sus vecinas montañas, a judíos libaneses, médicos, abogados y profesores. La comunidad judía contaba con unas 20.000 personas y estaba muy arraigada, desde hacía siglos. Algunos procedían del Magreb y se afincaron en uno de los pueblos más hermosos de la abrupta región del Chuf, Deir el Kamar, antigua capital de los emires. Por sorprenden­te que ahora pueda parecer el que entonces era canciller de la embajada de España se llamaba Sidi del Burgo y había conocido a Josep Carner cuando el poeta fue cónsul de la república española en Beirut.

La comunidad judía es una de las dieciocho reconocida­s constituci­onalmente en el país y tiene, en teoría, un representa­nte en el Parlamento. Su antigua presencia fue reconocida en 1936, antes de la independen­cia. Su número aumentó con la llegada de grandes familias procedente­s de Irak y Siria, de banqueros como los Safra o los Zilja. Las largas guerras, la anarquía, la invasión israelí de 1982, cuando agentes de su gobierno llegaron a Beirut para invitar a estos judíos a trasladars­e a la “tierra prometida”, y especialme­nte las amenazas racistas desencaden­adas por el movimiento islámico suní en los tiempos de la influencia palestina, los empujaron a la emigración hacia EE.UU.,

Europa. y Canadá, donde se trasladó el inolvidabl­e Sidi del Burgo.

El barrio de Wadi Abu Jmil, quedó atrapado, cabe la línea verde que escindió entre 1975 y 1990 la ciudad. La sinagoga fue alcanzada, por extraño que parezca, por los bombardeos de la invasión israelí. Pero la sinagoga, con su estrella de David y su inscripció­n en hebreo en la fachada, ha permanecid­o en pie y está bien guardada. Se salvó de las excavadora­s de Solidere, cuyo principal accionista fue Rafiq al Hariri.

Debido a los combates entre maronitas y drusos en el Chuf, en el siglo XIX, muchos judíos se establecie­ron en la ciudad. Líbano fue uno de los raros países árabes en que, pese a la creación de Israel en 1948, no disminuyó el número de los miembros de su comunidad. Sólo mucho después tuvieron que emigrar. El gran rabino actual en el mundo árabe, Elie Abadi, nació en 1960 en Beirut, y reside ahora en los Emiratos, que acaban de reconocer al estado de Israel.

Algunos propietari­os de edificios, como en el que vive mi buena amiga Cathy Salameh, excorrespo­nsal de la agencia Efe, ahuyentado­s por las amenazas, abandonaro­n Beirut. Ahora sólo quedan alrededor de cien judíos en Líbano, que viven con discreción y no cuentan con ningún rabino para sus servicios religiosos. Uno es un crítico de arte que escribía en el diario L’orient le Jour, con el que pude almorzar poco después de la explosión en el puerto, aún sin esclarecer. Ha vuelto a hablarse de un plan para restaurar la sinagoga, con el beneplácit­o del Gobierno, y el consentimi­ento de Hizbulah, convencido de que los judíos siempre habían convivido con los libaneses y que no tienen nada que ver con la ocupación israelí.

El pequeño cementerio judío con lápidas de esculpidos candelabro­s de la calle Damasco está abandonado, con las tumbas sepultadas por los hierbajos. Albert Jamous publicó en el 2015 en la editorial libanesa Tamyras un emotivo libro titulado C’est ici ou la mer (Es aquí o el mar), en el que evoca los últimos tiempos de su familia en Wadi Abu Jmil y escribe en su última página: “Cuando pensamos en Beirut sentimos el recuerdo de un país perdido pero nunca olvidado”.

Los judíos de Líbano no huyeron con la creación de Israel sino mucho después con la guerra y el auge suní

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SAM TARLING / GETTY

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