Las vergüenzas del Raval
Si un gran propietario permitiera que las chinches se instalaran en los colchones, que los roedores corretearan por las noches por los falsos techos, que las aguas fecales se desbordaran... el gobierno de la alcaldesa Ada Colau pondría el grito en el cielo y tomaría serias medidas. Y con razón. Pero la verdad es que es lo que está haciendo el Ayuntamiento. El Consistorio compró años atrás varias fincas del Raval y proclamó que así frenaría la especulación, protegería a los vecinos, le pararía los pies a los poderosos. Y si bien es cierto que aquellas fincas ya estaban en mal estado, abandonadas desde hacía mucho, y que sobre ellas se cernían intereses muy oscuros, también es verdad que hoy día están en peores condiciones. El papeleo de su rehabilitación se arrastra farragoso. Y al Ayuntamiento se le da fatal el papel de casero, la atención cotidiana, no olvidarse del mantenimiento del día a día. Vecinos del 116 de Hospital denuncian que las aguas fecales se desbordan escaleras abajo cada vez que llueve, los del 7, 9 y 11 de Lancaster que la luz se va cada dos por tres porque la instalación depende de un generador provisional, los del 33 de Robador que este verano el Ayuntamiento interrumpió sus obras de rehabilitación porque no encontró donde realojarlos. Hablamos de familias humildes. Les ahorraremos los detalles más truculentos de todas estas historias.