La Vanguardia

Orgullos y vergüenzas

- Domingo Marchena

Tengo dos certezas. Desde ayer sé cuál será la noticia de mi vida: las vacunas contra la Covid. Que el periodismo es el oficio más bonito del mundo lo sé desde siempre. Eso no impidió que, enviado especial al salón de mi casa, delante de la tele, sintiera orgullo y a ratos vergüenza. El orgullo no hace falta explicarlo: leed a Marta Ricart. La vergüenza, sí.

La prensa, en el fondo un reflejo de la sociedad, vivió durante años de espaldas a los mayores. Hemos necesitado un demoledor informe de Amnistía Internacio­nal y las siegas del coronaviru­s en los geriátrico­s (¡sus usuarios son más de la mitad de las víctimas!) para recapacita­r.

¿Hemos recapacita­do? Ayer hubo camarotes de los hermanos Marx, con más de una veintena de periodista­s (cámaras, fotógrafos, técnicos de sonido y de iluminació­n, además de redactores que tomaban imágenes con sus móviles y, lógicament­e, personal sanitario). Llamó la atención el caso de la residencia Rosalba, de Mérida (Badajoz).

Vicente, de 72 años y profesor durante más de 40, fue el primero en recibir la vacuna en este centro. Sus ojos no daban crédito. Seguro que no ha tenido auditorios tan revoltosos. No los culpo. Si yo hubiera podido, segurament­e habría sido uno más. Soy injusto, lo sé, pero resultó penoso.

Hubo quienes dieron instruccio­nes a la enfermera: “Ve a cámara lenta”, “el brazo izquierdo, mueve el brazo izquierdo”, “tu otra mano no nos puede tapar la visión de la aguja”, “quita de ahí el bote de alcohol”. Otros discutían: “Echaos más para allá”, “yo no me muevo”.

Un cartel recordaba que la distancia mínima interperso­nal es de dos metros, aunque pocos la cumplieron. Vicente llevaba una camiseta del conjunto de rock andaluz Triana. Cuando recibió la vacuna hubo quien le rogó (tuteándole, como si fuera su nieto) que levantara el pulgar. Otro pidió un aplauso para él y un tercero gritó: “¡Olé, Triana!”.

En las cenas de Nochevieja podremos ser un máximo de 10. En muchos geriátrico­s solo se admite la visita de un familiar por usuario y con cita previa. Ayer hubo centros donde esas prevencion­es saltaron por los aires. No todos pactaron la entrada de un único fotógrafo y un cámara para que sirvieran sus imágenes a los demás medios.

Dice Karl von Clausewitz en La campaña de 1812 en Rusia que una batalla es como un baile y que nadie puede ver todos los movimiento­s. Por eso, pese a su agudo análisis sobre la debacle de la Grande Armée, pide perdón y reconoce que su juicio “no es el resultado de una observació­n personal y precisa”.

Pues imagínate, querido Karl, que hubieras visto la guerra por la tele. Seguro que hubo engranajes que funcionaro­n a la perfección. Pero la tendencia a transmitir el domingo de vacunacion­es como un domingo de fútbol propició escenas indignas de un día tan histórico.

La residencia Los Olmos, de Guadalajar­a, muy próxima al almacén central de Pfizer en España, fue la primera en abrir el fuego. Machado nunca fue más certero:

“Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera” (del poema A un olmo seco).

La usuaria Araceli Hidalgo, de 96 años, y la auxiliar sanitaria Mónica Tapias, de 48, fueron las primeras personas de España en ser vacunadas. Ambas estaban muy convencida­s, pero desbordada­s por la expectació­n.

Mónica, que trabaja en la residencia desde hace 10 años, animó a todo el mundo a vacunarse y se sintió muy orgullosa de ser una de las primeras personas en predicar con el ejemplo, aunque estaba muy nerviosa. No por la vacuna, “sino por esto”. Y señaló a los periodista­s.

Josefa Pérez, una gallega de 89 años, de la residencia Feixa Llarga, de l’hospitalet de Llobregat, fue la primera persona en recibir la vacuna en Catalunya. Animada y feliz, llegó en silla de ruedas. La segunda fue la directora del centro, Conxita Barbeta.

Les tomaron el relevo, de norte a sur y de este a oeste, Rosario Martín-sanz (99 años, Ballesol Parque Almansa, de Madrid), que fue enfermera, ha puesto miles de vacunas y a quien una vez se le desmayó el torero Palomo Linares. De otras vidas maravillos­as tenemos menos datos: Pepita (87 años, Gijón), Emilia (80, Zaragoza), Josefa (83, Murcia), Francisco (70, Navarra)...

O Nieves Cabo (89, Portal do Caminho, de Santiago de Compostela), Bernardina Escudero (87, Caser Betharram, de Hondarribi­a) y Pilar y Antonio (de 78 y 87 años, de la residencia Beato Fray Leopoldo, de Granada). Antonio estaba muy triste: la vacuna ya no llega a tiempo para su mujer, que murió hace un mes.

“He reflexiona­do sobre lo despreveni­do que estaba todo el mundo cuando se abatió esta calamidad”, dijo hace tres siglos Daniel Defoe en Diario del año de la peste. El libro fue una terapia que le sirvió para pedir perdón por haber sobrevivid­o y un homenaje para recordar a los que se fueron. En el fondo, eso deberíamos decir ahora todos. Perdonadno­s. No os olvidaremo­s.

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más
Araceli, la primera. Araceli Hidalgo, de 96 años y usuaria de la residencia Los Olmos, de Guadalajar­a, fue la primera persona
vacunada en España: “Que
se vaya pronto este
virus”
MONCLOA / EP Mónica, la segunda. Mónica Tapias, de 48 años, auxiliar de la misma residencia, fue la segunda vacunada y la primera sanitaria. “Es un orgullo”, dijo; y siguió trabajando como si un día más Araceli, la primera. Araceli Hidalgo, de 96 años y usuaria de la residencia Los Olmos, de Guadalajar­a, fue la primera persona vacunada en España: “Que se vaya pronto este virus”
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PEPE ZAMORA / EFE
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