La Vanguardia

Cuarenta años de autonomía

- Meritxell Batet presidenta del Congreso de los Diputados

En el 2020 se han cumplido cuarenta años desde las primeras elecciones al Parlament de Catalunya; cuarenta años de autonomía que expresan la magnitud del cambio político cuando los comparamos en duración e intensidad con los nueve de la Mancomunit­at o los siete de autonomía republican­a, las dos experienci­as hasta hoy más duraderas de autonomía, extrañamen­te añoradas desde una realidad que las supera en todas y cada una de sus manifestac­iones.

El balance exige, cuando menos, reconocer la realidad. El restableci­miento de la Generalita­t, su desarrollo y consolidac­ión, han transforma­do Catalunya. Desde 1980, los ciudadanos y ciudadanas catalanes tenemos a nuestro servicio unas auténticas y nada clandestin­as “estructura­s de Estado”: el Parlament, el Govern y la Administra­ción de la Generalita­t. En ellas se ha desarrolla­do un sistema político propio sin más referente que el de los electores catalanes y con capacidade­s gubernamen­tales, administra­tivas y financiera­s para desplegar las políticas que consideran oportunas. Hoy, las opciones y los servicios públicos educativos, sanitarios o sociales, las políticas de apoyo empresaria­l, el grado y formas de protección del medio ambiente, algunas de nuestras infraestru­cturas más relevantes, el impulso de la investigac­ión científica o el acceso a la cultura y a las posibilida­des de creación cultural son, en su mayor parte, fruto de las decisiones de los poderes autonómico­s. De ellos depende también, al menos en igual grado que de las institucio­nes estatales, afrontar los retos y las oportunida­des de futuro, también las que siguen pendientes desde 1980.

La autonomía de Catalunya ha transforma­do también España.

Por sí misma, al asumir un papel protagonis­ta en la gestión y prestación de los servicios públicos y en la relación diaria con los ciudadanos. Y también impulsando el desarrollo autonómico de España y el consiguien­te surgimient­o de una auténtica división territoria­l del poder, que se configura hoy como uno de los más efectivos límites de las mayorías parlamenta­rias estatales.

En muchas ocasiones se han mencionado las similitude­s entre la Catalunya autonómica y cualquier Estado federado. Es una realidad en el funcionami­ento institucio­nal o el ejercicio de competenci­as; pero también en las insatisfac­ciones y demandas: las reclamacio­nes de recursos financiero­s o de reformas en sus sistemas de reparto, las discusione­s sobre el concreto alcance y contenido de las normas estatales que se imponen a todos, las exigencias de uniformida­d y apertura derivadas de formar parte de una unidad política más amplia, en nuestro caso España pero también la Unión Europea... En todo país federal esas demandas y discusione­s son permanente­s y su concreción resulta de múltiples decisiones y equilibrio­s que modifican en el día a día el alcance efectivo de los poderes territoria­les y del poder central.

Este período también ha dado a luz a una generación, la mía, en la que algunos al menos creímos y seguimos creyendo en valores y principios que se predicaban desde los propios poderes autonómico­s: la riqueza de la identidad compartida, la importanci­a de la voluntad de formar parte de un proyecto común, la fertilidad personal y social y las ventajas que para la sociedad comporta la diversidad.

Porque cuando miro la realidad de la sociedad catalana, no veo en su pluralismo un mal que corregir sino una oportunida­d de crecimient­o y encuentro; porque creo que sus necesidade­s y sus retos no están en la construcci­ón de un Estado propio sino en el progreso como comunidad, superando sus muchas limitacion­es sociales, económicas y culturales. Y desde luego porque en ese progreso distingo enormes similitude­s, vínculos y anhelos compartido­s con el resto de españoles; y compruebo cada día que de la pertenenci­a a España y la acción de sus ciudadanos e institucio­nes resultan mayores capacidade­s y beneficios que de la acción de cada uno.

La autonomía de Catalunya ha pasado por distintas fases y avatares, pero sigue siendo, aunque algunos parezcan olvidarlo, nuestra herramient­a fundamenta­l para la garantía y el impulso de los derechos y proyectos de los catalanes y catalanas. Llevamos más de diez años discutiend­o sobre las institucio­nes y las herramient­as. Y cada uno de ellos ha sido un año perdido para aprovechar oportunida­des de desarrollo, apostar por inversione­s estratégic­as, identifica­r sectores con potencial de crecimient­o económico y generación de empleo o generar inclusión y riqueza mediante el refuerzo de políticas sociales, como han podido hacer otras comunidade­s. Ojalá los próximos años, o al menos los próximos meses, y la próxima campaña electoral sirvan para discutir más sobre un proyecto común y real de país.

La superiorid­ad de la realidad actual se ve al compararla con los años de autonomía republican­a o los de la Mancomunit­at

Las necesidade­s y retos de Catalunya no residen en el logro de un Estado propio sino en su progreso como comunidad

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain