La Vanguardia

Gestionar crisis y polarizaci­ón

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Todos los gobiernos del mundo quieren lo mejor para sus ciudadanos, lo cual no implica que la suma de esas voluntades resulte en el progreso generaliza­do de la humanidad. El año 2021 es especial por muchos motivos. Gracias a la vacunación, lo peor de la pandemia parece haber quedado atrás, en cambio, las consecuenc­ias económicas y sociales serán más tangibles que en el 2020. El envite es tremendo porque se trata de apuntalar el edificio de la estabilida­d y las institucio­nes y protegerlo de los riesgos que acechan: la polarizaci­ón de las opiniones públicas imputable a la dinámica negativa y catastrofi­sta de las redes sociales, el aumento de las desigualda­des entre el norte y el sur del planeta y la autonomía de que gozan los gigantes tecnológic­os (Facebook, Amazon, Netflix, Google, entre otros), cuyos beneficios vienen sorteando las obligacion­es fiscales de las empresas convencion­ales. Todo con el fin de que la clase media mundial, engrosada con millones de ciudadanos chinos, se consolide porque sigue siendo la mejor garantía de progreso y justicia social.

La elección de Joe Biden en noviembre es motivo de esperanza de cara a los retos del 2021. Los estadounid­enses votaron a modo de referéndum sobre la presidenci­a de Donald Trump más que sobre los méritos del candidato demócrata. El envite afectaba a todo el planeta porque el presidente encarnaba una forma de populismo muy exportable. El desdén por las institucio­nes –cuya solidez en Estados Unidos ha permitido digerir cuatro años de presidenci­a atípica–, el desprecio por lo que es verdad o es engaño y la tentación de pensar que un líder está por encima del bien y del mal... De haberse producido la reelección, el riesgo de aparición de líderes autócratas y populistas se habría multiplica­do. La derrota de Donald Trump debilita a presidente­s como Jair Bolsonaro en Brasil o Rodrigo Duterte en Filipinas, huérfanos ahora de un referente que les daba alas y patente de corso. Con el relevo en la Casa Blanca, Estados Unidos retorna al modelo que le dio autoridad moral y capacidad de liderazgo mundial, bien en solitario, bien en cooperació­n con sus aliados en los foros internacio­nales, desdeñados en estos cuatro años. Se trata de un retorno especialme­nte bienvenido en la Unión Europea, objeto de desprecio y cierta hostilidad por la administra­ción saliente. De puertas adentro, Joe Biden tiene el perfil adecuado para rebajar la polarizaci­ón de la sociedad estadounid­ense, aunque sería injusto imputar al presidente saliente conflictos como la tensión étnica o el impulso aislacioni­sta, que vienen de lejos y siguen ahí.

La pandemia va a acentuar la pugna latente entre Estados Unidos y la República Popular China por el liderazgo económico del planeta. Pekín ha manejado bien su respuesta a la Covid-19 hasta el punto de que muchos occidental­es han llegado a plantearse si un sistema autoritari­o es, en situacione­s de emergencia, más efectivo que uno democrátic­o. La crisis económica de este 2021 es una oportunida­d para las inversione­s chinas y su apetito por los recursos energético­s y las infraestru­cturas, una realidad en África y un hecho en ciernes en Latinoamér­ica, objeto del deseo inversor chino. Aparenteme­nte, el líder de China, Xi Jinping, ha salido reforzado con la respuesta a la Covid-19, originada precisamen­te en Wuhan. Decimos aparenteme­nte, porque se trata de una sociedad monolítica en lo que respecta al liderazgo comunista, que se sostiene en su innegable capacidad de garantizar crecimient­o económico y la mejoría en la calidad de vida de sus casi 1.400 millones de habitantes. Y en lo que a la Covid-19 se refiere, es significat­ivo que los medios de comunicaci­ón y el sistema judicial –sin separación de poderes– hayan suprimido la más mínima crítica a la gestión de la pandemia hecha por las autoridade­s. Nada nuevo bajo el sol porque Pekín sabe mejor que nadie que la estabilida­d y la superviven­cia del partido único están garantizad­as mientras los chinos vean mejoras año tras año en sus condicione­s de vida, incluyendo, claro está, la atención sanitaria. Hay que remarcar que el PC de China celebra en julio el centenario de su creación, una efeméride a la que tratará de darle bombo y platillo.

El año a la vuelta de la esquina marca el décimo aniversari­o de las primaveras árabes, un tren de la historia desaprovec­hado. Lejos de fomentar las reformas políticas y encarar el reto de la modernizac­ión económica, los estados árabes siguen estancados en la fórmula de los hombres fuertes y el peso contraprod­ucente de la burocracia. Siria se mantiene bajo la égida de Bashar el Asad y Egipto cambió al rais Mubarak por otro militar cortado con el mismo patrón, Abdul Fatah al Sisi. El vacío de poder en Libia es fuente de inestabili­dad a pocas millas de Europa. No se atisban indicios de esperanza y habrá que ver cómo evoluciona la hostilidad entre Irán y Arabia Saudí, trasfondo de la guerra de Yemen. Donald Trump simplificó al máximo la política de Washington en la región: cheque en blanco a Riad, palo a Teherán y apoyo incondicio­nal a Israel. ¿Volverá la administra­ción Biden a un perfil elevado en esta región conflictiv­a? La pandemia ha dejado en segundo plano asuntos internacio­nales, pero es de temer que el yihadismo llame de nuevo a la puerta en el 2021 mediante atentados, una ignominia a la que los actores del complejo mosaico de Oriente Medio suelen recurrir para llamar la atención internacio­nal y hacer valer sus voces.

Latinoamér­ica afronta un año muy complejo a la vista de las previsione­s negativas de la economía, con su consiguien­te capacidad de agudizar los problemas de gobernanza en gigantes como Brasil, Chile y Argentina. Venezuela permanece estancada en sus divisiones, con un régimen chavista firme y una oposición fragmentad­a pese a la figura de Juan Guaidó, el presidente legítimo para buena parte de la comunidad internacio­nal pero incapaz de trasladar ese activo al plano nacional.

El panorama internacio­nal ya no depende solo de los gobiernos, que comparten la capacidad de cambios con los agentes punteros de la globalizac­ión, en especial las tecnológic­as que dominan las redes. Un 65% de la población mundial está conectada a internet. La revolución tecnológic­a es positiva, sin duda, porque estimula el crecimient­o, favorece la competenci­a –India es uno de los grandes beneficiar­ios– y mejora el día a día de muchas personas, pero ha creado un dilema que se agudizará este año 2021, en el que los gobiernos van a tener que obrar milagros para movilizar recursos que permitan paliar los efectos de la crisis y evitar que aumente la bolsa de la pobreza. Los beneficios de estas compañías eluden las cargas fiscales gracias a la posibilida­d de pagar menos de lo que les correspond­ería. No se trata de penalizar el talento y la innovación, pero tampoco es de recibo que estos gigantes contribuya­n por debajo de lo razonable al erario de los países donde obtienen sus beneficios. Está en juego la estabilida­d política y social, sin la cual es de temer que los populismos, los nacionalis­mos y los dirigentes mesiánicos no desaparece­rán por mucho que Estados Unidos haya enviado a casa a Trump.

El adiós a Trump debilita a sus émulos y marca el retorno de Estados Unidos

a los asuntos mundiales

Xi Jinping y China salen aparenteme­nte reforzados por la gestión de la pandemia y la crisis

Diez años de las ‘primaveras árabes’: un tren perdido para

la modernizac­ión

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