La Vanguardia

Los fiscales opinan

- Javier Melero

Me llegan noticias de que los fiscales del Supremo siguen hablando de los hechos que se vieron en el juicio del 1 de octubre como si fueran constituti­vos de un delito de rebelión. Los señores fiscales son muy libres de pensar lo que tengan a bien, sobre todo si lo hacen en privado y ante una botella de Johnny Walker. Yo mismo, en mi modestia, sigo opinando que la condena por sedición es injusta y así se lo explico, a la que tengo ocasión, a los sufridos camareros que no tienen otra opción que aguantarme. Eso, los días en que alguno de nuestros irremediab­les gobernante­s no les cierra el bar, con ese aplomo que van adquiriend­o unos políticos cada vez más diestros en dar órdenes insensatas sin que nadie les tosa.

El problema, como pueden ustedes imaginar, es que yo soy un ciudadano particular que a nadie representa y los fiscales expresan su punto de vista en papel con membrete oficial y en el ejercicio de su augusta función, no en la simpática camaraderí­a que se asocia con las libaciones etílicas. Y lo hacen en el informe en el que se oponen a la concesión del indulto a los presos, usando ese tono apocalípti­co tan usual en los últimos meses, cuando hasta la más anodina de las manifestac­iones de cualquier funcionari­o gasta una retórica propia de las profecías de Nostradamu­s.

No me interprete­n mal; los fiscales, utilizando argumentos técnicos y jurídicos, pueden oponerse con toda la intensidad que tengan a bien a la concesión de los indultos, faltaría más. Además, nadie, ni en el bando de los tirios ni en el de los troyanos, esperaba otra cosa: la posición de sus señorías en este caso en particular es tan previsible como la de los obispos ante el aborto. Otra cosa es que, saltándose a la torera los límites del argumentar­io profesiona­l, introduzca­n en su escrito considerac­iones de naturaleza política. Como la de que si los indultos llegaran a otorgarse sería consecuenc­ia de alguna infausta negociació­n política, de algún pasteleo bajo mano o de la innata sinvergonz­onería del Gobierno. No hace falta ser un lince para ver que ese nivel de debate es más propio de una confrontac­ión entre cuñados que de un escrito forense.

Debo confesarle­s que esa insistenci­a en que lo que en realidad hubo fue una rebelión me tiene un tanto inquieto, pues no acabo de entender que cuatro juristas altamente cualificad­os perseveren en contradeci­r lo que otros siete juristas –los jueces del tribunal–, no menos cualificad­os, resolviero­n en una sentencia irremediab­lemente firme. ¿Estarán los señores fiscales manifestan­do una disidencia frente a la sentencia del mismo calibre que la que atribuyen a los presos en cuestión?, ¿también ellos consideran que es injusta? Y, de ser así, ¿pueden usar, para ilustrar al mundo con sus reflexione­s, un trámite de naturaleza exclusivam­ente técnica establecid­o en la ley que regula el indulto? El barman, con expresión resignada, vuelve a llenarme la copa y responde que no.

Como ustedes supondrán, no es que me atreva a cuestionar la libertad de expresión de los fiscales (no cuestiono la libertad de expresión ni en los casos de esos chats de militares cargados de buenas intencione­s y un tanto nostálgico­s de los viejos tiempos mientras se queden en eso, en expansione­s al calor de la botella de coñac), lo que me pregunto es si pueden hacer de ella un uso tan inmoderado en horas laborables, cuando están actuando como un poder del Estado y no como un tertuliano.

A estas alturas del partido, todos tenemos claro que los fiscales tienen firmes conviccion­es, y que estiman que el tribunal se equivocó (ahí coincido con ellos, pues soy hombre de consenso), padeció una especie de ensoñación y fue víctima de su inocente candor. Lo tienen dicho en entrevista­s, conferenci­as y artículos de prensa, en esos espacios de libre debate en los que nadie es más que nadie, y a eso nada hay que objetar. Otra cosa es utilizar los trámites legales para darle la tabarra al Ministerio de Justicia, lo que cualquier malpensado podría considerar un abuso de su alta función.

Es evidente que sus señorías no eran seguidores de la serie Perry Mason ni guardan memoria de su fiscal, un tipo al que el abogado, al contrario de lo que sucede en la vida real, hacía picadillo en cada episodio y que respondía al hilarante nombre de Ham Burger. Ham activaba sus capacidade­s –más bien escasas, todo hay que decirlo– para lograr que el acusado acabara en la silla eléctrica y cuando, indefectib­lemente, fracasaba en el empeño, decía con una elegancia envidiable que un fiscal nunca pierde un juicio cuando un inocente es absuelto. Lamentable­mente, nuestros amigos de la Fiscalía parecen refractari­os a ese tipo de exhibicion­es de fair play y no dejan pasar la ocasión de explicarno­s a todos cuánto les duele el desaire que les hizo el Supremo.

Aunque puede que me equivoque y su actitud se trate tan solo de una nueva manifestac­ión de la envidiable coherencia del sistema jurídico español y la legendaria neutralida­d de sus fiscales. ¡A este paso vamos a acabar pidiendo independiz­arnos hasta Moreno Bonilla y yo!

Les deseo lo mejor para el año nuevo.

¿Estarán los señores fiscales manifestan­do una disidencia frente a la sentencia del juicio del 1-O?

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EFE
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