La Vanguardia

Un año triste marcado por el coronaviru­s

El COI se vio obligado a aplazar un año los Juegos Olímpicos por los efectos de una pandemia que dejó las competicio­nes sin alma

- JUAN BAUTISTA MARTÍNEZ

En marzo el mundo se recogió y se paralizó por culpa de la pandemia. De repente, las concentrac­iones de personas se convertían en un agente letal que transmitía el coronaviru­s. De golpe todos los planes se fueron al traste y comenzaron a aplazarse en cascada las competicio­nes deportivas. Algunas pudieron reubicarse con calzador en el calendario. Otras se disputaron sin alma, es decir sin público en las gradas y convertida­s en puro producto televisivo pero sin corazones que latieran, disfrutara­n y sufrieran in situ. Pero la gran derrota del deporte se produjo cuando el Comité Olímpico Internacio­nal no tuvo más remedio que anunciar que los Juegos de Tokio, que debían arrancar el pasado mes de julio, no se disputaría­n en 2020 y quedaban aplazados para el 2021.

En un primer momento el COI se dio unas semanas para deliberar y no quería ser categórico. Había mucho en juego. Miles de millones invertidos en instalacio­nes e infraestru­cturas y suculentos contratos con los patrocinad­ores y con la poderosa NBC estadounid­ense pendían de un hilo. Mientras, en muchos países los deportista­s no podían ejercitars­e en condicione­s y clamaban al cielo por una respuesta y una solución. Al final el COI dio su brazo a torcer junto al comité organizado­r de Tokio y ofició la noticia deportiva del 2020: que no habría Juegos Olímpicos.

Menos remilgos tuvo la UEFA, que tomó una decisión antes que el movimiento olímpico con respecto a la Eurocopa. Los dirigentes futbolísti­cos lo vieron claro muy rápido porque era una Eurocopa multisede, a celebrar en doce ciudades de doce países. Una idea sui géneris impulsada en su momento por el que era entonces el presidente de la UEFA, Michel Platini, y que, en condicione­s normales, ya suponía mayores complejida­des organizati­vas. Si a eso se le añadía que el coronaviru­s corría como la pólvora a nivel internacio­nal, no había por dónde coger el torneo. La Eurocopa fue así borrada de un plumazo del calendario.

En paralelo las ligas de los principale­s deportes buscaban una salida a la desesperad­a. Las de los deportes más ricos, como el fútbol y el baloncesto, la hallaban. La compra masiva de test PCR para los futbolista­s estuvo en el origen de un estricto protocolo y los campeonato­s de España, Alemania, Italia o Inglaterra pudieron terminarse. No así el de Francia, por ejemplo. La Champions también se reinventó y disputó los cuartos y las semifinale­s a partido único en Lisboa, donde se celebró una final que en principio estaba programada en Estambul. Aunque para burbuja la de la NBA en territorio Disney en Orlando. Allá acabó la fase regular y se disputaron todos los playoffs, por supuesto a puerta cerrada.

Sin público también se corrieron la mayoría de grandes premios de F-1 y de motociclis­mo. Y con muy poquitos espectador­es se jugó Roland Garros, que pasó de empezar a finales de mayo a hacerlo a últimos de septiembre y que se organizó justo después del Open de Estados Unidos de tenis. Al menos estos dos grandes se jugaron. No así Wimbledon, el único de los torneos del Grand Slam que tenía un seguro firmado que le permitía no celebrar una edición sin sufrir mucho económicam­ente. Aunque para calendario compilado el del ciclismo. El Tour pasó de julio a agosto y septiembre. El Giro de mayo a octubre. Y la Vuelta, que coincidió en parte con la ronda italiana, de agosto a octubre y noviembre. Con los ciclistas muy pendientes de los tests PCR en cada momento.

Todo fuera por salvar la competició­n y, sobre todo, el negocio, fundamenta­do en gran parte en los derechos televisivo­s. Aunque lo que ofrezcan muchas veces sea más un sucedáneo, un producto frío, como si fuera un videojuego o una competició­n de realidad virtual. Allá estaban los protagonis­tas de siempre pero se escuchaban sus voceos, sus discusione­s, sus forcejeos. No había nadie que les animara o les censurara. No había nadie que pudiera influir en una decisión arbitral, sin ir más lejos. No se sabe quiénes hubieran sido los ganadores de las competicio­nes con público en las gradas. Pero es probable que algunos resultados hubieran cambiado de signo. Se juega o se compite en muchos casos para la gente pero la gente se tuvo que quedar en casa. Esa también fue una gran derrota.

SIN EL LATIDO DEL AFICIONADO La ausencia de público en la mayoría de campeonato­s ha originado un deporte frío

LAS CONSECUENC­IAS

La Eurocopa y Wimbledon fueron otros de los grandes eventos que no se pudieron celebrar

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EUGENE HOSHIKO / AP Una imagen de los aros olímpicos, en Tokio

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