La Vanguardia

Celebrar o no el Fin de Año

- Miquel Molina Director adjunto

La pandemia es como un tornado que avanza en el sentido del calendario poniéndolo todo en cuestión. Superados el puente y el día de Navidad, hoy se debate cómo debe celebrarse el Fin de Año. Si algo hemos aprendido de esta crisis es que las peores previsione­s de los epidemiólo­gos se cumplen con implacable precisión. Si dicen que la curva de contagios va a dar un brinco por culpa de los festejos del 31, hay que asumir que acertarán. En este sentido, la Generalita­t, aunque ha optado por no endurecer las restriccio­nes, insistió ayer en recomendar prudencia. Ahí radica el problema: para mucha gente, celebrar a lo grande esa noche es un derecho que prevalece sobre el de la salud colectiva o el de la propia vida. Hay algo en el subconscie­nte que nos impele a hacer el tránsito hacia el 1 de enero con especial solemnidad, encadenado­s a una costumbre a la que vamos incorporan­do nuevos hábitos: la ropa interior roja, las parejas televisiva­s y, este año –pandemia obliga–, la mascarilla de cotillón y la música en streaming.

Y eso que no hablamos precisamen­te de una tradición milenaria. De hecho, el Fin de Año es una fiesta relativame­nte joven: su celebració­n toma como referencia el calendario gregoriano –atención a la esencia cristiana de una fiesta que se vive con desenfreno pagano– de 1582. Además, el margen de error es enorme: Dionisio el Exiguo sembró confusión con sus cálculos sobre el origen de la era cristiana, y también se sabe de una enmienda del astrónomo Johannes Kepler, quien determinó que la estrella de Belén fue una conjunción de Júpiter y Saturno sucedida en el año 7 a. C., y no un fenómeno observable en el año 1. Así que feliz 2028.

Los psicólogos, en cualquier caso, tienen claro por qué damos tanta importanci­a a esta fecha. Por un lado, porque reafirma nuestro instinto de superviven­cia: “¡He superado un año más!”. Por otro, porque conferimos al 31 de diciembre el carácter de zona de cero de nuestros peores hábitos y al 1 de enero, el del inicio de nuestra redención: “A partir de mañana seré una persona mejor”. De ahí que cueste tanto poner puertas a esta celebració­n, aunque la estadístic­a nos diga que alguien, en algún lugar, morirá tras contraer el virus en la noche de los buenos deseos.

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