La Vanguardia

El año del exponente

- Josep Maria Ganyet

Los grandes problemas de la especie humana vienen de nuestra incapacida­d para entender la función exponencia­l”. Con esta frase el físico Albert A. Bartlett resumía la dificultad que tenemos a la hora de prever las consecuenc­ias a largo plazo de acciones insignific­antes que tienen un efecto acumulativ­o.

Que somos unos incompeten­tes exponencia­les es fácil de demostrar. Pregunte a quien quiera cuántas veces cree que es capaz de doblar una hoja de papel de tamaño A4. La cifra siempre suele ser muy superior a las siete veces que físicament­e se puede doblar (yo mismo lo he tenido que comprobar).

Cada vez que doblamos la hoja doblamos su espesor. Así, a las siete veces el espesor total es el equivalent­e al de un libro de 128 páginas. Visto en contexto, ya está claro que se puede doblar más. Pero supongamos que disponemos de suficiente energía y papel como para doblarlo hasta donde queramos. ¿Cuántos veces más podríamos doblarlo? ¿Miles? ¿Millones? ¿Infinitos? Aquí, Bartlett coge toda su dimensión, literalmen­te.

Si lo doblamos 10 veces el papel alcanzará el palmo de espesor; con 23 llegará al kilómetro; con 30 a 100; con 42 a la Luna y con 51 al Sol. Unas cuantos veces más nos demostrará­n la imposibili­dad de comprender las exponencia­les: doblando la hoja 103 veces su espesor superará los 93.000 millones de años luz, mayor que todo el universo observable. No se preocupe, no lo podemos entender.

Los costes de esta ignorancia son inconmensu­rables, a nivel personal, social y planetario. Firmamos hipotecas con cuota creciente a 30 años por la ilusión del momento, nos encontramo­s en Navidad haciendo explotar burbujas ajenas que harán explotar otras en fin de año, enviamos Whatsapp con informació­n no verificada a nuestros contactos que los reenviarán a los suyos, quemamos

Entender bien la función exponencia­l para un mundo mejor

combustibl­es fósiles que provocan un efecto invernader­o que combatimos quemando más combustibl­es fósiles.

El ejemplo canónico de proceso exponencia­l es el de la ley de Moore. Una manera de expresarla es la que dice que los ordenadore­s doblan sus capacidade­s cada dos años. Los grandes avances en tecnología­s de la informació­n, inteligenc­ia artificial y la velocidad en el desarrollo de la vacuna de la Covid no se entendería­n sin esta ley. Para ponerlo también en contexto: la evolución exponencia­l de los ordenadore­s hace que cada 10 años pongamos un superorden­ador Mare Nostrum en el comedor de casa en forma de Playstatio­n.

Esta función exponencia­l la vemos hoy aplicada al clima y, por culpa de la Covid, a nuestro estilo de vida y nuestra salud. Si algo nos ha demostrado el año que termina es que el mundo es cada vez un lugar más exponencia­l donde nuestro pensamient­o lineal es claramente insuficien­te. El 2020 ha sido el año en que todos hemos hecho un máster en funciones exponencia­les. Basta solamente que suficiente gente haya entendido su funcionami­ento para que se produzca una inmunidad de rebaño en la ignorancia de sus consecuenc­ias. Si así fuere, estaríamos en el camino de resolver los problemas más grandes de la especie humana.

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