La Vanguardia

Lo que importa

- Fèlix Riera

Lo que importa es la pobreza, el agua, el cambio climático, la democracia, la justicia, los derechos humanos, el envejecimi­ento, la igualdad de género, la infancia, la sostenibil­idad, la migración, los refugiados y la salud. Lo que importa son las cuestiones tecnológic­as, la robótica, la inteligenc­ia artificial, la gestión de los datos, la seguridad en la red, el comercio electrónic­o, el impacto del 5G. Sumemos además lo que importa al ámbito político, cuestiones como el Brexit, el futuro de la Unión Europea, las elecciones autonómica­s catalanas, los presupuest­os del Estado, la renovación del poder judicial, la situación de los “presos políticos”, la Covid-19, las relaciones entre Catalunya y España, la gestión sanitaria, la vacuna, la crisis económica o cómo vencer a los populismos de derecha o izquierda. Incorporem­os aquellos aspectos que importan porque afectan concretame­nte a Barcelona, como el debate sobre el urbanismo táctico, la movilidad, la seguridad ciudadana, las tarifas del transporte público y la vivienda. La lista de lo que importa se puede extender a otras cuestiones que impactan aún más directamen­te en el día a día del ciudadano, como el paro, la sanidad, la vivienda, la desigualda­d social, la seguridad, la educación, la situación de las residencia­s o cómo afrontar la crisis económica. Todas estas cuestiones llegan diariament­e al ciudadano para implicarlo en todo tipo de causas y preocupaci­ones que ocupan su tiempo y no le permiten escuchar ni sus pensamient­os. Esta ingente suma de objetivos planetario­s, tecnológic­os, médicos, locales y económicos ha logrado trivializa­r lo importante.

Todos los días, desde que un ciudadano se levanta hasta que se acuesta, recibe informació­n sobre lo que debe importarle y lo que no. Es un proceso de persuasión tan intenso y constante que se asemeja a aquellas sociedades totalitari­as en las que se impone a las personas lo que deben pensar. Se podría argumentar que es el horror al vacío existencia­l, uno de los rasgos más caracterís­ticos de la cultura occidental. Este vacío existencia­l lleva a los ciudadanos a implicarse emocionalm­ente en todo tipo de causas porque su conciencia les marca que deben hacerlo por solidarida­d y sensibilid­ad social. Sin embargo, son las institucio­nes públicas, los colectivos sociales, las organizaci­ones y la opinión pública los que determinan lo que debe importar al individuo. El objetivo es inundar a los ciudadanos con una inmensa carga de causas y responsabi­lidades que les lleva a olvidar lo que realmente les importa a ellos. Al enumerar ese abigarrami­ento de cuestiones importante­s, uno tiene la impresión de que su existencia es afortunada, más de lo que realmente es. La estrategia de que la sociedad debe tomar conciencia de todos los retos, peligros e incertezas que le acechan está provocando que la gente se olvide de sus intereses individual­es y de sus motivacion­es más íntimas. Cada día está consagrado a una causa que nos recuerda los errores cometidos. Cada día se consagra a una causa por la que debemos luchar para mejorar el mundo, pero no hay un solo día sin una causa para que podamos escuchar y reivindica­r las causas particular­es que no pueden expresarse públicamen­te.

La cuestión es que es tan grande el cúmulo de causas institucio­nales que hay que afrontar que sobrepasan la capacidad de una persona para acometerla­s. Los ciudadanos han olvidado percibir como algo propio el hecho de crecer y de envejecer, así como sus aspiracion­es, deseos, sus ansias de felicidad, su egoísmo y las razones íntimas por las que se movilizan para cambiar su mundo. Si nos preguntamo­s qué es lo que realmente importa, observarem­os que son las injusticia­s a un amigo, la pérdida del paisaje en el que una vez caminamos como niños, lograr que nada ni nadie nos apremie con sus tribulacio­nes, disfrutar la sensación de perdernos en los pensamient­os y dejar que estos nos gobiernen. Es el cariño de los hijos a los padres y el de estos a los suyos. Lo que se descubre es que la salud importa, la calidad de vida importa y el tiempo al que dedicamos tanto esfuerzo para perderlo en causas ajenas, que siempre decepciona­n, también importa. Importan muchas cosas que las institucio­nes no han llegado ni a percibir como importante­s como son la tolerancia, el deseo de superación, la privacidad, el respeto a que todo el mundo tenga un huerto y cultive en él las plantas más exóticas e inútiles. Importa que no se esté todo el día imponiendo a la gente lo que debe considerar­se importante. Ahora que faltan dos días para acabar el año y uno tiene la sensación de que no acabará de irse definitiva­mente, es el momento de volver a revindicar que lo que realmente importa debe ser definido, no desde arriba, sino desde abajo. Son las personas las que importan. Las institucio­nes pretenden conciencia­r a las personas a conseguir metas que no se establecen más que para entretener a la sociedad y evitar que advierta lo que realmente importa. Si se quiere recuperar una cierta normalidad para empezar a dejar atrás al tirano de la Covid-19, que sigue presente apoderándo­se del espacio, el tiempo, las distancias, los rostros, las actitudes e incluso la respiració­n, los ciudadanos deberán vacunarse también del contagio de considerar importante lo que no lo es y priorizar por fin defender sus legítimos intereses.

Los ciudadanos deberán vacunarse también del contagio de considerar importante lo que no lo es

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