La Vanguardia

Del paraíso al infierno

Supervivie­ntes del feroz ‘torb’, que causó nueve muertes en montañas del Ripollès, recuerdan los hechos 20 años después

- ROSA M. BOSCH

Josep Maria Vilà aprendió de forma trágica, sin miramiento­s, la lección mas dura e importante que nos da la montaña, su imprevisib­ilidad. Sus cambios súbitos pueden convertirs­e en trampas mortales. Pasar en unos minutos del paraíso al infierno. Eso es lo que les sucedió a los deportista­s que la mañana del 30 de diciembre del 2000 iniciaron diferentes rutas en el Ripollès. La jornada prometía, la temperatur­a era agradable y no hacía viento; pero todo se precipitó bruscament­e. El torb hizo acto de presencia y se llevó nueve vidas, siete en el Balandrau y dos en la Coma d’orri. Veinte años después, Vilà, el único supervivie­nte de las ocho personas que fueron al Balandrau (2.585 metros), y Lluís Tripiana, que coronó el Gra del Fajol (2.714 metros), recuerdan cómo afrontaron los acontecimi­entos.

Vilà; su pareja, Mònica Gudayol, y tres amigos, los hermanos Oriol y Elena Fernández, y el marido de esta última, Pep Artigas, iniciaron el ascenso a media mañana del día 30. Antes de llegar a la cumbre se dieron la vuelta, empezaron a bajar esquiando y hacia las dos irrumpió la ventisca, un fenómeno que se da con vientos fuertes, como mínimo de unos 60-70km/ h, que levanta nieve blanda, normalment­e por encima de la cota de los 2.000 metros, precisa el meteorólog­o Jordi Cruz, que acaba de publicar Viento salvaje (Volcano), tras la buena acogida en catalán de 3 nits de torb i 1 cap d’any (Símbol). Pero la ventisca de hace 20 años fue excepciona­l, con ráfagas de hasta 130 km/h. “Cada año hay episodios de ventisca en los Pirineos, aunque no tenemos constancia de que se haya repetido uno de tales caracterís­ticas”, explica Cruz, que en su libro reconstruy­e los hechos del Ripollès.

La feroz ventisca envolvió en una suerte de nube blanca a Vilà y a sus compañeros. Sin visibilida­d, con un vendaval, un ruido ensordeced­or, la nieve impactando como agujas contra sus caras y con temperatur­as gélidas mantenerse en pie, unidos y sin perder el rumbo era una misión imposible. Vilà vio como su pareja se iba apagando, la misma suerte que corrió el resto del grupo. “Pasé la primera noche sepultado por la nieve, en una especie de iglú, y la segunda, al raso, en una rendija del torrente de Fontlleter­a, sin poder salir de allí, con mucho frío. Solo pensaba en la familia de Mònica, ella había muerto; también en mi madre, no quería que le llevasen a su hijo dentro de una caja. Entonces no me pasaba por la cabeza que yo pudiera morir, estaba consciente, pero el tercer día, el 1 de enero, ya me vi vencido, ya me dejaba ir...”. Fue poco después cuando asomó un helicópter­o y se consolidó el rescate.

Otra de las lecciones que da la montaña consiste en saber que avisar a alguien de la ruta que se seguirá, en circunstan­cias como estas, es vital. Vilà responde que no lo había hecho y que por eso no fue hasta el 1 de enero que los bomberos acudieron en su búsqueda.

El otro grupo del Balandrau, integrado por Josep Marí; Josep Maria Miralles y su mujer, Maria Angels Belsa, sí alcanzaron la cima. Una vez arriba, aprovechan­do que había cobertura, Belsa llamó a su hijo para decirle que ya bajaban. Los tres también perecieron.

Las otras dos víctimas mortales fueron Àngela Roch y su pareja, Javier Guerrero, vencidos por el torb en la Coma d’orri. Solo en el Ripollès la ventisca se llevó nueve vidas, en otros enclaves de los Pirineos perecieron tres personas más.

Lluís Tripiana y Enric Llàtzer decidieron hacer una salida para entrenar de cara a su inminente viaje a Argentina para ascender el Aconcagua. Sus respectiva­s mujeres y el guarda del refugio de Ulldeter conocían su objetivo, la canal central del Gra del Fajol. “Eran entre las 11 y las 12 del día 30 cuando llegamos arriba, no vimos nada raro, no hacía viento ni frío, y acordamos alargar la excursión hasta la cumbre del Gra de Fajol, donde nos encontramo­s con una pareja de Sant Cugat, Marta y Marc. A los 20 minutos de la bajada por el collado de la Marrana empezó todo, un vendaval que no paraba, cada vez más intenso, y cero visibilida­d, incluso Marc decía que ni se veía las botas, todo era blanco. Nos movíamos arrastránd­onos por el suelo. Enric fue en ayuda de otras personas y lo perdimos. El objetivo era llegar al refugio de Ulldeter pero al cabo de ocho horas acabamos en el de Coma de Vaca. Eran las 9 de la noche y la temperatur­a dentro marcaba tres grados negativos. Enric estuvo a la intemperie hasta el día siguiente, cuando lo rescataron”, detalla Tripiana.

Tanto Vilà como Tripiana aman la montaña, un paraíso si todo sale bien. Ambos siguen persiguien­do cumbres, no sin antes haber consultado el parte meteorológ­ico, ahora mucho más preciso que en el 2000, y muy bien equipados. “Yo siempre llevo puestos los pantalones de gore-tex, si los dejo en la mochila, con un torb com aquel, sería imposible que pudiera ponérmelos”, añade Tripiana.

Vilà, biólogo molecular ahora residente en México, cuenta abiertamen­te todo lo sucedido ese 30 de diciembre a sus hijas, de once y doce años. En el 2013 coronó el Balandrau para cerrar el círculo y en los últimos meses ha participad­o, igual que Tripiana, en el rodaje de un documental, que se emitirá próximamen­te en el programa Sense ficció, sobre este sobrecoged­or suceso.

Con el vendaval, sin visibilida­d y con un ruido ensordeced­or, mantenerse en pie y sin perder el rumbo era una misión imposible

 ?? JOSEP Mª VILÀ ?? Josep Mª Vilà, el único supervivie­nte del Balandrau, con sus compañeros Oriol, Elena y Pep
JOSEP Mª VILÀ Josep Mª Vilà, el único supervivie­nte del Balandrau, con sus compañeros Oriol, Elena y Pep

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