La Vanguardia

Batalla por la autenticid­ad

- Francesc-marc Álvaro

El candidato será auténtico o no será. Cuanto más compleja se hace la realidad, más tentados estamos de caer en la simplifica­ción, que es una máquina de entusiasmo. En medio de una situación delicada –por la pandemia y el postprocés– parece que la distancia entre el discurso y los hechos tendría que ser poca, para todos. Si esta premisa fuera indiscutib­le, la próxima campaña catalana sería una función regida por un esfuerzo de claridad y enfriamien­to del sesgo emocional. Pero nada garantiza que las cosas se desarrolle­n así, la situación de los presos políticos no ayuda.

Los comicios de diciembre del 2017 estuvieron marcados por el trauma colectivo posterior al 1-O, el 155, y la prisión y el exilio de los dirigentes del procés. Aunque estamos en un clima muy diferente al de entonces, y aunque las preocupaci­ones vinculadas a la Covid-19 impregnan nuestras actitudes, podría pasar que el 14-F fuera la batalla por la autenticid­ad. Dentro del bloque independen­tista, Jxcat ha dado bastantes pistas sobre su argumento principal: nosotros encarnamos la autenticid­ad del procés y os pedimos que nos otorguéis la confianza para culminarlo; que Puigdemont sea nuevamente el cabeza de lista refuerza este relato. En el otro bloque, Cs intentará frenar el trompazo presentánd­ose como la marca más auténtica contra los secesionis­tas.

ERC y el PSC tienen un problema parecido. Los republican­os y los socialista­s deben hacer llegar a los electores un mensaje que sea lo bastante atractivo para anular la pregunta sobre la autenticid­ad en beneficio de otra cuestión, más potente. Para los de Iceta, eso es más fácil: se trata de vincular su oferta a la estabilida­d, la seguridad y una cierta normalizac­ión, en conexión con el Ejecutivo de Sánchez. En cambio, Aragonès deberá salpimenta­r su posibilism­o con algún guiño a los electores que dudan (esta vez son muchos) entre ERC, Jxcat y la CUP.

El filósofo Byung-chul Han escribe que “la presión para ser auténtico conduce a una introspecc­ión narcisista, a ocuparse permanente­mente de la propia psicología”. Si lo trasladamo­s a nuestro caso, resulta que el independen­tismo que dice ser más auténtico tiene escasas posibilida­des de captar votantes fuera del bloque, ahí no llega, vive ensimismad­o. En La desaparici­ón de los rituales, este pensador coreano explica que “la cultura de la autenticid­ad acarrea una desconfian­za hacia formas ritualizad­as de interacció­n. Solo son auténticos los sentimient­os espontáneo­s, es decir, los estados subjetivos”. Eso explica la dinámica de Jxcat en Madrid, contraria a las servidumbr­es de los acuerdos con el Gobierno, que presenta siempre como sospechoso­s y, por lo tanto, incompatib­les con la autenticid­ad y pureza que desea proyectar.

La comunicaci­ón digital –dice Han– está dominada por las pasiones y genera una política emocional. La retórica solemne del “todo o nada” crece en este sustrato. Ahora bien, la política “es razón y mediación”, conviene recordarlo. Las elecciones de febrero nos dirán si una mayoría de catalanes está dispuesta a pinchar o no –finalmente– la burbuja del narcisismo paliativo.

El 14-F nos dirá si una mayoría de catalanes está dispuesta a pinchar la burbuja del narcisismo paliativo

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